Continuar los errores del pasado
En 2003, durante una conferencia organizada por el Capítulo Monterrey de la Academia Nacional de Arquitectura, con el nombre de [...]
🎄📚¡Adquiere tus libros favoritos antes del 19 de noviembre! 🎅📖
11 octubre, 2024
por David Lozano Díaz
Foto: Sebastián Anaya
Las generaciones actuales de arquitectos, desde los jóvenes que recién egresan hasta quienes ya tienen 15 o hasta 20 años de experiencia, con cierta habitualidad están pendientes de las publicaciones de arquitectura, tanto libros como revistas, para estar actualizados sobre las realizaciones contemporáneas, pero también para analizar, apropiarse o descartar conceptos y elementos que vayan acordes a una idea e imagen de la arquitectura, una cuya estética pudiese reflejar por sí misma la calidad del objeto.
Autores con aún más tiempo dentro de este campo profesional suelen tener ciertas reservas sobre el objetivo de que su obra sea publicada en distintos medios impresos, y ahora también en los digitales, pero incluso en los expositivos. No significa que haya un rechazo a la difusión, es más bien un fin que resulta menos relevante cuando lo importante es la arquitectura en sí misma, lo que pueda aportar, y no la imagen que se tenga de esta y el imaginario que se cree a partir de su contenido gráfico.
Sergio Ortiz, es uno de esos arquitectos que hace mucho dejaron de dar importancia a la imagen como fin y principal objetivo de la arquitectura, para enfocarse en aspectos que tengan que ver más por las cualidades relacionales de esta con el lugar, así como con las personas y sus interacciones. Ante una búsqueda constante por lograr con cada nuevo proyecto una revisión constante de sus propias estrategias proyectuales y para alcanzar la arquitectura relacional, son realmente bastante esporádicas las veces en las que él incluyó su obra en revistas especializadas, impresas o digitales.
Con una selección que se extiende por un periodo de casi 40 años de producción profesional desde 1988, Sergio aceptó la invitación de exponer por primera vez en Guadalajara una retrospectiva individual de su obra con la muestra Diez Casas. De la compacidad a la fragmentación y viceversa. Dentro de ella, es posible observar su evolución, una que no es lineal, sino que avanza en espiral, repasando y repensando su propia obra, la historia de la arquitectura y un amplio acervo de influencias.
Durante su formación profesional, la popularidad de Luis Barragán había despuntado a nivel internacional, primero por la exposición en el MoMA (1976) y después al recibir el premio Pritzker (1980). En México, las jóvenes generaciones de arquitectos del momento estaban redescubriendo a este personaje y su arquitectura contrapropuesta a la modernidad, mientras se vivía el auge del posmodernismo. El contexto inclinaba a estos jóvenes tomar a Barragán como bandera para desarrollar una nueva arquitectura mexicana.
Realmente fueron pocos en el país, como Sergio Ortiz o Hugo González, los que realmente profundizaron y procuraron entender su obra, más allá de la estética cautivante que rebasa la vista al primer contacto. Ya lo dijo Fernando González Gortázar en repetidas ocasiones al referirse a aquellos que se querían apropiar de la identidad mexicana del ganador del Pritzker: “La deferencia de un discípulo y la de un imitador, es que para el imitador el maestro es la meta final, mientras que para el discípulo el maestro es el punto de partida”.
Mientras decenas de arquitectos perdían el tiempo copiando literal y explícitamente la obra del tapatío, buscando reconocimiento por hacer lo mismo que Barragán, pero sin su calidad, Sergio Ortiz se negó a tomar el camino fácil y, justo para él, eso sólo fue el punto de partida para encontrarse a sí mismo, sin olvidar que también hay otros maestros locales, como en otras latitudes, de quienes podría poner atención y, con ello, mejorar su arquitectura.
“De la compacidad a la fragmentación y viceversa” muestra la búsqueda interna por conseguir ese lenguaje propio y los pasos que se han dado para procurar llegar a él, a través 10 proyectos de casas representadas, cada una en la sala de exhibición con maquetas de madera alineadas, cada una con un plano esquemático de sus respectivas plantas, y un muro con una serie de fotografías enmarcadas de cada proyecto, tomadas en los primeros años de realización.
Presentados de manera cronológica, el recorrido se inicia con los proyectos de 1989, 1992 y 1995, que son ejercicios en los que la casa encuentra un centro dentro del terreno, y todo el diseño se desarrolla de manera concentrada en un solo volumen. Si bien son casas que tienen el privilegio de estar inmersas en vegetación, su relación es más bien contemplativa, desde un espacio seguro que observa como hacia una vitrina, así como la arquitectura moderna solía estar desvinculada de su entorno.
Es también muestra de la influencia del regionalismo expresándose en el espacio, más allá de la formalidad que se puede observar en la composición de fachadas que retoman la simpleza y protagonismo del muro, además de escasas aberturas que comunican interior y exterior, reconocibles al final de la etapa temprana de Barragán en Guadalajara; la espacialidad introspectiva con espacios en penumbra y acentos de luz; terrazas con muros elevados que se abren al cielo y distribuciones compactas que procuran intimidad, todo lo cual fue una constante en la etapa inicial del arquitecto Ortiz.
El cambio se produjo a partir del año 2000, cuando pareció ocurrir un hartazgo de esta fórmula (que si bien exitosa, podría estar cayendo en monotonía), y con el proyecto de Casa 5175A, que cambió la jugada y en el que comenzó a aplicar el interés por otras teorías y a recuperar ideas que ya antes también lo habían marcado, como la experiencia de la casa en la que creció, diseñada por Enrique Nafarrate, uno de los primeros arquitectos netamente modernos de Guadalajara.
La transparencia de 5175A es lo primero que observas al entrar a la propiedad: el muro no desaparece pero ya no es el absoluto protagonista, y ahora el vidrio permite una relación más directa y contante, más allá de contemplativa del exterior, intercalando jardines abiertos y patios cerrados, como la casa realizada por Nafarrate, quien, a su vez, hacía referencia a Mies van der Rohe con el manejo de la transparencia, pero entendiendo que el lugar no es ni Chicago, ni Nueva York, sino que las particularidades climáticas de Guadalajara piden dosificar el uso de este recurso.
A partir de aquí, la zona de confort desaparece por completo y la búsqueda de su propia arquitectura se refuerza y hace constante proyecto a proyecto. La planta en C aparece en su repertorio y simultáneamente en otros proyectos; la planta en L, sin por eso pretender una formalidad estricta de su geometría y más bien como una posible solución que se adapta a los requerimientos de cada proyecto, para ya no ser un cubo único y, por el contrario, expandirse en el terreno procurando espacios de encuentro, lugares relacionales.
Existe un anhelo de no priorizar la estética, ni de forzar el programa del proyecto hacia ella. No se trata del objeto por el objeto, sino lo que este puede llegar a ofrecer. Los espacios compactos pueden ser funcionales y estéticos, pero difícilmente procuran vínculos entre los habitantes (a nivel grupal o individual), su hogar (arquitectura), o con su entorno; los espacios necesitan fragmentarse. El entendimiento del lugar, es decir, sus condicionantes, permite que la arquitectura se integre a este y no sólo se emplace.
Los proyectos consecutivos de la exposición entran en esa espiral, donde entran nuevos conceptos o, mejor, otras maneras de abordarlos. Se retoman lenguajes de las primeras obras, pero sin dejar de avanzar y con ello siempre siendo contemporáneo, resolviendo que la historia, su historia, no es determinante: el cambio es constante y con ello los aportes aparecen según como las necesidades, y el objetivo que no sea la plasticidad por sí misma, sino lograr una arquitectura relacional.
Junto a esta muestra, que se inauguró el miércoles 18 de septiembre de 2024 en Artlecta, en Guadalajara, se realizó un libro homónimo de la exposición, con la diferencia que aborda dos casas más. Este es un evento relevante que no debe dejarse pasar por el sólo hecho de contar así sea brevemente, la trayectoria de uno de los maestros de arquitectura con mayor impacto en el occidente del país.
La exposición Diez casas. De la compacidad a la fragmentación y viceversa, de Sergio Ortiz, se exhibe desde el 18 de septiembre de 2024 en Artlecta, librería y galería situada en José Guadalupe Zumo 1918-3, esquina Progreso, colonia Americana, Guadalajara, Jalisco.
En 2003, durante una conferencia organizada por el Capítulo Monterrey de la Academia Nacional de Arquitectura, con el nombre de [...]
El brutalismo sigue siendo motivo de retrospectivas que apuntan a su estatus como estilo arquitectónico emblemático del siglo XX, pero [...]