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6 octubre, 2015
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
“Si la Tierra fuera un Estado, Estambul sería su capital”
Napoleón Bonaparte.
La ciudad que cambió varias veces de nombre a lo largo de la historia, con un pasado griego, romano, bizantino y musulmán, situada entre dos continentes, en uno de los puntos más estratégicos geográficamente y, por ello, merecedora de la frase de Napoleón. Pocas ciudades en el mundo cargan sobre sus hombros una historia como la de Estambul. Bizancio para los griegos, rebautizada Constantinopla cuando se transformo en capital del Imperio Romano, posteriormente conquistada por los turcos, convirtiéndose en el centro del Imperio Otomano; hasta 1930, que se convirtió en el actual Estambul, con la creación de la República de Turquía. Bizancio, Constantinopla, Estambul, tres nombres sucesivos e igualmente prestigiosos y poderosos para una misma ciudad que hablan de la larga duración de una metrópolis, de la acumulación de estratos excepcionales de la ciudadanía, arte y religiones, pero también de una sucesión compleja de procesos y fases de prosperidad y declive.
A pesar de la designación de Ankara en 1923 como capital de la república turca, Estambul ha seguido siendo la capital económica indiscutible del país. La ciudad, con el gran centro portuario y el primer mercado al por mayor, sigue siendo el centro industrial y comercial, y sede de grandes universidades y poderosos órganos de prensa. Estambul es hoy la ciudad más grande de Turquía, la tercera ciudad más poblada de Europa y uno de los lugares más visitados del Mundo.
Situada entre dos continentes, separados por sólo una brecha de agua, la insuperable ubicación geográfica de Estambul hizo de ésta un objeto de lucha por pueblos e imperios a lo largo de su historia. Su localización ha marcado también a sus habitantes, su cultura y su identidad local y global que, como punto estratégico en el mapa, refleja y posee. El agua como puerta de entrada, como punto de control para el flujo entre Asia y Europa, al ser el paso del Mediterráneo al Mar negro, convirtió a este centro urbano desde sus inicios en el lugar idóneo para la consolidación de relaciones culturales, diplomáticas, comerciales y militares.
El Bósforo, como borde acuático, se ha visto potenciado por la evidente diferenciación del agua y la ciudad, estableciéndose como una frontera con su respectiva fuerza cohesiva, y actuando simultáneamente como acceso de la ciudad, condicionando así la su ordenación urbana. La configuración urbana estuvo siempre en función tanto de su accesibilidad como de la capacidad de defenderla y de su íntima relación con el borde acuático que la define. El agua, más que una barrera dentro de la traza urbana, es el vínculo entre dos continentes, dos mundos completamente distintos que convergen, se cruzan y co-existen en un mismo espacio. Esta posición estratégica le ha favorecido como punto de encuentro de diversas culturas, haciendo de Estambul un centro de poder económico, político y social a nivel mundial. Construida sobre colinas, sus traza urbana y sus formas buscan continuamente preservar o re-establecer la conexión que, a través de la historia, se ha buscado tener con el mar, logrando un resultado visualmente impactante.
Pero Estambul no es sólo su geografía también es la suma de arquitecturas que, durante siglos, se han depositado en sus colinas y que han colaborado en la formación de un conjunto exótico y diverso. Ambas culturas se reflejan en su arquitectura y en los ideales de sus habitantes que a través de los siglos han habitado el mismo espacio. Una parte europea y occidental contrasta con una fuerte herencia y presencia musulmana. Estambul simboliza la unión la cohesión de culturas distintas. Los islamitas y los seculares, los modernos y los conservadores, el pasado y el futuro, la religión y la política, lo oriental y lo occidental.
Actualmente la ciudad se debate entre la búsqueda de modernidad que representa Occidente y las ideas religiosas más conservadoras presentes en gran parte de la población. La antigua Constantinopla es hoy una megalópolis cosmopolita, que conjuga historia y modernidad en sus calles. Una ciudad de contrastes, donde lo moderno y lo antiguo van de la mano, donde el Islam convive en armonía con su herencia cristiana, romana, bizantina, árabe y judía, y donde la pluralidad ha creado una obra de arte. Las tensiones y los diálogos entre la herencia visual y las miradas contemporáneas dan a Estambul una sensación de bipolaridad. La ciudad es la cuna de la identidad turca, donde también nacen una inmensa multiplicidades globales que se ven reflejadas en los espacios y formas urbanas.
La gran mayoría de las megalópolis hoy en día se enfrentan a los efectos de la globalización, la inmigración y la convergencia de distintas culturas, que han cambiando la manera en que se conciben y viven. Las necesidades de las ciudades han cambiado; deben de estar preparadas para adaptarse y tener las herramientas necesarias para responder ante estos procesos de transformación. Estambul ha logrado exitosamente adaptarse a las distintas transformaciones que ha tenido y, por ello, se constituye como un referente mundial. Ciudades de todo el mundo debieran estudiar y aprender la manera en que esta gran urbe ha sabido adaptar sus patrones y dinámicas de funcionamiento para hacer frente a un entorno cambiante que aspire a producir un resultado que maraville a quienes transitan por ellas.
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