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Esponjosa saturación

Esponjosa saturación

3 octubre, 2024
por Aura Cruz y Lorena Sicilia

Ciudad de México - México DF 2010 5003

Advertencia al lector: 

Este artículo ha sido víctima de sí mismo. Ha tardado mucho el desahogo físico y mental de las autoras para decantar las ideas que hoy, finalmente, toman forma.

La velocidad impuesta en las actividades diarias trae con retraso el deseo del disfrute de lo anhelado y el involucramiento de lo común.

¿Cuántas veces al despertar por la mañana, el primer deseo que se hace presente en la mente es ansiar que acabe el día para volver a dormir? La tragedia está en descansar y sentir culpabilidad por eso. Bajo esta infinita espiral, sin duda, lo común se vuelve secundario.

Somos algo parecido a esponjas saturadas, si no de agua, sí de información, de datos que ni siquiera son asimilados, comprendidos ni interpretados. Somos esponjas saturadas de cansancio crónico, de imágenes y redes sociales…, esponjas que superaron su capacidad de absorción y comenzaron el goteo del hartazgo y la indiferencia como blindaje para sobrevivir.

Somos esponjas que se acostumbran a absorber por el simple hecho de ser esponjas; esclavas ante la incapacidad de drenar, soltar, dejar ir. Sin embargo, aquellas esponjas que logran liberarse de estímulos, en muchas ocasiones, se saturan de nuevo por costumbre, inercia o culpabilidad.

Nuestro correlato espacial es una ciudad que también está tan llena, tan preformada, que deja poco espacio a la acción de sus habitantes que, bajo esa lógica, se convierten en meros usuarios indolentes, poco más que zombis. Ante la maravillosa idea deleuziana-guattariana de una máquina como un sistema abierto con entradas y salidas que permiten conectar, afectarse, rehacerse, nos presentamos como tristes víctimas de dispositivos que han cristalizado y paralizado (en apariencia) toda posibilidad de disrupción creativa:

Entramos en Centros Comerciales que para muchos es su único modelo de encuentro “público”. ¿¡Público?!, ¿¡común!? Son lugares donde todo se pretende que todo está calculado para seducirnos en el ciclo del consumo, de la coquetería mercantil, y en los que tropezamos con extraños que nos estorban en nuestra ruta para llegar al siguiente escaparate. Parecemos avecindados, pero ni nos conocemos y, probablemente, tampoco nos queremos conocer.

Esta saturación física-mental y emocional deriva en la incapacidad de entrar a la vida colectiva y al reconocimiento de lo diferente, lo nuevo, lo ajeno y, de ahí, a que la implementación de estrategias o dinámicas sociales no acostumbradas produzcan un rechazo sistemático, ya que, además, tampoco queda más tiempo ni energía vital para algo qué quizá sea importante: la vida misma más allá de la productividad en el trabajo y la eficiencia malentendida que tanto daño hace. Ya lo dice la canción, porque de canciones somos: “y todo para qué / todo para qué / si al final yo perdí”.

Capitalismo cognitivo y la era del agotamiento: anestesia y estancamiento

La ciudad extenuante limita el interés en involucrarnos con otros / con las complejidades presentes en la ciudad. Lo que sucede cuando las personas estamos agotadas es que se cancela nuestra voluntad de participar en cualquier actividad que no nos exija más que estar catatónicos. En ese terreno de lo “estriado”, lo preformado, pareciera no haber cabida para nada nuevo…, ni para nada más. Esa parece ser la estrategia del capitalismo actual: capturar todos los rincones de la vida, no meramente los espacios de la producción, como se pensaba en el lejano siglo XIX, sino también los espacios intangibles de realidades alternas que permiten la evasión, el consuelo y adormecimiento momentáneo de un “aquí y ahora” asfixiante e infinito.

Esto, en términos de ciudad, ¿qué significa? Esto, en términos de humanidad, ¿qué es?

Las relaciones, el entretejimiento de vínculos requiere de energía y disposición, esfuerzo de transformación, de mostrarnos tal cuales somos y no desde el deseo del querer ser y, sobre todo, necesita disposición a la mediación y al reconocimiento de una realidad distinta a la que se le confiere validez, aprobación y legitimidad.

Al final del día: encuentro y mutación

Por ello, una ciudad que no permite ser intervenida no es una ciudad porque niega el concepto fundacional de polis: no hay espacio en dónde aparecer en nuestra singularidad, sino sólo en el antagonismo, en la orfandad de los contrarios expresado en la invisibilidad doméstica y la comodidad del recogimiento Netflixiano, a salvo de encuentros y esfuerzos de convivencia social. O bien, el encuentro estandarizado en el que todos nos reducimos a ser el consumidor que se vestirá con lo que dicte la moda hegemónica para, así, ser cada día más indistinguibles.

Ahora bien, no sólo basta con una ciudad abierta y dispuesta a la intervención, sino que es necesaria la liberación del tiempo; darle cabida al ocio no precualificado por las industrias del entretenimiento; al derecho al aburrimiento que da pie a la creatividad y al pensamiento crítico que se niega, como salmón a contracorriente, a pensar y vivir como supuestamente “debe ser”. Necesitamos dar la lucha por el derecho a la sensibilidad que, no olvidemos, se compone por sensaciones, percepciones, espacio y tiempo.

Llevamos peleando mucho tiempo por la legitimidad de los diversos saberes. La batalla en el campo de la epistemología es intensa y, de acuerdo, no se debe bajar la guardia. Sin embargo, no debemos olvidar la trinchera de la sensibilidad y del deseo: ahí es donde se crea y recrea la vida.

Sin aesthesis no hay creación, ni de conocimiento ni tampoco de transformación ontológica. No mantenemos permanentemente desconectados, aislados y anestesiados, no sólo de nuestro entorno urbano, sino de nuestra propia alteridad existencial y de la alteridad radical de lo viviente no humano. Todo esto hace que decir que vivimos no sea más que una presunción que nos contamos a nosotros mismos.

Reflexión final: heterocronías y juego

A decir del grandioso pensador Georges Bataille, es en la esfera de lo sagrado donde se engendra lo nuevo. De acuerdo con Bataille, es el arte, la fiesta, la muerte y el juego en donde se abre esta esfera. Por otro lado, el ejercicio del derecho a la ciudad implica hacer-crear ciudad, no sólo acceder a los bienes, sino crear de manera comunitaria. ¿Qué podemos crear en conjunto? No sólo nuevos espacios de concreto y losas aligeradas, ni conquistas de baldíos que esperamos sean nombrados como espacios públicos. Pensemos en crear nuevas formas de habitar, no sólo de hábitat; pensemos en habitar otros tiempos, otros lugares, siempre jugando, sí…, siempre jugando.

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