Pequeño: El recurso de la resistencia, algunas notas más sobre el prerrománico asturiano | 1a. Parte
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10 abril, 2025
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Tras la vibrante experiencia de San Julián de los prados, la mañana soleada (algo no muy común en el territorio astur) nos saluda invitándonos a zarpar hacia la otra edificación, nombrada coloquialmente El Conventín. Las expectativas son altas, ya que, además del interés arquitectónico, mi abuelo aseguraba que ahí, le tocó estudiar la primaria, bajo la tutela de los jesuitas, por lo que es un referente de la leyenda familiar de este benévolo campesino asturiano que emigró a México para dejar aquí su cuerpo y su alma.
Valdediós o Valle de Dios que es lo que quiere decir el nombre, se encuentra en el valle de Boides, Villaviciosa. A diferencia de San Julián, aquí no hay ciudad. El valle se enmarca por medio de colinas boscosas donde crecen los robles y los castaños. Ante ese paisaje, es difícil imaginar que muy cerca, se encuentra la costa norte de la península ibérica y el mar cantábrico. En este sitio siempre verde, gracias al microclima asturiano, el rey Alfonso III El Magno mandó construir un conjunto palatino con iglesia incluida hacia el 875 de nuestra era. Salvo el templo consagrado a San Salvador, el resto del conjunto desapareció por completo, dando paso tres siglos después al monasterio cisterciense dedicado a Santa María, que completa el entorno actual. El monasterio tiene una interesante historia y arquitectura, pero aquí nos estamos ocupando solo del templo prerrománico previo.
A diferencia de San Julián, en San Salvador el cuerpo del edificio se lee, no como una evolución de volúmenes ascendentes, según su jerarquía y programa, sino como un perfil extruido, me explico: El acceso principal al sur oeste, presenta una fachada compuesta en tres partes de forma simétrica, donde al centro se encuentran en eje vertical que define dicha simetría, el acceso evidenciado por la puerta coronada con un arco de medio punto, por encima una ventana dividida por dos arcos de herradura sostenidos por tres columnas, y rematada en la parte superior por una pequeña espadaña de un solo arco, que cobija la campana que llamará a celebración en su momento. Dos contrafuertes, uno a cada lado enmarca al elemento central y dan paso a dos elementos laterales de menor dimensión, uno a cada lado, totalmente ciegos (sin ventanas) salvo por una pequeña ranura cercana a la parte superior. Tanto el volumen central como los laterales, presentan en su forma la evidencia de una cubierta exterior en tejado, con la inclinación necesaria para desalojar el agua.
Esta composición responde fielmente al espacio interior, dividido en tres naves longitudinales sin crucero, donde la nave central es la de mayor jerarquía y, por tanto, también de mayor altura. Aunque en la imagen podrán ver claramente, un volumen más en esta portada, al sur del conjunto, éste fue una adición posterior realizada para diferenciar el acceso de la familia real al templo, seguramente conectado de manera directa al resto de la edificación palatina. Como no existen registros ni siquiera de los cimientos de esa edificación, esto queda meramente en un ejercicio especulativo. Cerca de la parte posterior del edificio, se abren simétricamente también dos estancias perpendiculares al cuerpo principal, lo que daría a vista de pájaro, una forma de cruz al volumen, pero esto no se expresa en la espacialidad interior del templo, como sucede en la tradicional planta de cruz latina que conocemos en la mayoría de los templos cristianos previos al siglo XX. En este sentido, desde el exterior, es muy fácil leer la que se encuentre en la fachada norte del templo, mientras que la ubicada en la fachada sur, es perceptible, pero queda “envuelta” por el pórtico real.
Si el esquema volumétrico y en planta es diferente conceptualmente al de San Julián, no así la postura de fidelidad entre la expresión interior y la exterior. Al acceder al templo por la puerta principal, un cambio de escala toma también aquí, el ajuste de escalas, ya que la bóveda que cubre el vestíbulo es de pequeña altura. No será en este caso, un sotocoro, como sucede en la tipología de los templos románicos y posteriores, en este caso, es una tribuna real, para que el monarca presencia la ceremonia religiosa desde una posición de privilegio. A la tribuna real corresponde la ventana de dos arcos descrita en la fachada, a la que en términos académicos se le denomina bífora.
Trascendiendo ese vestíbulo, se desarrollan las tres naves que por dentro presentan una cubierta de cañón corrido. Aquí debemos pensar que la doble cubierta, en bóveda hacia el interior y en tejado de dos aguas al exterior, es un derivado de la necesidad entre la expresión mística y de recogimiento adentro, de y de la tecnología para escurrir el agua de lluvia afuera, más sencilla, más eficiente y de menor costo con el tejado, que impermeabilizando las bóvedas. Cada nave remata en una capilla, la nave principal en la consagrada a San Salvador, y las laterales consagradas a Santiago Apóstol y San Juan Bautista respectivamente.
Lo que para mí es sobrecogedor, es la dimensión del espacio arquitectónico, pues templos de tres naves hay muchos a lo largo de la historia, y de muy variadas dimensiones. Aquí, parece que, en términos digitales contemporáneos, le dan un escalable de .6 al edificio. Las columnas y arcos de medio punto que separan las naves son pequeñitos, casi para niños, aunque la altura de la nave principal es considerable. Todo parece echo para acoger a muy poca audiencia, “chiquito” como decimos los mexicanos, como chiquito es en metros cuadrados en territorio asturiano, eso sí, con sus montañas no tan altas en el contexto internacional, pero muy respetables en el europeo, y muy, muy verticales ¿será que el espacio obedece también a la sensación de ese contexto?
Restringidos entre las montañas y el mar, confrontando al poderío musulmán de aquella época, los asturianos prerrománicos, armaron su expresión de resistencia, en este caso a través de una fe, y un entorno, pero eso no exenta a la expresión plástica de intercambios culturales, ya que las artes plásticas que complementan a la arquitectura (pintura y escultura) presentan múltiples influencias, entre las que destacan el universo previo del imperio romano, ya sea por reutilización o repetición, hasta elementos claramente andalusíes, lo cual comprueba que, si bien había una resistencia política, las estructuras de conocimiento permeaban entre el mundo musulmán y el cristiano astur.
Salimos para recorrer el exterior primero hacia el sur, donde el soleado día rebota en la fachada de esta orientación, haciendo brillar los pétreos materiales del edificio. Aquí podemos ver el cambio de escala que provee la diferencia de altura entre nave principal y nave lateral, sumado al que aporta el anexo del pórtico cerrado para la realeza. El ritmo estructural de los contrafuertes, las ventanas bíforas que aportan algo de luz a la nave principal y su diferencia en ritmo y composición con las del añadido. El arco que enmarca el acceso real, y otro, hacia el final, cuya función parece ser más de servicio.
Al nororiente, el ábside nos presenta en la parte baja y al centro, la ventana trifora, es decir, tres arcos, que corresponde en interior con la capilla principal de San Salvador, y dos ventanas en los volúmenes laterales que iluminan las otras dos capillas. Arriba de la ventana trifora, al igual que en San Julián, remata verticalmente el eje una ventana de dos arcos, que da a una cámara inaccesible. Misterio sin resolver de un mundo previo, con más de mil años de existencia.
Si uno mira el edificio sin el contexto del resto del monasterio pareciera en el paisaje ser mucho más grande de lo que es su realidad. Solo en la comparativa con el templo cisterciense y los volúmenes del monasterio reconstruido en el siglo XVI, entendemos su escala real, o al pararnos junto y ser nosotros mismos una referencia. Como esos efectos especiales que tiene el cine, en que, para aparentar la altura entre un personaje y otro, sin perder o deformar la proporción de individuos, se deben alejar considerablemente entre sí, para luego capturarles con una telefoto que elimina los efectos de profundidad.
Tras ocho siglos transcurridos desde aquel 711 de nuestra era, en la última década del siglo XV, el universo ibérico cambió radicalmente, así como la hegemonía religiosa e ideológica de sus habitantes. Pero la visita a estos peculiares sitios, nos recuerda que nada es absoluto, y lo que hoy son glorias de vencedores, ayer fueron reductos y recursos de resistencia, y mañana, quién sabe qué circunstancia o perspectiva les depare el destino. Por ello, es sano ser humildes, y es sano entender, que la monumentalidad no está en la dimensión, sino en el significado que, a las cosas, le damos como comunidad.
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