Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú
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¡Felices fiestas!
23 diciembre, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
El Río Escanela fluye por entre las comisuras de la denominada Sierra Gorda de Querétaro, dentro de lo que es el municipio de Jalpan. El río desde luego trasciende el municipio, pero es en esta demarcación político-administrativa que se encuentra el espacio visitable.
Dicho espacio pertenece a una comunidad local que, bien organizada, ha conseguido estructurar un evento ecoturístico. No he podido conseguir realmente datos de quiénes asesoraron a los habitantes locales, pero la lógica administrativa del sitio responde más a una clara identidad cultural con la naturaleza, que a una metódica imposición financiero-administrativa. Es decir, sin poder asegurarlo, pareciera que la lógica pragmática de los lugareños ha sabido aprovechar ciertas dinámicas del mercado turístico actual, ése que se enfoca más a la búsqueda de experiencias en la naturaleza, mezclándolo con un inequívoco sentido de propiedad que hace del lugar un patrimonio irrenunciable. Es evidente, también, que han podido y sabido gestionar el apoyo, por mínimo que sea, de la administración municipal y estatal para conseguir el recurso básico y cierta promoción mediática.
Si bien, el punto de partida no ofrece muchas expectativas de primer impacto, el recorrido en general supera con creces cualquiera.
A las casetas de cobro y baños, cuya construcción pragmática acierta en la simpleza de lo esencial, pero fracasa rotundamente en el mantenimiento cotidiano, el recorrido se encarga de llevarnos por senderos “diseñados” no por una mano que piensa, como diría Pallasma, sino por unos pies que, a fuerza de recorrer una y otra vez la ruta, construyen un camino. Cuando el trayecto se vuelve más agreste de lo que el paso poco experimentado del visitante puede soportar, aparecen inserciones de elementos que, de haberlos conocido, estoy seguro Joseph Albers abría condecorado como definitorios del minimalismo: una losa de concreto que cuelga de las rocas, reforzada con unos “pilotís” que no son otra cosa que un simple palo sacado de la rama de alguno de los miles de árboles existentes. Algunas estructuras que, en vertical podemos llamarles escaleras, y en horizontal puentes: simples tarimas resueltas con base en largueros que toman el guion de trabes estructurales, y tablones que trabajan en la doble función de enlace rigidizante entre los largueros, y losa de soporte en el caso de los puentes o peraltes-huella en caso de las escaleras. La claridad del elemento es aportada por la creatividad y eficiencia del recurso provisto por la mano, ahora sí, que piensa, del campesino local. En otros estratos más necesitados de nombres rimbombantes, a estos puentes y escaleras entarimados, les llamaríamos “pallets”, siempre dispuestos los arquitectos contemporáneos a querer curar nuestro complejo de superioridad o inferioridad, dependiendo del caso, con nombres sofisticados.
El resto, es descubrir el río y sus diversas expresiones del líquido que lo conforma: transparencia cristalina, azulados reflejos, blancos borbotones de espuma producto de la oxigenación; es descubrir también la cañada con los estratos geológicos dibujados en los muros de piedra tallados con millones de variantes geométricas por el paso constante del agua; la interminable vegetación, de una diversidad que sobrepasa la burda sapiencia del gen urbanita. Y llegar al espacio focal del evento: El puente de Dios.
El nombre de puente hace alusión a un gran arco tallado por la fuerza del torrente que transcurre por el camino que ha tallado con su consistencia, el agua a lo largo de siglos. La montaña entonces pasa por encima del río conformando una bóveda plagada de peculiares oquedades cuyas formas ondulantes retarían a la más radical de las fantasías gaudianas. De estas oquedades brota a manera de regadera, más agua, la que se ha ido filtrando desde lo alto de la montaña por entre los distintos estratos del subsuelo, siguiendo una ruta alterna a la del flujo de la cañada, más lenta pero también constante. Dependiendo de la oquedad, el vital líquido puede precipitarse en distintos grados de intensidad o presión, con lo que la ducha al gusto del consumidor está asegurada. Eso sí, sin calefacción, pero tras el ejercicio físico y el clima caluroso, se agradece una temperatura que permite enfriar la maquinaria.
El recelo con que está cuidado el recorrido, casi libre de basura y, en especial, de basura plástica, cuya presencia en los sitios más recónditos del planeta no deja de ser una advertencia a nuestra terrible gestión del habitar contemporáneo, sus consumos y sus desechos, es una lección del buen hacer y, de que, para hacer bien, la voluntad es lo que cuenta.
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