Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (II): Ranas
Tras la imborrable experiencia de la visita a la Zona Arqueológica de Toluquilla (en la Sierra Gorda de Querétaro), publicada [...]
10 junio, 2022
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
La palabra “escala” es uno de los vocablos más utilizados en el lenguaje de quienes profesamos la arquitectura. Si bien no es exclusiva de nuestro quehacer, ni mucho menos, está presente desde el primer día en que iniciamos nuestra formación en esta forma de vida que implica la acotación del espacio para ser habitado de una u otra forma. Puede ser bastante abstracta para aquellas personas ajenas a ejercicios gráficos o de modelaje, donde su acepción es muy puntual: el reducir matemáticamente la dimensión real de algo, tantas veces sea necesario, como para que “quepa”, ya sea en un papel o en un espacio limitado. Si bien esta acepción puntual es válida para los procesos proyectuales en arquitectura, la palabra tiene, para quienes nos dedicamos a esto, una acepción más filosófica y profunda. La escala en arquitectura, es aquello que nos permite entender la relación de un edificio en su totalidad, con sus partes, su entorno y sobre todo (siempre debería ser así, no siempre sucede) con quienes lo vivan.
Dominar la escala dese esta amplitud es altamente complejo, combina aspectos perceptuales con técnicos y requiere un alto nivel de manejo en pensamiento matemático abstracto. La geometría y sus proyecciones en dibujo han funcionado como herramienta analítica por varios siglos y creo que es mucho más importante esa labor, que la meramente expresiva.
El geometral, es una forma de dibujo en donde se proyecta la geometría plana, perpendicularmente al observador, de tal manera que todos aquellos elementos que no sean curvos y que estén justamente perpendiculares a la vista, aparezcan en “verdadera magnitud” es decir, con sus medidas reales. Si el dibujo se hace sobre un papel, se utiliza la escala como herramienta de reducción o ampliación, tantas veces como sea necesario, para que los elementos dibujados quepan adecuadamente dentro del lienzo. Si se dibuja con herramientas digitales, se puede hacer en tamaño real, y solo se escala para impresión. Este sería solo el uso puntual como ya he comentado anteriormente, de la palabra escala. Hablando de arquitectura, un geometral puede ser utilizado para verificar el funcionamiento y dimensión de los espacios usando una vista “desde arriba” o en “planta” como le decimos comúnmente. También puede usarse, para analizar la relación de altura entre los elementos que caracterizan el espacio, y comprobar que se cuenta con el volumen adecuado para la actividad que se realizará en él. Y por supuesto, se utiliza para analizar la relación de los distintos volúmenes y espacios de una edificación (futura o existente) para analizar la composición entre ellos, y determinar los factores perceptuales de escala y proporción, de acuerdo con un contexto determinado.
Pocas veces el dibujo en geometral representa la experiencia real del edificio, pues el movimiento de los habitantes a través del espacio es multidimensional y dinámico, mientras que un dibujo de este tipo es por fuerza bidimensional y estático. Sin embargo, existen escenarios peculiares en donde, de acuerdo al instante en que uno se detiene a observar y la distancia a la que está el elemento observado, la experiencia real y el ejercicio analítico de proyección geométrica coinciden a la perfección. Uno de los mejores ejemplos de ello, a mi modo muy particular de ver las cosas, se encuentra en Venecia. Mi padre al regresar de una visita a la mítica ciudad me lo comentó y quedó sembrada la semilla para cuando la fortuna me permitiera ir por mi cuenta a recorrer sus calles y canales.
Así, en 2015, por invitación de la TUDelft para participar en la presentación de un libro durante la Bienal de Arquitectura que se celebraba ese año en Venecia, uno de los días, mientras caminaba por la Fondamenta Zattere Ai Saloni, casi en esquina con la fondamenta fornace, en un punto exacto, se materializó un geometral estudiado mil de veces de forma académica, en el producto edificado. El dibujo es de Andrea Palladio, el Templo es Il Redentore, construido durante el último cuarto del siglo XVI.
Al otro lado del gran cuerpo de agua, en la Giudecca, la distancia entre mi posición y el edificio eliminaba el efecto de perspectiva y el templo real pasaba a ser un dibujo plano, bellamente matizado por las luces de un sol que ya se ponía.
Aprovechando la fotografía como herramienta también analítica y un buen lente de acercamiento que cargaba, me di a la tarea de ajustar hasta que la imagen capturada fuera casi idéntica al multi estudiado dibujo, a la vez que trataba de completar, moviéndome de un lado a otro para determinar la transformación de la simetría perfecta, a la simetría dinámica, cada vez que abandonaba el eje visual específico.
De esta forma, la composición geometrizada de Palladio para el eje principal del templo, solo puede ser percibida en su precisión, cuando uno se detiene en el punto narrado, mientras que en movimiento, el volumen cambia, parece desplazarse hacia la expresión estructural de sus poderosos contrafuertes que juegan rítmicamente hacia un lado y hacia el otro.
Por otra parte, cruzar el canal para visitar el templo, reseña otra experiencia muy distinta, de encuentros y desencuentros, donde la escala del edificio, se torna amable o majestuosa, dependiendo del recorrido.
Parado en la escalinata de acceso, la cúpula tan preponderante y que da presencia al edificio en el paisaje, desaparece y la portada se vuelve la protagonista. Camino hacia adelante, hacia atrás, como me enseñó mi padre, buscando reconocer en el recorrido, las distintas experiencias que ofrece la arquitectura, cada escorzo, de cerca y de lejos, implican una lectura distinta de la escala.
Palladio sabía muy bien lo que hacía, conocía a la perfección su ciudad, las herramientas analíticas de la geometría y su relación con los procesos de edificación, y nos regala en el templo una lección de escala.
Las imágenes que siguen al dibujo, representan mi emoción ante el descubrimiento. Al revisarlas nuevamente, pasados los años, la memoria revive la experiencia, pero el tiempo transcurrido, la convierte en nuevas y diferentes sensaciones para seguir aprendiendo.
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