Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
1 julio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En abril de 1940, Marcel Breuer publicó un artículo en la revista House & Garden con el título Dígame, ¿qué es la arquitectura moderna? Ahí escribió:
Muchos quieren explicar la nueva arquitectura como el resultado de las nuevas técnicas, de los nuevos materiales. Creo que se equivocan. La piedra y la madera son tan estimulantes para la nueva visión arquitectónica como el concreto y el vidrio. Otros quieren explicarla como resultado de funciones estrictamente analizadas y materializadas, algo así como un vacío económico hecho a la medida de nuestras dinámica y estática cotidianas: la máquina para vivir. Con todo, el camino del funcionalismo es muy estrecho para la mente creativa. Otros más quieren explicarla con los ojos del esteta; la comparan con la pintura o la escultura moderna, buscan descubrir la misma forma, el mismo método. Me temo que tampoco puedo estar de acuerdo.
Breuer también descalificaba al orden social o a la técnica como características que pudieran explicar por sí solas lo que la arquitectura moderna es. Todo eso, decía, juega una parte, pero no es medular. En las notas para una conferencia sobre La nueva arquitectura, Breuer vuelve al tema de la arquitectura moderna. En principio el mismo calificativo le parece vago para algo que ya daba por hecho: “el problema ya no es —escribe— si la arquitectura ha de ser moderna o no. En principio, la nueva arquitectura, que por falta de mejor nombre llamamos «moderna», parece irrevocablemente establecida.” Entonces plantea que los postulados de la arquitectura moderna —techos planos, muros de vidrio, funcionalismo e incluso la idea de la máquina para vivir— pueden olvidarse y centrarse en encontrar los puntos fundamentales para la buena arquitectura —lo que reconoce es difícil incluso de definir.
La carencia de ornamentos, la abundancia de vidrio, la modulación horizontal, los techos planos o la reputación de ser funcional y la tendencia a ser ligera, tanto físicamente como de apariencia, son para Breuer accidentales, casi en un sentido filosófico. La importancia que concedamos a alguno de esos temas puede ser pasajera y el ritmo de la arquitectura es más lento, “se mueve en ondas largas” —“estamos hartos de cambios a la moda en objetos que deben ser usados por toda la vida,” dirá en otra parte.
Para Breuer, hay otras características de la nueva arquitectura a las que hay que prestar atención. Por ejemplo, lo que llama contraste y yuxtaposición y, sobre todo, la atención al espacio: “antes, dice, el espacio era el fondo para los objetos y los muebles, hoy es el objeto y el fondo de la propia figura humana: no es un contenedor de composiciones sino la composición misma.”
Más importante aún es cierto procedimiento o manera de acercarse a los problemas: directo, libres del peso de la tradición. En otro texto titulado Los componentes básicos de la arquitectura, Breuer dice que la selección es el más importante problema contemporáneo: qué elegir hacer o usar y por qué. Esa elección debe hacerse con responsabilidad, “basados en la experiencia” pero sin olvidar “la aventura del progreso,” pues “experimentar es también una de las responsabilidades del arquitecto,” pero asumiendo que “la arquitectura no es la materialización de un estado de ánimo: su objetivo es la utilidad general —no debe ser el autorretrato ni del arquitecto ni del cliente, aunque contenga elementos de la personalidad de ambos.” La experiencia y la experimentación en arquitectura tenían para Marcel Breuer un objetivo claro que no era el edificio sino “el hombre nuevo y la vida nueva.”
Marcel Lajos Breuer nació el 21 de mayo de 1902 en Pécs, Hungría. En 1920 obtuvo una beca para estudiar en la Academia de Artes Plásticas de Viena, pero a las pocas semanas dejó esa escuela. En 1920 entró como estudiante a la Bauhaus y en 1924, tras pasar su examen de carpintería y trabajar brevemente en un despacho de arquitectos en París, Breuer regresó a la Bauhaus como Jungmeister: joven maestro. En 1928 dejó la Bauhaus y fundó su propio despacho en Berlín, pero la llegada de los nazis al poder lo obligó a dejar Alemania. Primero emigró a Suiza, luego a Inglaterra y en 1937 llegó a los Estados Unidos, donde se asoció con Gropius hasta 1941 que abrió su oficina en Nueva York. Pese a haber proyectado suficiente y buena arquitectura, como el edificio de la Unesco en París, en 1958, con Pier Luigi Nervi y Bernard Zehrfuss, o el Museo Whitney, en Nueva York, en 1966, para muchos el nombre de Breuer sigue asociado principalmente a los muebles de acero tubular que diseñó a finales de los años 20. Marcel Breuer murió el primero de julio de 1981 en Nueva York.
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