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¡Felices fiestas!
4 mayo, 2017
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Hay en YouTube una entrevista al escritor Isaac Asimov que, fuera de contexto, se reproduce ocasionalmente por las redes sociales. En ella, Asimov asegura que el futuro —lo que podría ser nuestro presente— pasa por un mundo donde el acceso a la información sea posible sin esfuerzo desde cualquier lugar —lo que podría ser nuestro internet—. Ello permitiría reformular completamente los criterios con los que el aprendizaje se realiza.
¿Llegó ese futuro? Mientras los sistemas educativos —de la primaria a la universidad— aparecen estancados aún hoy en viejas pautas que no hacen sino replicar viejas fórmulas sin ponerlas en cuestionamiento que, en el caso específico de la enseñanza de la arquitectura, se basan, tal y como criticaba Juan José Kochen en un reciente Arquine Jams, en una ficción según la cual la arquitectura no se enseña bajo lógicas que permitan plantear preguntas, formulaciones y cuestionamientos críticos, sino que todo el desarrollo se centra en una simulación de lo que “debe” ser un arquitecto y en la que el proyecto centra gran parte del esfuerzo de un estudiante que corre el riesgo de asumir que sólo así se puede “ser” arquitecto. Ésa sería una visión que excluye otras muchas. Así, y en términos prácticos yo mismo estaría lejos de haber sido un caso exitoso pues orienté mi práctica hacia temas más tangenciales y periféricos y abandoné aquello que escuche a un profesor era lo que debía ser la arquitectura: el diseño de edificios.
En realidad, la arquitectura, como otras muchas disciplinas, se centra, aún hoy, en las figuras del maestro, como aquel que tiene el conocimiento, y del aprendiz, quien debe poner su esfuerzo en la reproducción de modelos “clásicos” que idealizan, frecuentemente, la arquitectura como un proceso de gran esfuerzo mental. Por ello, y volviendo a Asimov, la red es hoy vista como una oportunidad y como una amenaza, en la medida que el profesor deja de tener la autoridad completa sobre la producción de un conocimiento que se encuentra, además, alterado y desordenado y donde las cosas ya no siguen viejas secuencias lógicas o históricas. Hoy fenómenos como Pinterest ofrecen a los alumnos un catálogo completo de soluciones que —más o menos torpemente— “sólo” deben copiar y acoplar como parte de su trabajo. En un momento donde todo está —no necesariamente de forma correcta— a golpe de click, urge pensar en qué significa esto para la comprensión y la producción de la arquitectura.
A ello hay que sumar que los que vivimos embebidos en las redes sociales –los llamados nativos digitales– somos acusados de hacerlo en un presente eterno y no preocuparnos por adquirir un compromiso real hacia el futuro, saltando de una idea a otra de forma continua y fugaz. ¿Cómo operar entonces con el compromiso de una carrera de fondo como es arquitectura? Dice Meredith Haaf en Dejad de lloriquear que somos una generación “con una juventud dorada”, pero también una “cuyas perspectivas de futuro a corto y largo plazo son todo menos brillantes”. De ser así, de ser conscientes de esta falta de futuro, ¿es realmente posible involucrarse con algo de forma plena? ¿No será que la apatía asociada a esta generación no es sino la consecuencia de haber sido inundados con muchas posibilidades que hoy aparecen muchas veces bloqueadas? Y si, además, tenemos acceso a una ingente cantidad de información, donde una nueva idea desplaza a otra, ¿elegir no se torna casi siempre una tarea complicada?
El mundo ya ha cambiado. Apunta María Buey que las lecturas que hacemos de las cosas ya no pueden ser igual pues, como asegura Luciano Concheiro en Contra el tiempo, la información no nos llega hoy como si pasáramos de una página a otra —como sería en un libro— sino que se superpone y se cuela a través de múltiples estímulos: redes sociales, webs, etc. La atención, en definitiva, está sobreestimulada y alterada.
Aún existen reticencias que asumen que la arquitectura –la universidad más bien– necesita de sus propios espacios, ajenos a lo que pasa y con tiempos de producción basados, claro está, en el compromiso y el esfuerzo constante hacia la meta de la excelencia. Y es importante establecer estas críticas. Como expone Francisco Valdivia en ArchDaily tenemos que tratar de entender qué está pasando antes que sea demasiado tarde. En su texto, Valdivia se lamenta que sus alumnos ven la carrera de arquitectura de la misma manera que acceden a Netflix o a Uber: lo queremos ya y de la forma más accesible posible, fuera de las frustraciones y limitaciones que supone el esfuerzo de dedicarse a una carrera demasiado larga sin satisfacciones a corto plazo y lo mismo para un el modelo universitario con horarios regulados. Su forma de pensamiento se encuentra, como decíamos antes, alterada por las nuevas tecnologías, que imponen una inmediatez de tiempo a la que la universidad no estaba acostumbrada: si necesitamos más clases, sólo habría que escribir al profesor a su correo para que nos las ponga; si no me gusta este profesor, tendría que poder votarla con una carita enojada o con pocas estrellas. Clases a la carta y la universidad como un servicio, pues.
Y si bien Valdivia acierta al ver de dónde viene el modelo –las nuevas apps y plataformas de internet ha transformado la universidad y sus profesores y sus estudiantes están ya afectados por ello–, quizá hubiera que entender que lo que es visto como un problema por muchos es también una realidad de nuestro tiempo de la que no podemos escapar y desde donde estamos obligados a pensar en nuestro trabajo. Quizás por ello en el último LIGA interludios, los arquitectos de MAIO, Anna Puigjaner y Guillermo López, se atrevían a mantener Remotos una conversación por WhatsApp limitada exclusivamente al uso de imágenes, negando la presencia del texto. El resultado daba lugar a equívocos, malentendidos que, como dijo Puigjaner, deberían afectar de algún modo a la forma en la que la arquitectura se materializa en nuestra producción, es decir, no podremos huir de la instantaneidad y las nuevas formas de lenguaje que determinan estás herramientas, pues ya forman parte de nosotros mismos.
Es un momento estimulante y toca tomar posición mientras las líneas se siguen definiendo: o vemos la universidad como un escenario autónomo que “ensaya” el proyecto o nos empapamos por completo de las nuevas fórmulas instantáneas. La solución no es fácil y no es una u otra, sino una posición intermedia que tome cosas de todas las partes, que asuma que el mundo ya ha cambiado y seguirá cambiando. Es difícil, pero es o eso o apuntarnos a las clases que un octogenario Frank Gehry metido a youtuber que, a la forma de un tutorial para aprender a tocar un instrumento o maquillarse para estar a la moda, ofrece el acceso al conocimiento de la arquitectura por una módica suscripción. Quizás, así, si acierta y tiene éxito, sabremos entonces que ser arquitecto era casi tan fácil —y cuestionable— como acercarse a una pantalla.
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