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12 mayo, 2021
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
Enric Miralles y su mesa “Inestable”. Fotografía: Maro Kouri.
Hablar de Enric Miralles (1955-2000) en Barcelona es invocar una especie de leyenda en el mundo de la arquitectura, un personaje cautivador y enigmático. Su nombre lleva un aura entre arquitecto de culto —siguen apareciendo aún hoy en día, historias sobre su persona y su obra—, y genio local cuya muerte nos privó de continuar viendo su potencial, un potencial que parecía estar en su momento álgido cuando se vio interrumpido.
Con motivo del 20 aniversario de su muerte se celebran en Barcelona una serie de actividades que pretenden mostrar todas las facetas de este arquitecto, pensadas para celebrarse el año pasado, pero pospuestas a causa de la pandemia. El homenaje empieza con tres exposiciones impulsadas por la Fundació Enric Miralles, una en el Centro Arts Santa Mónica donde se exponen sus collages, otra en la sede de la fundación Enric Miralles sobre la obra del despacho MirallesTagliabue tras la muerte de Enric, y una tercera —la mejor de las tres— en el Saló del Tinell sobre cuatro obras paradigmáticas en la carrera profesional del arquitecto.
Estas muestras serán complementadas con otra exposición sobre su trabajo como diseñador de mobiliario y objetos en el Disseny Hub, una serie de conferencias organizadas en el Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC) y una exposición en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) sobre su labor académica.
Cementerio de Igualada. Fotografía: Arturo Mc Clean.
Una oportunidad que se echa de menos en las exposiciones es la de poner al arquitecto en su contexto histórico, nacional e internacional, para entender su obra. No es baladí el tiempo que estuvo en el despacho de Albert Viaplana y Helio Piñón, responsables de edificios de gran importancia en la tradición arquitectónica local. De hecho, Miralles firmó con ellos el proyecto de la Plaza de los Países Catalanes, ganadora del premio FAD de 1984, que se convirtió en una plaza paradigmática de la modernidad y a la vez controvertida por la dureza de su diseño, tanto por el uso de los materiales como por la disposición de las piezas que articulan el espacio, y que daría paso a las famosas plazas “duras” en Barcelona.
Miralles supo combinar, con una rabiosa modernidad, formas, materiales y soluciones constructivas con una tradición moderna, e incluso modernista —sus curvas y lo enrevesado de sus proyectos recuerdan a Gaudí. De esta manera, Enric se convierte en un eslabón importantísimo en la continuación de la tradición al servir como articulador entre esa arquitectura moderna con la de su tiempo; supo interpretar esta tradición y hacerla suya de una manera muy personal. Además, logró hacer escuela al dejar tras de sí colaboradores que formaron sus propios despachos, como Flores&Prats o Josep Miàs, que continuaron utilizando un lenguaje heredado de Miralles.
Acceso posterior y cubierta del mercado Santa Caterina. Fotografía: Alex Gaultier.
Enric fue un personaje poliédrico, creía que la arquitectura era una labor transversal en la ideación del espacio que abarcaba todas las escalas: desde el emplazamiento hasta el diseño del mobiliario, pasando por la tipografía. Al ver sus collages, uno entiende la mirada fugada de su arquitectura. Él necesitaba más de un punto de vista para entender la realidad, para construirla y luego reconfigurarla a su antojo, manipularla y subrayar aquello que creía importante. No se dejaba constreñir por las limitaciones de la herramienta que utilizaba, más bien al contrario, le daba vuelta y la utilizaba a su favor.
Fotomontaje. Imagen: Fundació Enric Miralles.
Al intentar captar una imagen global de las actividades que se están organizando, y se organizarán como homenaje al arquitecto, se echa en falta rigurosidad para comunicar la importancia de Enric al gran público. Lo importante en la obra de Miralles no son tanto los premios ni los concursos que ganó, lo importante son los motivos que hicieron que los ganara. Las obsesiones personales que hay detrás de sus proyectos hacen más humano a un personaje que hizo famoso el ejercicio de dibujar un cruasán, que vivía con la idea de encontrar la arquitectura en todo, que dormía en una cama igual a la de Le Corbusier, obsesionado por la tradición y los clásicos. Explicar estas cosas, acerca a Miralles al público especializado, pero también lo humaniza y lo hace mucho más interesante para todos, a la vez que permite entender mejor sus proyectos.
Se pierde, quizás, una oportunidad importante para exponer la obra de un gran arquitecto en toda su extensión y profundidad. Se pierde lo poético de su visión, así como la etapa con Carme Pinós —que fue importantísima. Queda como aspecto positivo la oportunidad de, en un futuro, hacer una exposición que sirva de prisma a través del cual poder entender quién fue realmente Enric Miralles, y cuál fue su importancia en el panorama local e internacional.
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