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En el principio fue el trazo

En el principio fue el trazo

3 febrero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

“A mi también, un día, tarde, adulto, me dan ganas de dibujar, de participar en el mundo a través de las líneas.” Eso lo escribió Henri Michaux en su libro Emergencias-resurgencias, publicado originalmente en francés en 1972. Michaux nació en Bélgica el 24 de mayo de 1899 y en los años veinte emigró a París. Escritor y poeta, más o menos por esos años también empezó a pintar y, sobre todo, dibujar. Sus dibujos son trazos gráficos, caligráficos, que parecen el resultado de horas gastadas descargando obsesiones con la pluma. A veces son textos de escrituras indescifrables, otras son paisajes o cartografías o retratos de multitudes que pelean cuerpo a cuerpo, sea en una batalla o en un ritual orgiástico. “En lo del trazo libre —dijo Francis Bacon—, creo que Michaux es mucho mejor que Jackson Pollock.” Una línea, dice Michaux, “una línea mejor que las líneas; y comienzo dejándome llevar por una, una sola que dejo correr sin levantar el lápiz del papel, hasta que a fuerza de errar sin fijarse en sete breve espacio, tiene que detenerse obligatoriamente.”

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“Cuando debo resolver algún problema arquitectónico, constantemente —de hecho, sin excepción— me enfrento a obstáculos difíciles de superar, ese sentimiento de las tres de la mañana” —escribió Alvar Aalto. Esa sensación, dice, era resultado de todos los elementos —“muchas aveces mutuamente discordantes”— con los que opera el diseño arquitectónico: requerimientos sociales, humanitarios, económicos y tecnológicos combinados con problemas sicológicos que afectan, agrega, tanto al individuo como al grupo. “El altísimo número de distintas exigencias y problemas genera una barrera que dificulta que surja una idea arquitectural básica.” La manera que tenía Alvar Aalto para superar ese bloqueo era “olvidarse por un momento del conjunto de problemas” y dejar que “las innumerables exigencias implicadas se hundieran en el subconsciente.” Entonces, agrega, “cambio a un método de trabajo que es muy cercano al del arte abstracto: simplemente dibujo por instinto, no una síntesis arquitectónica sino lo que aveces resultan composiciones bastante infantiles, y de ese modo, de manera abstracta, la idea principal toma forma gradualmente: una especie de sustancia universal que me ayuda a conjuntar los numerosos componentes contradictorios en armonía.”

En sus Vidas construidas, Anatxu Zabalbeascoa y Javier Rodríguez Marcos dicen que Alvar Aalto nació el 3 de febrero de 1898, “cuando Finlandia no era más que un deseo.” Su padre, Johan Henrik Aalto, era inspector forestal y, como se ha dicho varias veces, de él aprendió el gusto por la naturaleza y las técnicas para registrar en mapas y planos los accidentes del terreno, entendiendo que en la topografía nada es más esencial que lo accidental. Goran Schildt escribió sobre esos primeros años del niño Alvar viendo a su padre dibujar mapas que “la actitud del agrimensor en relación a la naturaleza es flexible y dialógica por necesidad: todo lo que hace debe adaptarse al terreno, el paisaje y los edificios existentes.” Mark Hewitt dice que ningún arquitecto moderno ha estado cercanamente asociado ala composición libre del boceto y que Aalto consideraba esa manera de dibujar como parte fundamental de la creación de la forma arquitectónica. Hewitt piensa que el automatismo gráfico de los bocetos de Aalto ha sido mal utilizado al construir el mito del “irracionalismo” del arquitecto finés. El mismo Aalto dijo que sus “dibujos infantiles estaban sólo indirectamente ligados al pensamiento arquitectónico, pero que en algún momento llevan a tejer la sección y el plano y a un tipo de unidad entre la construcción horizontal y la vertical.”

“Quiero que mis trazos sean el fraseo mismo de la vida, pero suave, deformable, sinuoso,” escribió Michaux. Hewitt habla de la “belleza orgánica” de los dibujos de Aalto, quien pensaba que la arquitectura tenía una gestación orgánica y que no nacía ya formada sino que, de manera progresiva, se iba conformando. Su método de dibujar es pieza clave en ese proceso en el que, de nuevo según Hewitt, se combinan precisión y libertad en “una rara visión de una imaginación que de algún modo combinó fantasía y racionalidad, fundiendo masa y espacio en un concepto singular, y uniendo el paisaje y el edifico con un ojo de cartógrafo.” Naciente necesidad de expansión, dijo Michaux: “encontrar su terreno, el terreno para el ejercicio de una vida, de otra vida en instancia, de una nueva vida por hacer, aquí y ahora, una vida que no estaba antes.” En el principio, pues, el trazo.

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