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Columnas

El valor público de los parques

El valor público de los parques

28 agosto, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

 

La planeación de ciudades tiene tres objetivos. El primero concierne a los medios de circulación, la distribución y el tratamiento de los espacios dedicados a las calles, trenes, canales y cualquier otro medio de transporte y comunicación. El segundo concierne a la distribución y el tratamiento de los espacios dedicados a todos los otros propósitos públicos. El tercero concierne al resto de la tierra, privada, y a los desarrollos que ahí se dan, en tanto sea posible para la comunidad controlar o influir en dicho desarrollo.

Lo anterior lo dijo en el discurso inaugural del Segundo Congreso Nacional de Planeación de la Ciudad —habrá que diferenciar City Planning de Urban Planning— y de Congestión de la Población, que tuvo lugar en Rochester Nueva York, en mayo de 1910, Frederick Law Olmsted. Hoy, poco más de cien años después, pareciera evidente que el segundo objetivo de la planeación de ciudades fue poco a poco perdiendo peso, aplastado por los otros dos. Los espacios de circulación y distribución terminaron afectando la lógica misma de los espacios dedicados a todos los otros propósitos públicos, haciendo de cualquier lugar un espacio de paso —lo que años después Marc Augé llamó no lugares: espacios que no tienen otro sentido que esperar la conexión con un transporte que nos lleve a otro espacio similar. Su prototipo, quizás, se encuentra en esos espacios que en el siglo XIX mediaban entre las plazas públicas al frente de las estaciones de trenes y el tren mismo y que los franceses llaman salas de pasos perdidos. Se han vuelto lo que en su momento Iñaki Ábalos y Juan Herreros calificaron como espacios vectoriales: el puro vacío que garantiza el desplazamiento entre un punto y otro. Esos puntos, normalmente, pertenecen al tercer objetivo de la planeación de ciudades, lo que Olmsted califica como el resto, lo que sobra del espacio público, de circulación o de estar —y que propiamente constituye el lugar de la ciudad—: los terrenos privados. La posibilidad para la comunidad de controlar o influir en el desarrollo de lo que se construye en los terrenos privados no sólo ha disminuido sino que la relación se ha invertido y hoy es la economía —las normas de lo propio, de lo que tiene propietario— lo que, como advirtió Hannah Arendt, controla un espacio que debiera estar a cargo de la política. Las finanzas han sustituido a las políticas públicas en la ciudad, sea en relación al transporte de bienes y personas o a aquello que se construye en el espacio al que, ya sólo por costumbre, llamamos público.

Frederick Law Olmsted nació el 26 de abril de 1822 y bastaría con decir que diseñó Central Park, pero hizo mucho más que eso, que no es poco. Tras una afección de la vista decidió no entrar a estudiar a Yale y mejor recorrer el mundo. Se hizo marino mercante y periodista y luego estableció una granja experimental. En 1850 viajó a Inglaterra y lo que vio lo contó en Walks and Talks of an American Farmer in Engand, publicado en 1852. “Todo hombre al viajar será dirigido por caminos particulares por sus peculiares gustos, hábitos e intereses personales,” dice en el prefacio. Antes de la Guerra Civil, el New York Times le encargó una serie de artículos sobre los Estados del sur, cuya pobreza general era, para Olmsted, un efecto de la esclavitud que ahí imperaba. También en 1852, Olmsted entró al concurso para diseñar Central Park. En 1958, el equipo en el que participaba fue seleccionado ganador. Además de Central Park, Olmsted diseñó decenas de parques urbanos, campus y reservas naturales en los Estados Unidos y Canadá.

Olmsted se tomaba en serio los parques y su utilidad pública. En un texto de 1881 titulado A Consideration of the Justifying Value of a Public Park, Olmsted escribió: “últimamente he sabido que la palabra “parque” se aplica al cinturón que protege a un estanque, una playa o el patio de una prisión; a muchas cosas que no tienen el menor interés público en común.” A principios de los años 70 del siglo XIX, hubo desacuerdos sobre la administración de Central Park. Olmsted y muchos más veían deterioro; miembros de la administración pública veían su mantenimiento como un “gasto lujoso.” La discusión giraba en torno a patronatos y patrocinios y el control de los recursos públicos, fueran impuestos o espacios como el propio parque. Olmsted publicó un panfleto titulado Spoils of the park, firmando como “uno de los diseñadores del Parque, varios años su superintendente y alguna vez presidente y tesorero del Departamento.” Ahí escribió:

La misma “razón de ser” del parque es la importancia para la prosperidad de la ciudad de ofrecer a su población, en tanto crece y le hace falta espacio, la oportunidad de un alivio placentero y relajando de los edificios, sin ir demasiado lejos del futuro centro. ¿Qué más que este propósito justifica preservar de empresas comerciales más de cien cuadras de buena tierra para construir justo en la línea de mayor demanda? Se puede construir como parte del negocio del parque sólo si eso ayuda a escapar de los edificios. Cuando se construye para otros propósitos, el parque termina. Las cisternas y el museo no son propiamente parte del Parque: se han deducido de él. Los subterráneos no son deducciones pues su efecto, en conjunto, es ampliar, no disminuir las oportunidades de escapar de lo edificado. Si se hubieran construido sobre la superficie y se hubieran hecho intencionalmente llamativos; si se hubieran construido —como en su momento fue difícil convencer incluso a críticos inteligentes que no habría que hacerlo— como objetos decorativos, serían una contravención y no fomento de lo que es el Parque.

Para Olmsted, marino, periodista, granjero y diseñador de parques, los parques públicos eran una parte esencial de su visión de lo que era la democracia: públicos, abiertos a todos. En inglés Olmsted usa varias veces el término business refiriéndose a ellos: su asunto, pero también su negocio. El negocio de los parques, para Olmsted, no era sólo el ocio, sino una inversión a largo plazo en nuestra relación como sociedad con la naturaleza pero, sobre todo, en la relación entre nosotros mismos. La ganancia de esos espacios se medía en el desarrollo democrático y, por lo mismo, económico de la sociedad en general —recordemos que Olmsted había asociado la esclavitud con el escaso desarrollo económico de los Estados del sur.

A Frederick Law Olmsted le extrañaba que le llaman parque al pasto que rodeaba una cisterna o al patio de una prisión. Murió el 28 de agosto de 1903.

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