Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
5 julio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 5 de julio del 2012 se inauguró The Shard, que con sus casi 310 metros de altura y 87 pisos es el edificio más alto de Londres y también de la Comunidad Europea. El proyecto fue aprobado tras varios meses de debates ante la oposición de algunos grupos, incluyendo la Comisión para la Arquitectura y el Entorno Construido. El diseño fue de Renzo Piano quien en alguna entrevista lo definió como una ciudad vertical, frase que muchos arquitectos han utilizado al referirse a rascacielos que han diseñado, generalmente buscando la aprobación. Los más recientes en hablar de una “ciudad vertical” fueron Herzog y de Meuron en referencia a El triángulo, un edificio con una forma que parece el resultado de que una gran fuerza ejercida en la punta de The Shard lo hubiera achaparrado al tiempo que su base se extendía. El triángulo tendrá sólo 180 metros y tras aprobación judicial, con gran alegría de Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, será el primer edificio de gran altura construido en esa ciudad desde que en 1973 se terminó la Tour Montparnasse, uno de los edificios menos apreciados por los parisinos. Bjarke Ingels al describir su proyecto para el World Trade Center II le dio un giro a la frase: a vertical village of city blocks stacked on top of each other.
El 29 de marzo del 2014 Rowan Moore, crítico de arquitectura en The Guardian, publicó un texto titulado Londres será transformado con 230 torres, ¿por qué la falta de consulta? “Cuando la apariencia de una gran ciudad está a punto de ser radicalmente transformada, es una buena idea mostrarle a los ciudadanos qué es lo que va a pasar y que puedan opinar al respecto. También es una buena idea si el gobierno de la ciudad tiene una visión o, de menos, un panorama de lo que está pasando.” Moore explicaba que, en ese momento, había planes para construir más de 230 edificios que iban de los 20 a los 60 pisos, pero importantes miembros del gobierno de la ciudad no sólo no tenían ningún plan general para tal crecimiento sino que ignoraban el número total de torres proyectadas o aprobadas. En su artículo Moore anunciaba la publicación de una declaración firmada por “importantes figuras de la cultura, la política, los negocios y grupos de ciudadanos,” y que incluía arquitectos y desarrolladores que no se oponían específicamente al cambio sino a la absoluta falta de planeación y reflexión crítica sobre la escala del mismo.
“He aquí una gran idea —escribió Moore—: los edificios en las ciudades no deben diseñarse de manera aislada sino en relación a los lugares en los que se encuentran, sean vistas hacia o desde sitios patrimoniales o el tejido de las calles cercanas. Junto con sus vecinos presentes y futuros, los nuevos desarrollos deben contar con espacio público accesible —los efectos de los edificios altos son tan importantes a nivel del suelo como en el cielo. Y entre más grande y prominente sea un edificio, mayor cuidado habrá que tener en su diseño.”
El reclamo de Moore seguramente se puede aplicar a muchos gobiernos de ciudades además del de Londres: en París, Nueva York o la ciudad de México pasa lo mismo, con la diferencia, notable, de la calidad del diseño y la ejecución de algunas de esas torres. Estos cambios urbanos son el resultado de “el libre juego de las fuerzas del mercado” y comprueban lo que ya a finales de los años setenta del siglo pasado escribió el filósofo Xavier Rubert de Ventós: “hoy la ciudad es el fondo de un poder o una clase que puede estar en o incluso vivir de la ciudad, pero que no es ciudadana.” Se trata de una ciudad que es “medio o instrumento, fondo o residuo de un sistema que genera un tejido urbano instrumental e indiferenciado.” Rubert de Ventós remata diciendo que “la manifestación extrema de estas tendencias en la política urbana se debe sin duda a que las ciudades, que duda cabe, siguen teniendo dueño; pero un dueño distante que, a diferencia de la burguesía clásica personalmente interesada en su calidad y valor de uso, se interesa ahora sólo por su valor de cambio.”
Ante la sonrisa, a veces cómplice pero generalmente sólo torpe e ignorante, de los políticos frente al festejo de los desarrolladores por el nuevo récord de altura local que alcanzará la próxima torre a inaugurarse, habrá que recordarles que el mirador de un rascacielos casi nunca es el mejor lugar para construir una visión de la ciudad.
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