Enrique Ciriani en la Cité de l’architecture de París
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31 enero, 2023
por Bernardo Gómez-Pimienta
Beaubourg, el Centre Pompidou, fue inaugurado el 30 de enero de 1977, hace 46 años. El proyecto de Renzo Piano, Richard Rogers, Su Rogers, Gianfranco Franchini y John Young, de Ove Arup, fue seleccionado entre 681 proyectos provenientes de 46 países. Fue el primer concurso internacional en Europa, con un jurado igualmente internacional, con Jean Prouvé como presidente y Gaëtan Picon de vicepresidente. El resto del jurado estuvo integrado por Emile Ailloud, sir Frank Francis, Philip Johnson, Michel Laclotte, Oscar Niemeyer, Willem Sandberg, Herman Liebaers y de suplente, Henri Pierre Maillard. Se reconocieron 30 proyectos, pero no hubo ni segundo ni tercer lugar.
A pesar de su gran tamaño, 100,000 m2, se empleó únicamente la mitad del terreno, que parecía incluso pequeño, para crear una plaza urbana en un entramado muy compacto. Beaubourg logró revitalizar la zona bastante deteriorada y que estaba prácticamente en desuso desde 1939. Vale la pena mencionar que la propuesta ganadora fue la única que no ocupaba todo el terreno. Esta nueva plaza en pendiente, que lleva al acceso por debajo del nivel de la calle, se ha convertido en un punto de encuentro tanto para parisinos como de turistas.
Aunque el concurso de ideas se fue ajustando con varios anteproyectos, no se perdió la idea principal. El proceso tuvo dificultades prácticamente desde el inicio. Un grupo de arquitectos demandaron seis veces al proyecto ganador, así como a parte del jurado, y la propuesta fue comparada con una fábrica, una refinería, un estacionamiento, un crustáceo, un apilamiento de latas de conserva, un platillo volador, una obra de Gaudí revisada por los soviéticos, una piedra de cristal, un antimuseo, un supermercado de cultura, un trasatlántico de un gigantismo intelectual y arquitectónico inhumano, un monstruo que destruiría el patrimonio cultural de la zona. Además de estas comparaciones, un periódico publicó la famosa carta en contra de la construcción de la Torre Eiffel, firmada por artistas e intelectuales franceses en 1887, que cambiaban la torre por el museo y la fecha.
El proyecto pretendía que Beaubourg se convirtiese en un centro de información en tiempo real para París, un lugar de encuentro a escala local, inspirado en Times Square, informatizado y centrado en la actualidad, e inspirado también en el British Museum, poniendo un acento en una participación interactiva entre el público, las actividades y las exposiciones. El concepto empujó hacia el exterior todos los sistemas, centrifugándolos, para liberar el espacio interior y hacerlo realmente flexible y evolutivo. En el proceso tuvieron que cambiarse varias leyes francesas con respecto a la edificación de edificios públicos y hacer que los arquitectos fueran los responsables de todas las etapas y de la calidad, los tiempos y los costos. Esto abrió la posibilidad de que se contratara por primera vez a empresas que no fueran francesas. La estructura fue fabricada en Alemania, debido al rechazo de empresas francesas por su viabilidad y costo, que además recomendaban que se construyera en concreto. Krupp fabricó las armaduras que cruzaban París de noche para evitar mostrar que venían de Alemania y que se montaban también de noche. Cada mañana, el edificio crecía dos armaduras de manera discreta. Los sistemas de aire fueron suecos, al no querer las empresas alemanas resolver los requerimientos de los arquitectos.
Piano y Rogers tenían claro que el edificio debía llevar colores y éstos se codificaron: rojo para elementos móviles; amarillo para sistemas eléctricos; azul para aire y verde para agua. Años después quedó claro que este código no existía y fue inventado por los arquitectos.
Para acallar los reclamos que surgían por todas partes, Pierre Bordaz, el encargado de la obra, llegó a explicar que la inspiración del proyecto venía de la iglesia vecina de Saint-Merri, con los tubos subiendo por la fachada imitando el estilo gótico, ante el asombro incluso de Piano y Rogers. La oficina del proyecto se fue moviendo por diferentes lugares de París y llegó a estar dentro de una estructura inflable y en una peniche anclada en el Sena para, eventualmente, mudarse dentro de la obra. Se dibujaron más de 10,000 planos y el proceso de diseño fue, en muchos casos, simultáneo al de la construcción.
La biblioteca se abrió con acceso libre del público al acervo, para facilitar una relación más familiar y directa entre el lector y los libros. El edificio se complementó después con el Instituto de Investigación y Coordinación Acústico-Musical —ircam, por sus siglas en francés— bajo la plaza contigua y el taller de Brancusi en la explanada frontal.
Después de 25 años, en 2000, se realizaron cambios mucho más impactantes que sólo un mantenimiento, que era claramente necesario. Fue una transformación de la institución cultural para acoplarse a un público que había cambiado en cinco lustros. No es que Beaubourg transformara a su época, fue su época la que creó a Beaubourg. El edificio transformó la manera de pensar y emplear los museos y todos los que se han diseñado en los últimos 40 años le deben mucho a la irreverencia y a la libertad para mostrar obras y ser un puente con la sociedad.
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