Las diez casas de Sergio Ortiz
Las generaciones actuales de arquitectos, desde los jóvenes que recién egresan hasta quienes ya tienen 15 o hasta 20 años [...]
11 abril, 2023
por David Lozano Díaz
El 8 de diciembre de 1985, Fernando González Gortázar, a través de un artículo para el diario La Jornada Semanal, lanzó una propuesta a las autoridades mexicanas, a cualquiera que decidiera escucharla, de construir el monumento El Palomar de Luis Barragán, en algún sitio adecuado y público del país, al considerarla el ejemplo más pleno de la madurez profesional del tapatío, quien la había proyectado 12 años antes.
El objetivo era rescatar un diseño valioso del autor, tomando en cuenta que este seguía vivo en ese momento, por lo que podría involucrarse en la toma de decisiones. Medio siglo después, alguien en Guadalajara escuchó la propuesta y decidió ejecutarla. Sin embargo, las condiciones no son las mismas de aquél momento y el resultado no es precisamente lo que se podría haber esperado.
La torre monumental en cuestión se llama El Palomar, mismo nombre del fraccionamiento que Barragán proyectó para el sur-poniente de Guadalajara, y que sí se construyó pero sin dicho monumento. Por su parte, los palomares son elementos típicos de la arquitectura novohispana. Se trata de pequeños nichos que se colocaban en algún muro del exterior de las viviendas para que ahí habitasen, precisamente, palomas. El nombre para el fraccionamiento no era fortuito, ya que para Barragán tenían un valor especial. De los famosos libros Ferdinand Bac que influenciaron al tapatío, Jardins Enchantés y Les Colombières, este último se traduce como Los Palomares, que a la vez le dan nombre a una propiedad en Menton, Francia, que el mismo Bac remodeló en su arquitectura y jardines, y que Barragán tuvo la oportunidad de conocer.
Desde sus primeras casas en Guadalajara, como la González Luna o la Cristo, utilizó palomares como recurso estético, usando su diseño tradicional: una pequeña abertura vertical rematada con un arco. Pero esto no es algo que se quedó en su obra inicial, en realidad prevaleció a lo largo de su obra posterior. En sus obras en la Ciudad de México, como por ejemplo la Casa Prieto López, las continuó utilizando pero ya de una manera estilizada, ahora como nichos cuadrados que forman una retícula sobre un muro alto en el jardín, de manera que los volúmenes abstractos de los muros se encontraban con una textura contrastante. En entrevista con la historiadora de arte Esther McCoy, Barragán declaró que en su propia casa en Tacubaya, diseñó los jardines para darles espacio a las palomas, ya que su vuelo resulta bello a la vista. Las palomas en sí, serían entonces tanto elementos decorativos como huéspedes permanentes.
Luego de haber diseñado las Torres de Satélite en colaboración con Mathias Goeritz, continuó estudiando las posibilidades de estos elementos verticales por varios años, hasta recibir el encargo de proyectar un nuevo fraccionamiento a las afueras de Guadalajara. La topografía del sitio era irregular, al sentarse sobre un pequeño cerro. Así, desde un punto central del fraccionamiento se elevaría una torre colorida que parecería emerger de entre los cerros. Al no poderse construir por motivos económicos, el proyecto de la torre se quedó archivado hasta que la actual administración municipal de Guadalajara decidió realizar su construcción, bajo la idea de rendir un homenaje al arquitecto tapatío más importante del país. El problema es que no existe un proyecto ejecutivo ni planos definitivos de cómo sería la forma real y final de dicha torre. Lo más terminado son unos planos estructurales preliminares en los que acabarían basándose. Además, es sabido que Barragán siempre modificaba todas sus obras durante la construcción, algo que él mismo declaró en más de una ocasión, ya que lo plasmado en planos no significaría necesariamente que sus proyectos estuvieran terminados, sino que aún faltaba por realizar algún último ajuste, precisamente durante la construcción.
Así, por medio de bocetos y planos con gran cantidad de anotaciones y correcciones, así como una fotografía de una maqueta de estudio usada para la exposición de Barragán en el Museo Tamayo en 1985, se construyó una estructura anaranjada de 45 metros de altura en el centro de la capital jalisciense.
La planta de esta estructura comprende dos muros paralelos, uno de ellos con una abertura vertical central. A un costado de ésta, hay un muro, también con una abertura vertical, que conecta perpendicularmente con los otros dos. En la base hay una fuente alargada como los bebederos para caballos que tanto le obsesionaban. En apariencia, este aspecto de la torre se construyó apegándose al diseño original. Al lado derecho de la fachada frontal de la torre, y similar al muro con palomares de la casa Prieto López, habría una gran retícula vertical de nichos cuadrados, con profundidad suficiente para dar refugio a las aves, generando un contraste visual en los volúmenes debido a la sombra al interior de los huecos. Sin embargo, lo que la estructura realizada ofrece es una textura reticular de cuadrados con apenas 3 centímetros de profundidad. No nichos, sino un ligero relieve. Luego, el interior de cada cuadro se pintó en tonos más oscuros que el resto de la estructura, intentando dar un efecto de profundidad.
La justificación para omitir los nichos es el sistema constructivo empleado, a base de piezas prefabricadas de concreto —debido a la premura de tener lista la torre—, que complicaría la construcción al momento de ensamblar y colar el interior de las piezas. Además, se evitó que cualquier tipo de ave se posara sobre el muro, para no ensuciarlo ni mancharlo. Lo que tenemos en realidad no es un palomar, sino una estructura que simula ser algo que no es, una escenografía. Tratando de ser un homenaje a Luis Barragán, la obra pasa por alto muchas de sus ideas. Estos es importante ya que, como lo destaca el historiador Keith Eggener en su libro Luis Barragán’s Gardens of El Pedregal, Barragán tenía toda la intención de que la suciedad de las palomas se sumara a la pátina y textura de los palomares que diseñaba, como un recurso estético que a sus ojos mejoraba la apariencia de los muros. La estructura construida a base de prefabricados provocó una textura reticular sobre los muros ensamblados ajena a la obra de Barragán. La técnica constructiva ya existía, quizá no tan avanzada como ahora, cuando construyó Las Torres de Satélite o El Faro del Comercio en Monterrey. Sin embargo, era algo que no le gustaba utilizar y prefería la construcción in situ por las ventajas que le ofrecía.
Dado que los planos en que se basaron para la construcción de El Palomar son esquemáticos e incluso se aprecian trazos que sugieren posibles cambios en el diseño, no hay certeza de que ése sea el diseño definitivo. Parece evidente, pues, que no hubo una investigación profunda, sino sólo conformidad con los bocetos donados por el desarrollador del fraccionamiento, sin revisar información en el archivo de la Fundación Barragán o en otras fuentes.
Al utilizar un sistema constructivo ajeno a la obra de Barragán, al falsear la apariencia y función de esa torre, el gobierno, sin palabras pero con hechos, está reconociendo lo ilógico que resulta construir una obra 50 años después de cuando debió haber sido hecha, sumándose a otras escenografías urbanas más, como el no puente de La Normal. Así, nos quieren hacer creer que vivimos en una ciudad cuando en realidad solo es una puesta en escena.
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En 2003, durante una conferencia organizada por el Capítulo Monterrey de la Academia Nacional de Arquitectura, con el nombre de [...]