José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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26 octubre, 2017
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Fotografía: Pedro Hernández Martínez
La noche suele interpretarse a través de políticas y activismos. Si nos planteamos un panorama generalizador, podemos encontrar tres momentos de relación con la noche. El primero es cuando los organismos de seguridad independientes y oficiales toman a la vida nocturna como medida estándar para determinar qué tan segura es una ciudad. La carencia de centros de esparcimiento, como bares y restaurantes, se observa en relación a un incremento de la criminalidad. Por otro lado, desde el lugar de grupos cuyo interés está en defender abstracciones tales como la decencia y los valores, se ha enunciado que aquellos mismos centros de esparcimiento son pretextos para la transgresión: se han concebido espacios públicos desde la óptica del día, desde lo meramente familiar o laboral; espacios que trazan una sinonimia bastante cuestionable entre lo que es recreacional y lo que compete a la esfera de la salud pública; sitios que anulan la presencia de realidades sociales como la prostitución y la indigencia. El tercer frente es la capitalización de lo nocturno, una práctica que se disfraza de la retórica de la seguridad para poder construir una industria y hacer de la ciudad nocturna otro paisaje para el consumo. Por ejemplo, es totalmente posible traducir la actividad nocturna de la comunidad LGBTQ a una economía. A cambio de reconocerles (y hasta cierto punto) ya no sus derechos sino su visibilidad, el mercado proveerá espacios sanos pero recreacionales, seguros pero con un aura barrial. No dejará de ser pertinente mencionar que los “barrios gay” más famosos se encuentran también entre los más caros. Siguiendo esta línea de lo capitalizable, el 30 de agosto de 2017 el periódico The New York Times reportaba que en Nueva York aparecerá una figura pública llamada alcalde nocturno, cuya función consistirá en plantear una agenda de políticas públicas que permitan estimular la economía local nocturna ante el cierre circunstancial de centros consolidados para el esparcimiento, como el legendario CBGB, recinto de conciertos que se reclama como la cuna donde nació el movimiento punk.
Hasta aquí, la división trazada entre el día y la noche pareciera reducir el tránsito del sol a dos productividades: la clase media que ocupa las calles durante el día y la misma clase media que se divierte, o que debería de poder divertirse, durante la noche. Más que buscar la romantización, ciertamente anticuada, de la noche como un momento apologético de la sensualidad y lo diabólico, lo que buscamos decir que es el momento económico actual es mucho más complejo que las diferencias entre lo seguro y lo inseguro, entre la salud y la vulneración del espacio público. En su libro Dark Matters: A Manifesto for the Nocturnal City (Zero Books, 2016), el arquitecto Nick Dunn plantea que las ciudades son la muestra de cómo el capitalismo contemporáneo complejiza las relaciones entre lo diurno y lo nocturno. “La aceleración de las ciudades como el espacio en el que opera [la economía actual] se refleja en ese hoyo de gusano en el que se cruzan mercados, políticas y, desde su sitio tan aséptico, la cultura. Tal vez, el logro mayor del capitalismo se encuentre en el paisaje urbano que adorna nuestro planeta. En este sentido, hablar de especificidades ya no importa mucho. Podemos, y algunos lo hacemos, discutir ‘ciudades’ y ‘urbanidades’ como si fueran objetos cerrados; de hecho, esta forma de ver las cosas tal vez sea parte del problema”. Más adelante, continúa: “La ciudad no está allá afuera —una construcción que nos separa de nosotros mismos— pero está aquí, en nuestros cuerpos: su materialidad informa nuestras decisiones durante nuestras caminatas, incluso marca la forma de nuestro calzado”. Continuando la propuesta del autor, podemos radicalizar un poco más su noción sobre capitalismo: ¿las economías surgen únicamente del corporativismo trasnacional y las industrias culturales? ¿Los cuerpos de quienes recorren las ciudades únicamente experimentan una forma empresarial de vivir el día y la noche?
El periodista Sergio González Rodríguez en su libro clásico Huesos en el desierto (Anagrama, 2002) define al neoliberalismo mexicano como uno que sucede bajo condiciones sumamente particulares y excesivamente adversas. La disolución entre el comercio legal y el narcotráfico es el marco que genera una de las condiciones más extremas de la economía nacional tras la firma del Tratado de Libre Comercio: la desaparición de mujeres en Ciudad Juárez. A partir de diversos enfoques, González Rodríguez logra establecer el nexo entre el capitalismo globalizado al que ingresó el país y los asesinatos misóginos cuyo contexto político fueron los sexenios de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León y Vicente Fox Quesada. El TLC, el Fondo Bancario de Protección al Ahorro y la promesa de una regulación migratoria de México a Estados Unidos fueron, respectivamente, los motores de campaña de cada mandato. Uno de los aciertos mayores del libro es la problematización de las nociones políticas entre el día y la noche y la forma en que los espacios se ocupan para ambos momentos. Para la frontera, la entrada a la política globalizada significó la modificación del entorno urbano con la construcción de maquiladoras en las que, en su mayoría, laboraban mujeres. Según el autor, los tránsitos entre las casas y las maquiladoras son lo suficientemente largos como para que una mujer pueda desaparecer sin que nadie se de cuenta. Esos recorridos se inician durante el día. En lo que respecta a la vida nocturna, esta incrementó, sobre todo en sitios estratégicos que se encuentran mucho más cercanos al límite con Estados Unidos. La vida nocturna terminó consolidando un sitio de tránsito permanente entre ambas geopolíticas, y sobre todo, una zona altamente capitalizable para el narcotráfico y la trata de personas. Ciudad Juárez terminó siendo un lugar en el que la facilidad para entrar y salir vulneró de maneras extremas a su ciudadanía (existe la hipótesis que las muertas de Juárez fueron víctimas del comercio de cine snuff: estadounidenses llegaban para filmar los asesinatos), y su actividad nocturna comenzó a densificarse tanto que dificultó las tareas más mínimas para el rastreo de las víctimas. Por el lado de lo diurno, la productividad que pudieron representar las maquiladoras terminó siendo uno de los signos de la explotación contemporánea. Existe el caso de una mujer que llegó tres minutos tarde después de su hora de entrada. No le permitieron el paso. No regresó a casa.
Durante mucho tiempo, el discurso sobre el día como un espacio para lo funcional y la noche como uno para lo recreacional fue propio de los mandatos estatales, que buscaban sanear la imagen de Juárez ante los medios de comunicación y ante el extranjero.
Fotografía: Pedro Hernández Martínez
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