9 junio, 2017
por Ricardo Cárdenas
El colectivo multidisciplinar Forensic Architecture, compuesto por arquitectos, activistas, científicos, abogados y artistas, conforma una agencia de investigación fundada en 2010 y con base en la universidad británica Goldsmiths. Actualmente, presentan su trabajo en la exposición Forensic Architecture: Hacia una estética investigativa, en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), con un amplio y complejo despliegue de recursos tecnológicos, haciendo uso de diversos medios como video, cartografías y maquetas, fotografía, texto e instalación, que se agrupan en algunas salas del museo bajo tres ejes conceptuales: Proposición, Investigaciones y Centro de Naturaleza Contemporánea.
La exposición se apoya en una muy buena museografía, que disecciona, en una gran cantidad de textos, un amplio glosario de términos y tecnologías necesarios para aproximarse al trabajo. La exposición, dirigida por el arquitecto israelí Eyal Weizman, fundador de la agencia, y comisariada por Rosario Güiraldes, desarrolla un extenso y detallado trabajo documental y de archivo, que emplaza varias de sus investigaciones en el nada aséptico espacio que implica el dispositivo museístico.
Forensic Architecture forma parte de una creciente tendencia en la arquitectura contemporánea que busca cuestionar y extender los límites disciplinarios, utilizándola como herramienta metodológica para la representación espacial. Abocados a la investigación de violentos conflictos políticos, armados y ambiéntales globales, principalmente relacionados a violaciones de derechos humanos y crímenes de Estado, han colaborando con significativos aportes para la construcción y reconstrucción de evidencias utilizadas por diversas ONG’s en Cortes Internacionales, que contraponen y denuncian los relatos oficiales que procuran ocultar o aminorar las dimensiones trágicas de los hechos.
Sin profundizar más allá de la raíz latina de la palabra Forense —del latín forenses: del foro o la plaza pública—, parecieran obviar o no importarles las implicaciones de presentación y representación dentro del sistema del arte contemporáneo, ubicando el trabajo dentro de la más cuestionada arquitectura física y conceptual de sus espacios, el museo, que pretende sostener la exhibición bajo la débil premisa de socializar el trabajo en contextos diversos. Si bien los aportes tecnológicos que realizan son sumamente interesantes en el ámbito legal y sociopolítico, resulta paradójico que para un colectivo volcado a la investigación de procesos de representación y que, como ellos mismos redactan en uno de los textos de la exposición, busca alejarse de la aproximación artística meramente ilustrativa, la presentación formal artística de sus instalaciones resulta ser únicamente complejas y caprichosas soluciones espaciales de montaje para desplegar gráficas de información, incapaces de generar otras enunciaciones más allá de lo que presentan.
Se puede observar, a detalle técnico, la reconstrucción de arquitecturas y espacios desaparecidos tras bombardeos por medio de drones en Afganistán y Pakistán; el reconocimiento de restos óseos a partir de imagen fotográficas para la identificación de víctimas de la dictadura cívico-militar en Argentina; o la construcción de pruebas de la Batalla de Rafah en la Franja de Gaza en 2014 por medio de registros en video realizados por el pueblo atacado. Pero el padecimiento principal de esta exposición no está en sus contenidos, sino en la manera en que se (re)presenta. Refiriendo a conflictos violentos, sus resultados se exhiben de una manera clínicamente fría, en la búsqueda de la construcción de una verdad. Pareciera no importar lo que en principio es su motivación y quienes lamentablemente aportan los contenidos: las víctimas y su reivindicación.
Riesgo inmanente de las prácticas institucionales de un autodenominado arte político es contenerse o circunscribirse, no sólo en la producción, sino en su recepción. Es decir, al emplazar una investigación de vínculos sociales en un lógica materialista extendida a la construcción de objetos e insertándolos dentro de una estructura arquitectónica hegemónica que, como toda institución social, es parte de un sistema productor y contenedor de complejas relaciones de poderes fluctuantes, la posibilidad de autonomía que permite el ejercicio simbólico del arte es reducida únicamente a un efecto discursivo de condiciones frívolas en pos de la exposición de un trabajo articulado en la tragedia cotidiana, dentro de un espacio institucional limitado a un público sumamente acotado.
Como sugiere el título de la muestra, éste es un camino en la búsqueda de una estética investigativa. En mi opinión, antes de socializar e incluso producir el trabajo, habría que detenerse a pensar profundamente el por qué de la necesidad de estetizar —por encima de la obviedad de trabajar con imágenes— su investigación.