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El Memorial a Franklin D. Roosevelt de Louis I. Kahn

El Memorial a Franklin D. Roosevelt de Louis I. Kahn

27 julio, 2014
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria

La arquitectura nace de las ideas y su primer manifiesto son los dibujos. Las ideas emergen tanto del programa como del lugar. El programa arquitectónico del proyecto de Louis I. Kahn para le Memorial a Franklin D. Roosevelt es un homenaje a las más altas ideas y aspiraciones de la humanidad: las cuatro libertades (libertad de expresión, libertad de culto, libertad de vivir sin penurias y libertad de vivir sin miedo) que el presidente estadounidense articuló en su discurso al Congreso de la Nación en 1941.

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Cuando encargaron el proyecto a Luis I. Kahn, en enero de 1973, el extremo sur de la isla Roosevelt era un terreno valdio desde donde se podía contemplar el skyline de Manhattan y la majestuosidad del edificio de las Naciones Unidas sobre la rivera del East River. Del lugar y del programa Kahn procesó sus propias ideas sobre la democracia, la monumentalidad y los orígenes de la arquitectura. Kahn legó sus croquis y los dibujos constructivos completos antes de morir en 1974. Se consevaron sus bitácoras y sus exquisitos bocetos y al unir todos estos materiales cincuenta años más tarde, se constató que el proyecto que fue encargado, ubicado, diseñado, revisado, desarrollado y detallado al completo, estaba a punto para ser construido. El proyecto supo esperar y la isla, lejos de su pasado marginal –cárcel y siquiátrico-, se ha convertido en un parque público metropolitano y es parte integral del paisaje neoyorkino.

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Kahn era moderno y antimoderno a la vez. Fue un clásico. Y el Memorial fue uno de sus últimos proyectos y está cargado de la esencia de sus pensamientos. En primer lugar, desde el orden geométrico, una composición de claridad y coherencia. En segundo lugar  una estructura que es a la vez compositiva y constructiva, donde la relación entre el muro y la columna, la estructura y el espacio, está integrada. Tercero, los materiales –el granito, el pasto, los árboles- crean tanto masa como espacio. Y finalmente, la luz.

Kahn afirmaba que un memorial debía ser una habitación y un jardín. Para él, el jardín es en cierta manera una naturaleza personal, un modo de controlar a la naturaleza, y la habitación es el principio de la arquitectura. En el Memorial, Kahn recurre también a los efectos del Barroco, desde la topografía, la simetría y el control de la visión perspectiva: frontalmente crea una nueva topografía inclinada que inicia en la escalinata que priva de vista; un recorrido simétrico y convergente envuelve lateralmente el triángulo inclinado; y desde todos los puntos de vista se converge hacia la habitación sin techo, como punto final, recinto para contemplar fugazmente la eternidad del agua que se desliza ante la energía de la metrópoli.

Siempre se ha visto a Kahn como un clásico moderno, como el arquitecto más destacado de los Estados Unidos de todos los tiempos. Valedor de una formación moderna e impregnado de los clásicos romanos y renancestistas, se reinventó en su madurez para destilar un doctrinario canónico y atemporal que conecta con las leyes de la arquitectura desde Vitrubio a Alberti. En 1943, junto con el historiador Sigfried Gideon, el pintor Fernand Léger y el arquitecto Josep Lluís Sert, firmó el manifiesto de los Nueve Puntos de la Monumentalidad, neutralizando el aforismo de Lewis Mumford de 1938 “si es moderno, no es monumental”. Para ellos los monumentos fueron símbolos para las ideas de la sociedad, transladando las “fuerzas colectivas” a la memoria, como una “herencia” para futuras generaciones, y un “vínculo entre pasado y futuro”. Se trataba –recuerda Anthony Vidler- de darle a la modernidad posbélica un nuevo sentido a partir de una arquitectura abstracta y tecnológicamente expresiva, basada en los valores eternos, sustentados en la naturaleza de la estructura, las virtudes arquitectónicas y la imposibilidad de repetir el pasado. Para Kahn, la arquitectura era por encima de todo, arte de la memoria, pero arte vivo para recordar valores vivos, con formas y tecnologías apropiadas que expresen su tiempo y su cultura: una arquitectura de luz y estructura, espacio y silencio.

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