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¡Felices fiestas!
21 junio, 2024
por Anna Angulo
Fotografía de Adam Wiseman | Instagram @wisemanphoto
Este texto y fotografías fueron publicados en el número 103 de la revista Arquine — Jardines. Lo publicamos hoy, día en que Charles Jencks (1939-2019), el reconocido historiador y crítico de la arquitectura, cumpliría 85 años de edad.
[…] es un paisaje de olas, de giros y pliegues, un patrón hecho paisaje, diseñado para relacionarnos con la naturaleza a través de nuevas metáforas presentadas a través de los sentidos.
Charles Jencks
El Jardín de la especulación cósmica es un jardín escultórico privado de 12 hectáreas ubicado en el suroeste de Escocia, a las afueras de Dumfries, a pocos kilómetros de la frontera con Inglaterra, diseñado por el arquitecto y teórico del posmodernismo Charles Jencks y su esposa, la escritora, paisajista y experta en jardines chinos Maggie Keswick. Se abre al público un día al año, por lo general en mayo, a través de Scotland Garden’s Scheme, una institución dedicada a recaudar fondos para diferentes organizaciones benéficas.
Críticos de la arquitectura y el paisajismo dicen que es uno de los jardines más originales y extraños de nuestra época (finales del siglo XX, principios del XXI, por si no recuerdan en qué día viven). Surge de una serie de circunstancias del azar: Charles Jencks, americano, conoce a Maggie Keswick, escocesa. Comparten intereses (arquitectura y jardines); se enamoran, se casan, tienen dos hijos, un niño y una niña, y deciden transformar juntos Portrack, la finca de la familia de Maggie en Escocia, vertiendo en el diseño del jardín sus grandes pasiones: el cruce entre ciencia y arquitectura, los jardines chinos, el posmodernismo, la danza entre el orden y el caos, y la pasión por crear espacios (interiores y exteriores) en los que todo tiene un significado y todo cuenta una historia. No es una exposición horticultural. El mundo vegetal, aunque muy presente, es un vehículo para presentar ideas sobre el cosmos y la naturaleza. Es decir, podría considerarse un jardín alegórico.
Por otra serie de circunstancias azarosas, nosotros tuvimos la suerte de que el hijo de Charles, el director y productor de cine John Jencks, nos invitara a conocer Portrack durante un soleado y lluvioso fin de semana de finales de junio del 2019. Solsticio de verano: en Escocia anochecía casi a la medianoche. Fueron unos días fuera de lo común, paseando, pensando en solitario y en compañía, jugando con los niños, conversando y dejándonos llevar por la belleza de este jardín cósmico.
Portrack está en una zona rural lejos de grandes ciudades, en un territorio esculpido hace millones de años por un glaciar que, al dejar sus depósitos de detritos, formó las suaves colinas elongadas características del paisaje escocés. Aquí las llaman drums o drumlins, una palabra gaélica (de origen irlandés). Charles y Maggie, como el glaciar, pero en pequeño, también esculpieron su pedazo de territorio, moviendo la tierra para crear una serie de estanques y montículos (mounds) con formas que evocan la geometría de la naturaleza.
Tal vez la zona más icónica del jardín sea la que está conformada por dos montículos, uno con forma de caracol y otro con forma de serpiente o estrella fugaz o espermatozoide. Ambos se reflejan en un estanque ondulado y sereno con orillas perfectamente delineadas en las que el pasto termina exactamente donde empieza el espejo del agua. El montículo del caracol tiene dos caminos en espiral paralelos (¿la doble hélice del ADN?) que terminan en la punta del caracol, desde cuya altura el jardín se ve como si fuera un sueño.
Además de flores, arbustos y árboles, de esculturas y landforms, de puentes y cascadas, el lugar también está sembrado con ideas sobre diversas concepciones del cosmos y con fórmulas químicas y físicas representadas ya sea en las grandes formas que dominan el jardín, como el estanque y sus montículos, o en rincones semiocultos; en caminitos y recodos. La geometría fractal y la noción de autosemejanza son temas recurrentes. A veces, las cuestiones aparecen literalmente en forma de epígrafes tallados en piedra, o en la madera de una puerta, o en una placa de acero entre el pasto: “Comet impacts blast microbes into space perhaps to inoculate nearby planets – Paul Davies”; “Nature does not proceed by leaps – Linnaeus – But by cometary jumps – Jencks”.
Cada sección del jardín tiene un nombre evocador como La cascada del universo o El jardín de los seis sentidos. El gran terraplén frente a la casa principal de la finca, donde también se encuentra La terraza del agujero negro, está truqueado con un par de largos muros de piedra invisibles desde la casa, de tal forma que el jardín se funde con la campa y el bosquecillo contiguos, un elemento que se conoce como ha-ha wall (en español este tipo de muro se llama “salto de lobo”).
Uno de los caminos que lo bordean se titula El jardín del tiempo, una galería escultórica o paseo que discurre entre azaleas y grandes árboles diseñado por la hermana de John, Lily Jencks, también paisajista y arquitecta. En otra ocasión fuimos a saludar a un gran sapo de terracota oculto entre los espesos arbustos junto a un estanque que hay que rodear con cuidado para no caer al agua. Caminamos por El paseo del quark y cruzamos El puente fractal sobre un riachuelo que surca el jardín, para llegar al Jardín del tren y al río Nith, una de las fronteras naturales de la finca, junto con las vías ferroviarias. Ahí, con la tierra que sacaron para construir el nuevo puente para el tren, Charles Jencks dio forma a su última travesura: un montículo doble (¿nalgas o pechos?) que tiene la función de puesto de observación de trenes (y de hacer sonreír a los pasajeros del tren).
Un pequeño edificio en una parte boscosa del jardín se llama Nonsense. Fue un experimento fallido que ahí quedó como un interrogante (se le cayó un árbol encima, entre otras cosas). Hay misterios en este jardín que sólo los pueden descifrar sus habitantes: bromas, recuerdos, un lenguaje privado. A veces uno siente un poco la incomodidad de estar penetrando en la intimidad de una familia. Hay muchas historias aquí, en cada caminito, en cada piedra que Charles y su familia recogieron para seguir construyendo el jardín de Maggie.
Visitamos el jardín con niños pequeños. Mientras nosotros debatimos sobre la bella posibilidad de que la tierra fuera inseminada por un cometa, o si a su vez la Tierra podría inseminar a otros planetas, los niños preguntan si pueden subirse a un pequeño bote y remar en el estanque. Suben y bajan sin cesar rodeando los montículos que se construyeron siguiendo el principio de la secuencia de Fibonacci. Hay humor en este jardín también, y humildad. Hay aceptación de los errores y del caos que puede llegar a darse en un juego de este calibre en el que la naturaleza tiene el mismo poder, o más, que el arquitecto y el paisajista. Los jardines son inacabables y temperamentales, y las teorías que dominan una época son, como el nombre indica, especulaciones que, como mucho, sólo nos acercan un poco más a comprender este asombroso lugar que habitamos.