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Columnas

El gusto

El gusto

11 mayo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

En abril de 1978 Bernard Tschumi publicó su ensayo La arquitectura y su doble. El título es una referencia al libro de Antonin Artaud El teatro y su doble, en el que éste reunió varios textos, conferencias e incluso cartas que presentaban su idea del teatro. Tschumi explica que “hay notables vacíos en la historia de la arquitectura, esas zonas oscuras en las que las ideas han sido eclipsadas por la realidad.” Entre las zonas oscuras, Tschumi escoge hablar de la relación —poco documentada, dice— entre surrealismo y arquitectura a partir de cuatro casos: Breton y su embellecimiento irracional de la ciudad; Duchamp y la manera como El gran vidrio y, después, Dados, la caída de agua y la lámpara de gas, ocupan el espacio; el mismo Artaud y el teatro como acción; Bataille y sus diversas lecturas de la arquitectura, el límite y su transgresión y el erotismo; y Kiesler y su espacio continuo. Tshumi también menciona de paso a Dalí y su gusto por las salidas de metro de Guimard y la “terrorífica y comestible belleza de la arquitectura Art Nouveau.”2507

También en 1978 Rem Koolhaas publica Delirious New York. Un capítulo está dedicado a Dalí y Le Corbusier —“se odiaban uno al otro,” dice Koolhaas— y la reacción de cada uno al conocer Nueva York, ambos a mediados de los años 30. Es ahí que Koolhaas explica el método paranoico-crítico de Dalí: un “método espontáneo de conocimiento irracional basado en la concreción crítica y sistemática de asociaciones delirantes e interpretaciones.” De hecho, el delirio del libro de koolhaas no sólo se puede adjudicar a la ciudad que analiza sino justamente al método que, cual lo propuesto por Dalí, explora crítica y rigurosamente series de asociaciones libres. En su libro El mito trágico del Angelus de Millet, el propio Dalí explica el método paranoico(blando)-crítico(duro) como el resultado de una idea delirante que se presenta “como portadora en sí misma del germen de la estructura de la sistematización.”

Sobre la opinión de Dalí al respecto de Le Corbusier hay que decir que cambió con el tiempo. En un texto titulado Poesía de lo útil estandarizado, publicado en la revista L’Amic de les Arts en marzo de 1928, Dalí escribe:

“Hemos dicho en otra parte: saber mirar es todo un nuevo sistema de medida espiritual. Le Corbusier, bajo el título Des yeux qui ne voient pas (Ojos que no ven), se ha empeñado mil veces, a partir de la lógica sensible y llena de sutileza de L’Esprit nouveau, en hacernos ver la belleza sencilla y emocionante del milagroso mundo mecánico e industrial recién nacido, perfecto y puro como una flor.”

Más tarde, en Los cornudos del viejo arte moderno, publicado en francés en 1956, escribió:

“Un día, cuando tenía veintiún años, fui a comer a casa de mi amigo Roussy de Sales en compañía del arquitecto masoquista y protestante Le Corbusier, que, como todo el mundo sabe, es el inventor de la arquitectura de autopunción. Le Corbusier me preguntó si tenía ideas sobre el futuro de la arquitectura. Y sí, las tenía. Por otra parte, yo tengo ideas para todo. Le contesté que la arquitectura sería «blanda y peluda» y afirmé categóricamente que el último gran genio de la arquitectura se llamaba Gaudí, cuyo nombre, en catalán, significa «gozar», así como Dalí quiere decir «desear». Le expliqué que el goce y el deseo son propios del catolicismo y del gótico mediterráneo, reinventados y llevados al paroxismo por Gaudí. Mientras me escuchaba, Le Corbusier parecía tragar sapos y culebras.”

En el prólogo al libro La Vision artistique e religieuse de Gaudí, de Robert Descharnes, publicado en 1969, tras repetir la misma anécdota, Dalí agregó que, hacia el final de su vida, Le Corbusier cambiaría de opinión sobre Gaudí pero sin llegar a entenderlo. Para Dalí, entender a Gaudí es comprender, primero, que su visión estética estaba condicionada por su visión religiosa y, después, que su arquitectura era sensual —“su cerebro siente perfectamente la punta de sus dedos”—, táctil y erótica —“su arquitectura es una zona erógena táctil que se eriza como un erizo de mar”— y que no se sometía a los principios del buen gusto: “el error común estriba en considerar el mal gusto como estéril.”

Dalí contrastará la idea ascética y puritana del buen gusto con una versión literal de lo que gusta y lo que se gusta: se prueba y se come. Marco Frascari, hablando de esa doble noción de gusto, habla del placer narcisista e infantil que Dalí relaciona con esa condición comestible de la arquitectura en un texto publicado en la revista Minotaure en 1933: Sobre la belleza aterradora y comestible de la arquitectura modern style. Para Dalí la comparación entre la arquitectura Art Nouveau y la repostería no era ofensiva sino totalmente lo opuesto. En un texto más, publicado en Nueva York en 1970 y titulado La monarquía cilíndrica de Guimard, Dalí, hablando de sí mismo en tercera persona, escribió: “Salvador Dalí, en Paris, en 1929, fue el único que defendió y admiró la ornamentación profética de Guimard contra la falta total de erotismo de Le Corbusier y otros débiles mentales de nuestra más que deplorable arquitectura moderna.” De nuevo, que los modernos vieran espárragos en las estaciones de Guimard no le parecía a Dalí un error; la equivocación estaba en su incapacidad de gustar de eso.

Dalí que, según cuenta él mismo en la primera línea de su Vida secreta de Salvador Dalí, a los seis años quería ser cocinero y a los siete, Napoleón, nació a las ocho horas y cuarenta y cinco minutos del día 11 de mayo de 1904 y le pusieron por nombres Salvador, Felipe y Jacinto.

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