Utopía y realidad en Cuba
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27 marzo, 2019
por Ethel Baraona y Cesar Reyes
No es cuestión de preocuparse o esperar lo mejor, sino de encontrar nuevas armas
Gilles Deleuze
En nuestra práctica, una de las preguntas más repetidas que emergen del convulsionado pasado inmediato, es cuál será el futuro de la arquitectura. En tiempos de fractura económica, social y política, la necesidad de pensar y repensar el papel del arquitecto, está presente en todos los debates, discusiones y encuentros. Es posible leer sobre sus fallas y sus éxitos, enterarse de mesas redondas en las que se trata el tema buscando prever el futuro inmediato. ¿Pero qué pasa cuando se entiende que el presente es más importante que el futuro?
Quizá la pregunta crucial es qué es la arquitectura hoy. ¿Podemos atender los cambios reales en el entorno construido y, entonces, empezar a pensar en el futuro? Hay varios grupos y movimientos que relacionan al futuro con la digitalización progresiva de las relaciones sociales y económicas, olvidando al mismo tiempo que es imposible vivir en ciudades inteligentes si no somos ciudadanos inteligentes. Podemos usar nuevas herramientas, como la cada vez mayor presencia de medios digitales e instrumentos de comunicación, nuevas formas económicas y de comercio, como el crowdfunding, el dinero social y los micropagos, pero no olvidemos que todos estos se basan en la confianza y apoyo de una red. Antes de la crisis económica del 2008, estábamos acostumbrados a relacionar la palabra futuro utilizada en un contexto arquitectónico con visiones tecno-futuristas utópicas del entorno construido, casi todas heredadas de libros de ciencia ficción y de influencias de la vanguardia como Archigram, Superstudio y Archizoom, entre muchos otros. Hoy, estas visiones han cambiado con distintos enfoques, entendiendo que las estrategias bottom-up y locales pueden ser el catalizador real del cambio en nuestras ciudades; el uso de espacios vacíos pone el escenario para nuevos comunes donde el conflicto urbano puede resolverse entendiendo la dinámica de cada comunidad.
En el 2001, Claude Parent escribió sus Doce actos subversivos para esquivar al sistema, en donde podemos leer:
En el 2009, Lebbeus Woods escribió su Lista del resistente, estableciendo que “la vida nos cambia de maneras que no podemos predecir.” Immanuel Wallerstein apuntó que el siglo XX atestiguó tanto el triunfo como la derrota de los sueños que informaron al mundo moderno. Por tanto, hoy en el siglo XXI, estamos (casi) obligados a pensar que eso que llamamos futuro de la arquitectura ha estado siempre relacionado con el cambio radical de lo que sabemos, para subvertir lo que se entiende como “normal”, pues usualmente ha sido definido por otros —políticos, banqueros, economistas— en vez de ciudadanos. ¿Qué pasaría si un grupo de personas empezara a actuar de manera diferente a la requerida en ciertos parámetros sociales? Tal vez sea tiempo para dejar de hablar del futuro de la arquitectura y empezar a cuestionarse por qué hacerlo si el presente no ha sido resuelto. Todos los signos de la época actual apuntan a la turbulencia, al desastre económico, al choque del capitalismo; pero también apuntan a códigos compartidos, a nuevas dinámicas, a enfoques colaborativos y a sus implicaciones sociales críticas. El momento para una ciudad nueva, relacional y menos jerárquica ha llegado. Es importante, entonces, enfocarse en el presente, en el que las nuevas tecnologías son herramientas para una mejor ciudad.
¿Estamos en la era de la cooperación? ¿La era de la adhocracia? Tal vez es la era de la sociabilidad. Como anotó Ivan Illich, “las herramientas fomentan la sociabilidad al extremo en que pueden usarse fácilmente por cualquiera, tanto o tan poco como sea deseado, para conseguir un propósito elegido por el usuario.” Por tanto, las herramientas de sociabilidad deben ser accesibles, flexibles y no coactivas y todos debemos poder tener acceso a ellas. Mientras la economía global parece colapsar, el tiempo ha llegado para recuperar la sociabilidad como leitmotif de la práctica. Para transformar la insatisfacción en propuestas serias y recuperar la ciudad para los ciudadanos, par remover la distinción entre lo público y lo privado en el entorno urbano debemos aprender a “sentir” la ciudad de nuevo. En este contexto, el papel de la educación es más importante que nunca. Un tipo de educación que sea de nuevo radical, donde las escuelas propongan la base de un desafía colectivo a la autoridad de las estructuras institucionales, burocráticas del capitalismo, como mencionó Betriz Colomina en Pedagogías radicales: “una disciplina que se reclame en medio de un nuevo territorio al articular las relaciones con la tranformación tecnológica, socio-política y cultural del tiempo.” Cuando entendamos de nuevo que la educación es un vehículo para mejores prácticas, podremos empezar a hablar otra vez del futuro.
El futuro especulativo propuesto por la vanguardia puede encontrarse hoy en la búsqueda constante del conocimiento esencial de la arquitectura, pero nadie es capaz de explicarlo. Definir “el futuro” es tan ambicioso y ambiguo, al mismo tiempo, debido a que la práctica ideal no existe. El mundo está cambiando rápidamente y con él el entendimiento de lo que debe ser la arquitectura. Eso significa que hay que pensar más allá de lo que resulta fundamental en un contexto global y definir la diversidad de escenarios para que los arquitectos actúen. Existe la necesidad de entender que el espacio de acción incluye la participación de los arquitectos desde la base, primero como ciudadanos y luego como arquitectos; y estar al tanto de todos los hechos y las formas de nuestras ciudades: temas políticos y sociales, culturales y económicos, entre otros. Por tanto, si entendemos la ciudad como la forma fundamental de la Utopía —como hizo Superstudio— nos preguntaremos si los arquitectos pueden actuar como catalizadores del cambio al responder algunas preguntas esenciales, como el papel del dinero en la configuración del entorno urbano. ¿Podemos diseñar nuevos territorios que operen fuera de las guías económicas tradicionales? ¿Cuál es el papel del arquitecto dentro de este escenario (si hay alguno)?
La manera como interactuemos como ciudadanos en este nuevo escenario económico transformará cómo usemos el espacio público y las herramientas digitales y creará nuevos territorios físicos y virtuales. Las diferentes capas que se superponen para crear los nuevos espacios geopolíticos que vivimos están en constante transformación. Los límites y las configuración de los bordes y las fonteras cambian dependiendo de lo que se trate: energía, comunicación, armamento, información, etcétera. Esa rápida transformación dificulta entender el concepto de “futuro,” en tanto en el presente todos somos irremediablemente producto de nuestros antecedentes, del pasado. En este punto podemos recordar a Tino Sehgal en su Manifiesto Marathon: pensé que el siglo XXi sería, con suerte, más un diálogo, más una conversación y en sí mismo cierta manifestación o lo que esa. Sólo pienso que el siglo XX estaba tan seguro de sí mismo que espero que el XXI no lo esté tanto. En parte habra´que escuchar lo que otros digan y entrar en el diálogo, no levantarnos y declarar inmediatamente nuestras intenciones.”
Estas reflexiones nos llevan a pensar que la idea de un futuro cíclico es fácil de relacionar con la concepción cíclica del tiempo humano: revoluciones y luchas son parte de la vida diaria hoy, así como lo fueron a finales de los años 60 y principios de los 70. Guerras, corrupción y manipulación política siguen siendo el foco del cambio radical que proponemos. ¿Vivimos en una era de nostalgia por un futuro que jamás fue? La necesidad de establecer una agenda radical para el futuro de la arquitectura puede empezar preguntándonos qué podría ser mejor, si no perfecto, sólo mejor hoy. O simplemente estar de acuerdo con Tacita Dean cuando dijo que “el futuro será obsoleto” y empezar a trabajar en el presente.
Publicado originalmente en The future of architecture Vol. 2, Pieterjan Gandry (editor), Crap is Good, 2013.
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