18 abril, 2019
por Arquine
Hace unas semanas, Dominique Perrault nos visitó para la edicón 2019 de Mextrópoli. Su conferencia y la exposición que se presento en el Museo de la Ciudad de México trataron de su propuesta para la Isla de la Ciudad, en París. Perrault propone ocupar el subsuelo bajo las calles y los edificios de esa parte de la ciudad, transformar, dice, la infraestructura en arquitectura y generar miles de metros cuadrados nuevos de espacio para servicio y circulación que conectarían de manera subterránea los monumentos de la Isla de la Ciudad.
Al día siguiente del incendio que destruyó gran parte del techo de la catedral de Nuestra Señora de París, Perrault publicó un breve texto en que expone su posición ante lo que sucedió y algunas ideas de lo que habría que hacer. Aquí la traducción de lo que plantea Dominique Perrault:
Notre-Dame, el corazón de París, tesoro de la Isla de la Ciudad, viene de padecer el episodio más triste de su historia. Este drama deja sin voz y toca toda sensibilidad, toda mirada, más allá de los territorios y de las culturas. Nos recuerda qué tan frágil es la arquitectura, como cualquier otra creación.
Nos prueba de manera trágica qué tanto la preservación de la riqueza construida, huella tangible de saberes milenarios, donde quiera que se encuentre, resulta indispensable. Esta herida incandescente revela también la dimensión emocional que puede aportar la arquitectura, su valor cultural universal, su fuerza simbólica única, su mito nutrido por las artes, la literatura, la íntima geografía de cada uno. Notre Dame es un lugar singular en el corazón de un sitio excepcional, la Isla de la Ciudad, un territorio por sí misma, de Lutecia al Gran París. Es una gran emoción para los arquitectos que, cotidianamente, construyen y reconstruyen la historia de la arquitectura. Habiendo estudiado desde el 2015 la Isla de la Ciudad en razón de la Misión de estudio que se me había confiado, en colaboración con Philippe Belaval, Presidente del Centro de Monumentos Nacionales, me encuentro especialmente conmovido. Habíamos erigido esta “isla monumento”, inscrita en la lista del Patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco, como un lugar de investigación y de experimentación inédito y abierto a todos. La reconstrucción de Notre Dame será una obra delicada y la pérdida irreparable de la carpintería medieval del techo, “el bosque”, no debe descorazonarnos. El patrimonio hoy es una superposición de épocas, casi cada siglo habrá dejado su marca sobre la catedral. “Cada ola de tiempo sobrepone su aluvión.”(1) Habrá que reconstruir sin desnaturalizar su sustancia patrimonial, y eso nos empuja a revisar nuestra relación con el patrimonio y a creer en su capacidad de resistir. Habrá que hacer revivir a Notre Dame para protegerla mejor, posar sobre ella una mirada que lleve a una visión del porvenir, que pueda trascender la simple restitución, con la belleza. Habrá, en fin, que utilizar la energía única de ese lugar para devolverle una presencia aun más fuerte, una resonancia más amplia, transformarlo en otra cosa, amplificarlo y sublimarlo. El porvenir de este monumento y de este sito constituye un reto único. Para que Notre Dame y su isla encarnen de nuevo el corazón palpitante de una ciudad que hoy es una metrópolis. Un reto particularmente fascinante.
Victor Hugo, Nuestra Señora de París (1831): «Cada ola de tiempo sobrepone su aluvión, cada raza deja su capa sobre el monumento, cada individuo aporta su piedra. Así hacen los castores, así las abejas, así hacen los hombres. El gran símbolo de la arquitectura, Babel, es una colmena.”