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Columnas

El campus en el bosque de la fantasía

El campus en el bosque de la fantasía

4 agosto, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Bosque Real no es un bosque, así que tal vez el nombre de ese fraccionamiento debiera ser Bosque Irreal o Bosque de la Fantasía. Pero Real tal vez no se refiera a la existencia real de un bosque en el fraccionamiento llamado Bosque Real Country Club, sino a una aspiración aristocrática: el bosque de la realeza. El fraccionamiento está en el municipio de Hixquilucan, en el Estado de México y está cercado por un muro —esos muros a los que, supuestamente, nos oponemos los mexicanos— que lo separa, de tajo, de colonias como La Mancha, en el municipio vecino de Naucalpan.

 

Ese muro entre el exclusivo fraccionamiento y club de golf y la colonia popular es, según lo califica una nota publicada por el periódico El País, una fotografía de la desigualdad extrema en el Estado de México y en el país entero. A Bosque Real no entra cualquiera. Hay casetas de vigilancia donde los residentes pasan con sus automóviles provistos de tarjetas que los dejan entrar automáticamente mientras los visitantes deben registrarse. Los empleados —muchos de ellos habitantes de La Mancha— deben también, por supuesto, pasar esos controles de vigilancia para llagar a las casas donde trabajan.

 

La publicidad del fraccionamiento Bosque Real está poblada por gente rubia y de piel y ojos claros. Live your senses, The sky is the limit, Inspire others, son los lemas con los que se anuncian desarrollos inmobiliarios de un costo inversamente proporcional a la calidad arquitectónica y urbana que exhiben.

 

Según se lee en el sitio Real Estate Market & Lifestyle, en Bosque Real se construirá “el campus universitario privado más grande de México y América Latina, sobre un predio de 39.6 hectáreas.” Ahí la Universidad Panamericana invertirá algo más de 600 millones de dólares “que corresponden 50% a la construcción del nuevo campus y 50% al equipamiento del hospital” que lo acompañará. La nota está firmada por Jose Antonio Lozano Díez, Rector general de la Universidad Panamericana, quien también dice que “desde su fundación, hace 50 años, se tuvo la idea de tener una universidad que pudiera ser competitiva y referencial en América Latina. Siempre tuvimos como visión tener un campus suficiente y adecuado para realizar las funciones de investigación, influencia y de impacto social, por lo que buscamos el momento oportuno y el mejor espacio para dicho proyecto.” El mejor sitio, según explica el Rector de la UP, lo encontraron en Bosque Real Country Club. Ahí piensan construir inicialmente 13 mil metros cuadrados de área académica y sumarles 20 mil metros cuadrados para estacionamiento: más espacio para coches que para aulas pues, obviamente, todo mundo llegará en coche dado que la zona idónea para un campus universitario no tiene acceso a ningún servicio de transporte público. Que no haya manera de llegar en transporte público al campus universitario no importa pues las razones para seleccionar la ubicación, según escribe Lozano Díez, fueron que se trata de “una zona de desarrollo franco para los próximos años en todo el Valle de México” —sí, esa zona separada con un muro de otra con habitantes de condiciones económicas extremadamente desfavorables— y porque “el mercado de alumnos al que están dirigidos viven y vivirán en esa zona.” Sí, el Rector que unas líneas antes escribió sobre la visión de un campus con “influencia y de impacto social” piensa en su mercado de alumnos como habitantes de un fraccionamiento cerrado. Por supuesto, dice el Rector, Ciudad UP será “un importante generador de empleo:” entre sección académica y hospital se generarán 4,500 fuentes laborales. Eso quizá implique que haya la posibilidad de ampliar el ancho de las puertas de entrada de empleados al fraccionamiento para evitar largas filas.

Por supuesto un campus universitario puede ser un foco de desarrollo urbano. Lo fue Ciudad Universitaria en los años cincuenta en el Pedregal y la Universidad Iberoamericana en Santa Fe en los ochenta. En ambos casos, pese al esfuerzo inicial por construir buena arquitectura, habría que valorar los efectos urbanos a largo plazo: CU impulsó el crecimiento de la ciudad hacia el sur y vació al Centro Histórico de la vida universitaria y la Ibero dio pie a la catástrofe que para la ciudad resultó ser Santa Fe. Pese a la distancia de la ciudad en sus inicios, CU se pensó como un espacio abierto que ahora torpemente se cierra. La Ibero en cambio fue desde su inicio uno de esos fortines urbanos que comentó en este mismo sitio Juan Palomar. El esquema se ha repetido después muchas veces en la ciudad de México y en el país: campus universitarios cerrados a la ciudad y que buscan acercarse a su mercado, una descripción que serviría mejor para un mall, lo que quizá delate que, en el fondo, la educación se entiende como una oferta comercial.

Construir el campus universitario privado más grande de México y de América Latina en un fraccionamiento cerrado y amurallado, separado de la mayoría de los habitantes del país con tanta crudeza física como simbólica —véase de nuevo la blancura explícita de sus habitantes ideales en la publicidad de Bosque Real— es la culminación de esa historia que sólo tiene sentido en la tierra de la fantasía —tristemente nuestra realidad— donde un bosque se puede llamar real aunque no sea bosque y lo que queda fuera sólo es una mancha.

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