¿De quién es el aire?
Al edificio que hasta hace unos años ocupaba el predio ubicado en Avenida Juárez 92 se le conocía como el [...]
14 febrero, 2025
por Ernesto Betancourt
“Cambiaría el más bello atardecer del mundo por una sola visión de la silueta de Nueva York. Particularmente cuando no se pueden ver los detalles. Sólo las formas. Las formas y el pensamiento que las hizo. El cielo de Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible. ¿Qué otra religión necesitamos?”.
The Fountainhead. (1)
(Lease a riesgo propio si no ha visto la pelicula: The Brutalist)
The Brutalist (2024) dirigida y escrita por Brady Corbet y su compañera Mona Fastvold, tardó varios años en completarse y contó, hasta antes de su muerte, con la asesoría de Jean-Louis Cohen (1949-2023), critico francés, autor de numerosos libros sobre Le Corbusier, Mies van der Rohe, Frank Gehry, curador en el MoMa, del Canadian Center of Architecture, o el Centre Georges Pompidou entre otros, por ello la mayoría de referencias y recreaciones arquitectónicas de la película, como los instrumentos de dibujo empleados o las fotografías de obras son tan certeras, sin embargo el film de Corbet y Fastvold no es un trabajo sobre arquitectura, ni retrata la biografía de alguno de los muchos exiliados que llegaron a America a revolucionar la arquitectura, esta no es una historia de héroes, sino de víctimas, personificada en la figura central: László Tóth (Adrian Brody).
Los otros casos de ficción relevante que recuerdo, cuyo personaje principal sea también un arquitecto, es el de Howard Roark en la novela escrita por Ayn Rand en 1943: El Manantial (The Fountainhead) (2) también llevada a la pantalla en 1949, y “The Bally of an Architect”, de Peter Greenaway de 1987.
Es inevitable no reparar en los guiños que hace Corbet a la novela de la autora ruso-americana: el templo dedicado al espíritu humano sufragado por un timorato empresario, se convierte en el filme de Corbet, en el centro dedicado a la memoria de la madre de la familia van Beuren, patrocinadores del arquitecto, la mujer de Roark es periodista en Nueva York, como también acabará siendo la esposa de Lázló: Erzsébet Tóth (Felicity Jones) y ambos protagonistas trabajan en canteras cuando tuvieron que sobrevivir exiliados de la arquitectura.
Sin embargo, el personaje de Rand, siendo también una víctima, lo es de si mismo, de su propio Yo que desea alzarse sobre los convencionalismos del establishment, Tóth en cambio es una víctima de su circunstancia, es una víctima poliédrica: víctima del nazismo, víctima del dolor, del sueño americano -transformado en pesadilla para muchos, de su familia, de las drogas, de un pervertido, y de su misma profesión.
La estatua que aparece invertida desde las primeras secuencias, anuncia que la libertad está de cabeza, solo enderezada para los afortunados o los adaptados al sistema, todavía a finales de los años 40 los migrantes -europeos en su mayoría, ingresaban en barco desde el Atlántico a través de Ellis Island en Manhattan, recibidos por la famosa estatua donada por Francia en 1886, no a través del desierto de Sonora, escoltados por guardias militares de ambos lados de la frontera.
Por cierto el director estadounidense no evita otro guiño a la historia del cine, aquí con la obra maestra de Coppola: un el jovencito Vito Andolini es confundido y rebautizado ahí mismo en Ellis con el nombre que le hará famoso: Corleone.
Emigrado austro-húngaro, arquitecto ilustrado y egresado de la Bauhaus, Lázló Tóth es víctima del dolor físico y espiritual por su condición de inmigrante, de damnificado de guerra, por ser judio y además insolvente. Su vida no cambiará demasiado tras arribar a los Estados Unidos, ahí es nuevamente víctima del antisemitismo intensificado en la Segunda Guerra Mundial por el nacionalsocialismo, pero que no era ajeno en muchos sectores de la sociedad americana, su primo Attila (Alessandro Nivola) llegado antes que él, intenta borrar sus orígenes, su apellido y se casa con una rubia católica para poder ser aceptado sin tantos obstáculos. Hoy vemos como vuelve a resurgir dondequiera el racismo contra migrantes en los discursos nacionalistas y populistas y hasta el antisemitismo, penosamente oculto en la legítima demanda palestina de paz y territorio después de lo sucedido en Gaza en 2024.
Conforme avanza la trama, una “afortunada” casualidad hace que el arquitecto obtenga un encargo que definirá su destino en America: la oscura biblioteca de un maniático magnate es transformada por el recién llegado, en un luminoso y aséptico espacio, y le permitirá obtener otro encargo e ir -sin saberlo, hundiéndose poco a poco en su propio drama.
El diseño de un ambicioso centro cultural y religioso lo confronta con su próximo agravio, el arquitecto egresado de la Bauhaus no solo hereda su poética de vanguardia, sino la epopeya utopista que busca erigir mundos perfeccionados y justos a través de la arquitectura y el urbanismo, e irremediablemente se ve seducido y atrapado por la comisión de tan relevante edificación por parte de un mecenas esquizofrénico y mediocre; un decadente adinerado, por contratistas desalmados y por burócratas cretinos, su desgracia no consiste exclusivamente en su obsesión estética o el delirio visionario que intenta imprimir en su proyecto, sino en su impotencia quijotesca para morar y sobrevivir en un mundo tan frecuentemente; decadente, desalmado y cretino.
Finalmente frente al dolor recurrente de cuerpo y alma, el atribulado arquitecto se ve obligado a refugiarse en el paraíso de los derrotados, de las victimas del exceso o de la penuria: las drogas, tan diligentes para curar las facturas del alma y del cuerpo, hasta que curarse del mismo remedio se vuelve infranqueable, el protagonista recurre a los narcóticos para aliviar todo mal, incluso los de su mujer, a pinchazos de heroina se postra irremediablemente ante su fatalidad como víctima.
En suma, Lázló Tóth es una trágica víctima del poder, simple y llano, la peste inmune, el poder político y del dinero, como lo son los principales personajes de nuestra época: los migrantes, adictos y ultrajados, todos esos millones que a diario son forzados a abandonar su hogar y son depreciados por políticos inmundos, o los consumidores de sustancias tóxicas que las usan para mendigar una alegría o disimular su dolor, extorsionados por la delincuencia, y los miles de hombres, mujeres, niños y adultos victimas del abuso de la insania y la desvergüenza.
No creo que sea casual que Corbet haya elegido a un arquitecto para caracterizar su drama, simbolizado por esa silla modernista que coloca aislada y extraviada al medio de una biblioteca que esconde sus libros, los arquitectos suelen ser personas atravesadas por contradicciones muchas veces irreconciliables, todas aglutinadas en el personaje central, victimado una y otra vez por cada uno de esos estragos: la frustración, la tristeza, el acoso, la vanidad, la decepción, el miedo, por eso creo, es tan importante esta película, no por narrar las desventuras de un arquitecto ensimismado con su talento, o por la mayor o menor veracidad con la que nos aproxima a la historia de la arquitectura del siglo XX -que algunos críticos reclaman (3), más allá de la extraordinaria cinematografía, actuaciones, recreación ambiental y música del filme, The Brutalist es un filme oscuro, denso y profundo como las galerías excavadas en las hermosas canteras de Carrara en Italia, donde Tóth sucumbe y es ultrajado, porque recrea y hace converger en su historia, el drama universal de los seres humanos y el drama cotidiano de muchas personas que desgraciadamente no cuentan como este arquitecto, con la formación o el talento para destilar su desgracia a través de la belleza de sus creaciones.
Referencias:
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