28 junio, 2017
por Aliki Ekonomides
El tejer de los orígenes
Las palabras textil, textura, texto y contexto se derivan del verbo latino texere que, básicamente, significa tejer. En esta definición se incluyen tanto la posibilidad de tejer en el sentido material —es decir, el proceso artesanal que tiene por resultado un producto textil tangible— y el sentido figurado de tejer en tanto componer a base de cosas inmateriales, como pensamientos, ideas o historias. Esta última correspondencia de tejer (trenzar fibras materiales para generar un patrón) como una acción competitiva o de escritura (ordenar los elementos del lenguaje para formar un texto o una narración), sugiere una aspiración para crear algo que sea legible o descifrable, de componer algo que tenga y, finalmente, transmita un sentido. Además, es interesante anotar que el significado de texere también colinda con otros como “unir, ensamblar, trenzar, entrelazar, plegar, construir, hacer, fabricar, edificar.” Lo que resulta evidente es que, uniendo las tres dimensiones interrelacionadas de este verbo ancestral se encuentra el tema general de hacer a partir de la unificación artesanal de varias partes o componentes en un todo coherente y dotado de cierta estructura. En este modesto inicio etimológico que rápidamente se expande en una amplia red de posibilidades, la arquitectura está profundamente implicada.
El primer comentarista conocido en la tradición occidental en afirmar que la forma primigenia de la arquitectura era tejida, fue el arquitecto romano Vitruvio. En el segundo de sus Diez libros de la arquitectura, cuenta la historia de cómo el descubrimiento del fuego posibilitó el encuentro continuo de los seres humanos. Esta congregación deliberada y repetida de personas en un sitio, escribe, combinada con el conocimiento de sus destrezas manuales, llevó a los hombres a volcarse en el esfuerzo colectivo de construir refugios.
“Algunos los hicieron de ramas aún verdes, otros cavaron las laderas de una montaña y otros, imitando los nidos de las aves y su manera de construir, los hicieron con lodo y varas […]. En un principio enderezaron estacas ahorquilladas que unieron con varas y cubrieron de lodo. Otros hicieron muros de terrones de lodo seco, cubriéndolos con cañas y hojas para protegerse de la lluvia y del calor.”
Lo más significativo de este pasaje de Vitruvio es su afirmación de que los primeros esfuerzos humanos para hacer un refugio doméstico (en oposición a ocupar un lugar natural cual una cueva existente), sellaban a cabo entrelazando ramas, varas y otras fibras plegables encontradas en la naturaleza, entre postes verticales. Según Vitruvio, entonces, los primeros muros erigidos para definir y cerrar ungular y establecer límites o fronteras espaciales que enmarcaban las acciones humanas eran de naturaleza textil. Sin hacer referencia explícita a Vitruvio, en el siglo XIX el arquitecto alemán Gottfried Semper tuvo ideas similares acerca del origen de la arquitectura. En su ensayo El origen de las artes técnicas y tectónicas o una estética práctica, afirmó que el origen de la edificación coincidía seguramente con el de los textiles. Como Vitruvio, pensaba que el más antiguo elemento espacial construido verticalmente era una cerca de ramas y varas entrelazadas, aunque suponía que estos primeros muros se usaron para construir corrales y que esa práctica llevó a la invención de los tejidos.
Tejer es el proceso mediante el cual hilos u otras fibras son entrelazados en una red continua, cruzando las hiladas horizontales (la trama) con los hilos verticales (la urdimbre) en un marco llamado telar. El antiguo telar griego era un marco vertical contenido entre dos postes con una viga horizontal arriba para el tejido. A los hilos colgantes de la urdimbre se les amarraban pesos en la parte inferior para mantenerlos tensos, la trama era tendida de abajo hacia arriba. Cuando la tela se iba completando, era enrollada en la parte superior. La especulación de que el arte textil es una actividad primordial parece avalada por algunos arqueólogos que han descubierto pesas de telar en suelos que, según los geólogos, tienen más de diez mil años de antigüedad. Hay abundante evidencia arqueológica que indica que el tejer no era sólo uno de los modos más antiguos de fabricar sino su preeminencia transcultural. El hecho de que las artes textiles se hayan desarrollado entre muy diversas culturas, incluyendo algunas totalmente aisladas entre sí, sugiere que el tejer es un quehacer humano casi instintivo.
Mientras los más antiguos modos de producción textil, como esteras, canastas o biombos, estaban fabricados con fibras plegables que podían encontrar en estado natural, el proceso mas sofisticado de tejer una tela en un telar exigía el paso intermedio de preparar la materia prima (lino, lana, seda, algodón, etc.) en fibras hiladas. El laborioso proceso que implica el cosechar, lavar, hilar, teñir y tejer las fibras para producir una tela, coloca a los primeros tejedores humanos en un contacto continuo e inmediato con la materia y los ciclos rítmicos de su mundo. Como proceso común, si no ubicuo, la creación de textiles fue más allá de la mera satisfacción de necesidades pragmáticas, encarnando la profunda interconexión de la vida humana con el mundo-más-que-humano. Por extensión, el tejer, como una actividad social colectiva, se ofrecía no sólo como un medio de apreciar la relación de los hombres con su entorno, sino que establecía un marco conceptual abierto e inclusivo para la comprensión de todas las actividades humanas. Es decir, sirvió como un medio para orientar a los humanos en la vastedad del mundo. Tejer, se podría argumentar, colmó la consciencia humana.
El mundo sagrado de Penélope
En muchas culturas tejer era actividad exclusiva de las mujeres. EL telar griego era símbolo de la casa; tanto por ser una de las primeras estructuras con trabes como pro ser un instrumento usado por las mujeres. El espacio delineado por los postes verticales definía un marco para la acción, conteniendo narraciones desplegadas dentro de sus límites. En el ejemplo de Penélope, el tapiz que tejió durante la ausencia de Ulises cuenta la historia de Laertes, padre de aquél. Ella decía tejer para que, cuando el viejo héroe muriera, tuviera una noble mortaja digna de su posición. El tejido que se desplegaba en el campo de su telar trataba sobre la vida de Laertes, los límites de la misma. De cualquier manera, el definido tapiz resultante puede entenderse metonímicamente como la vida de Laertes: una parte (el tejido) asume el lugar del todo (la vida) indicando que el tejer como proceso y el tejido como producto están revestidos de gran importancia. Se puede concluir de esto que el tejido tiene la doble autoridad de ser un texto significativo, legible, y de ser un paño para cubrir usado con propósitos simbólicos y rituales. En ambos casos, el artefacto tejido es soporte de una narración.
La verdadera razón por la que Penélope teje tiene que ver con su deseo de contener el acecho de sus muchos pretendientes quienes, asumiendo la muerte de Ulises, le exigen escoger a uno con el cual casarse. Penélope estaba desgarrada entre su profunda, privada lealtad a su marido y la implacable presión social ejercida por sus pretendientes, instalados en el palacio, clamando constantemente por su atención. Haciendo uso de los códigos de honor y propiedad para defender su causa, Penélope arguye que no puede considerar ninguna petición hasta terminar “esta red” para Laertes. De día se sienta ante su telar y teje, de noche deshace el trabajo para que la tela nunca llegue a completarse. Esto es significativo por varias razones. El deliberado acto de Penélope al hacer, deshacer y rehacer el tejido actualiza su intento de dilatar el tiempo. Teje entonces para posponer la inevitable confrontación con sus pretendientes, lo cual la forzará a tomar decisiones que no corresponden a loq eu su corazón quiere.
El tejido acumula tiempo en sus mismas fibras, en el sentido que Penélope las combina, desenreda y ata de nuevo, una y otra vez, de manera similar pero jamás idéntica a las que anteceden. El tejido, sin ser nunca idéntico a sí mismo, retiene su identidad y sus significado día tras día. El tiempo, sugiero, es una fibra tan significante en la composición del tejido como lo son los filamentos materiales que le dan cuerpo físico. El producto tejido, por tanto, es una entidad espacio-temporal que acumula textura y profundidad mediante el entrelazado del tiempo, la memoria y la emoción en su forma final como artefacto humano.
Otra conexión con el tiempo y la memoria es que Penélope, apesadumbrada por la ausencia de Ulises, teje para testimoniar y soportar la duración de su duelo. Su acto creativo es un gesto conciliador: haciendo algo construye activamente una presencia de cara a una ausencia desoladora. Su marido es la razón principal para emprender ese proyecto y ella se anticipa a las malas noticias dela muerte de aquél. Aun si su cuerpo jamás fuera encontrado, Ulises tiene una mortaja lista para sí. A la luz de lo anterior, es interesante recordar que Penélope no teje la mortaja par Ulises mismo, sino que el tejido que tanto tiempo y energía consume es para el padre, Laertes, cuya muerte es inminente en razón de su edad. Mientras que el tema mortuorio es inevitable al hacer un ornamento funerario (la muerte aquí se presenta, literal y metafóricamente, “en la superficie”), sugeriría que Penélope teje amortaja intentando mantener el presenta a us lado; para mantenerlo vivo. Lo que pasa repetidamente a través de la urdimbre tendida es la larga y resistente cuerda de su lealtad. El tejido la une más a él, reforzando la reiteración del lazo conyugal. Por tanto, su labor comprometida en el continuo tejer y destejer, no es ni un uso ineficiente de energía ni un esfuerzo desperdiciado, sino una tarea altamente productiva en su habilidad para activar la memoria y hacer que el significado aparezca mediante el trabajo. Cada vez que los hilos son deshechos, lo que exigirá volverlos a tejer, Penélope afirma su dedicación al matrimonio: construye, repetidamente, el nudo sagrado. El nudo, en un sentido literal, es el producto que resulta de entrelazar una o varias fibras flexibles. La intención subyacente a esta innovación era amarrar o unir elementos, en otras palabras, atarlos de manera segura. El nudo es un momento intrincado y especial, tanto para la textura del mateiral del tejido como para la narrativa.
El paralelo en arquitectura a esta condición textil es el detalle arquitectónico como unión que conecta dos o más elementos y que, simultáneamente, mantiene esas piezas separadas. La razón de esta paradoja es que el detalle no es idéntico a las cosas que une. Siempre será otro. Y aun si mantiene los elementos separados, el detalle prepara el terreno para su unión. Tiene pro tanto una condición de gozne, de eslabón. Como componente esencial del trenzado de varios elementos, el detalle exige especial atención en su manufactura y, una vez hecho, llama la atención sobre sí mismo. En tanto concentración pronunciada de esfuerzo, el detalle, como el nudo, puede entenderse como una densa estructura de historia. Lo que generalmente esta´contenido en la densa narración de las historias son estratos de saber, acumulados y contados por quienes nos precedieron. Cuando contamos de nuevo una historia, dicho acto (de escoger las tramas existentes y entrelazarlas con las preocupaciones de nuestro propio tiempo) es un gesto doble de integración e invención que activamente presenta la coherencia de nuestra cultura y nos conecta con nuestra tradición heredada. Estos pensamientos pueden llevarse a un lenguaje tectónico. En las profundidades narrativas del detalle puede descansar el potencial de una arquitectura que no resulte trivial.
Ser, habitar, construir
El verbo construir (to build) significa común y simplemente “fabricar (algo)”. Sin embargo, lo que resulta relevante explorar aquí es la profundidad de significado invertida en construir (building) a través de sus raíces lingüísticas. Lo que se revela es que, al momento de su nacimiento en el lenguaje, construir significaba tanto “edificar una morada” como “demorar, habitar.” Es decir que la esencia de construir agrupa simultáneamente la necesidad pragmática o utilitaria de un refugio y las preocupaciones existenciales que tienen que ver con nuestra condición mortal y terrena. En otras palabras, construir confronta nuestra necesidad de sentirnos en casa en el mundo, de habitar verdaderamente. El filósofo Martin Heidegger, consideró el tema de la habitación conectado con la construcción y presente en el habitar, como algo relacionado con un modo de ser en la tierra. El habitar plantea cuestiones profundamente enraizadas y de amplias repercusiones. Habitar no es sólo estar en la envidiable situación de tener un techo sobre la cabeza, pues ocupar o residir en algún sitio no es, automática y necesariamente, habitar en su más profundo sentido. Heidegger no discute, pro tanto, el construir en tanto arte o técnica de edificar, sino que “sigue al construir hacia ese dominio al cual todo lo que es pertenece.” Para él no construimos para habitar sino porque habitamos y lamenta que esta dimensión esencial del construir se haya perdido o silenciado en nuestros tiempos.
Nuestro impulso primordial para construir, por tanto, nace de nuestra necesidad de definir cómo pertenecemos al mundo. Construimos para hacernos un lugar dentro de la compleja red de la existencia. Lanzarnos a la acción constructiva corresponde, entonces, a nuestra necesidad humana de mediar con la vulnerabilidad y mortalidad que nos caracterizan. La arquitectura nos permite definir límites. Como poderoso acto primigenio de autoposesión, nos rodeamos de fronteras espaciales dentro de las cuales nos encontramos a gusto. Esta manera de colocarnos a nosotros mismos dentro de la estructura del mundo-más-que-humano, es esencialmente una forma de tejer. Estructuramos nuestro mundo a través del hacer y actuando así, nos hacemos un lugar en un todo más amplio.
Los humanos buscamos el significado. Para reclamar lo perdido y continuar con significado, debemos pensar el construir en toda la profundidad de sus connotaciones originales como medio de reunirnos en el habitar. Mediante la arquitectura (entendida como una tarea cuyo significado e implicaciones rebasan e impregnan a la vez su presencia material), nos comprometemos con el reto humano de negociar nuestra residencia en la tierra. La arquitectura que significa nos reúne en el habitar. Si estos son los compromisos fundamentales a los que la arquitectura y el construir deben responder, la profundidad del problema nos obliga a cuestionarnos sobre los riesgos que asumimos y los desafíos que nos planteamos como arquitectos. Pensar la tarea del arquitecto como el tejer, es un principio en el proceso de recobrar esta dimensión enterrada o perdida del construir. En otras palabras, mediante el construir, en su más amplio sentido, podemos integrarnos o entretejernos significativamente en la textura del mundo y, así, sentirnos en casa.
El principio de revestimiento
La cuestión principal planteada aquí es la preocupación central de la arquitectura, la tarea de encontrar su propio lugar en el mundo, lo que implica pensar también qué es lo apropiado. El primer tratado de arquitectura que presta atención al tema de lo apropiado es, también, el de Vitruvio. En el décimo libro escribe:
Pensemos primero en una invención necesaria, como la vestimenta, y veamos cómo la combinación de trama y urdimbre en el telar, que trabaja bajo los principios de la máquina, no sólo protege al cuerpo cubriéndolo sino que le da una apariencia honorable.
Es digno de atención que, en la misma oración en la que habla de la importancia del vestido y de cómo sirve para proteger al cuerpo de los elementos, Vitruvio subraya el significado del vestir en un nivel social. Implícito en el comentario está el que, satisfechas las necesidades básicas del vivir, la producción de textiles está ampliamente relacionada con la intención de vestir al cuerpo apropiadamente, de manera que el individuo pueda presentarse en público. Tomar su lugar en el mundo (en este caso, presentarse en la sociedad romana) implica hacerse visible al adornar el cuerpo con textiles honorables, es decir, apropiados.
Vestir (to dress) se asocia comúnmente con cubrir el cuerpo con ropa, pero el verbo tiene ciertas connotaciones como colocar algo en su posición apropiada o hacer esfuerzos para ajustar o enderezar algo. Lo que resulta de inmediato evidente es la preocupación por la presencia apropiada de algo, sea el ropaje del cuerpo u otro material. Revestir (to dress) también es el acto de decorar o refinar algunos elementos o materiales arquitectónicos. En su ensayo El principio de revestimiento, Adolf Loos asegura que objetos como los tapices y los tapetes eran en principio colgados “para proporcionar un espacio agradable y vivible.” De nuevo, el origen de la arquitectura como un textil. Sin embargo, Loos va más allá al decir que estos primeros textiles o formas de “revestimiento” y la necesidad de mantenerlos en su sitio apropiadamente, antecedió y originó la invención del marco estructural. Así, la innovación arquitectónica que era el revestimiento, como desarrollo del uso de textiles para cubrir al cuerpo, precede a la estructura.
Lo que Loos llama “principio de revestimiento” tiene que ver con arreglar (dressing) los materiales de una manera que convenga a lo que son. Dice que este principio nueva un importante papel en la arquitectura al servir como resistencia a la tentación de usar un material imitando otro más caro. El uso correcto o apropiado de un material, argumenta, resulta de usar los revestimientos de manera que se distingan como tales. Para Loos, la arquitectura empieza a tener su lugar apropiado en el mundo cuando está compuesta por elementos cubiertos, arreglados y revestidos apropiadamente. Menos de medio siglo antes de Loos, Gottfried Semper aseguraba que en el lenguaje usado comúnmente en la construcción había indicios del origen textil de la arquitectura. Excavando las profundidades ocultas de la terminología común se revela lo que sabemos o supimos y hemos, tal vez, olvidado. A veces tendemos a olvidarnos del verdades existenciales contenidas en los estratos sedimentarios del lenguaje. Por eso al discurrir sobre arquitectura debemos constantemente volver a él.
El lenguaje como tejido
El lenguaje es un espacio cultural compartido que se abre al encuentro. Todos participamos en ese rico y colorido tapiz y, por tanto, estamos incluidos en su tejido dinámico. No podemos pensar más allá del lenguaje, pues es lo que estructura todas nuestras concepciones acerca de nuestra experiencia, sin importar cuán abstractos sean nuestros pensamientos. Tampoco podemos hacer nada fuera de esta red lingüística. Para establecer conexiones entre nosotros, lo que hacemos y el mundo estamos obligados a operar mediante el lenguaje. Debemos introducirnos en él para recordar sus orígenes y las transformaciones de la palabra, sus usos concretos y conceptuales y la red de relaciones que las conectan. “El lenguaje humano está estructurado no como una colección de términos cada uno con un significado determinante, sino como una compleja red de ramificaciones donde los nodos o términos tienen su lugar o significado sólo en virtud des us relaciones directas o indirectas con todos los demás términos del lenguaje,” según Heidegger. Es una entidad tejida, animada, inclusiva y siempre cambiante y es el primer soporte del sentido común o colectivo.
El poder del lenguaje radica en su polisemia. En esta copresencia de múltiples significados y en la interconexión y empalme de ambigüedades, extendiendo la distancia entre lo literal y lo literario, se encuentra una gran riqueza. A través de la polisemia, lo múltiple puede ser contenido, reunido, tejido en lo uno. Este discurrir sobre el lenguaje nos habla de la arquitectura. Pues, para tener sentido y remitirse al habitar, la arquitectura debe comprometerse con la estratificación multivalente del lenguaje (su materialidad, su textura y su profundidad narrativa). La arquitectura da lugar a la polisemia sin ser reductiva, haciendo así que el sentido surja en toda su amplitud. El vocabulario de la arquitectura es creado por los materiales que necesitan ser tratados, vestidos, construidos de acuerdo a su propia sintaxis, para que puedan ser articulados y evocar, para que la arquitectura pueda hablar.
“La arquitectura no es como un lenguaje sino como el uso poético de un lenguaje. El uso poético del lenguaje requiere poner atención a los sonidos, a las similitudes accidentales de las palabras, los ritmos y cadencias del habla. La poesía, en otras palabras, incorpora la materialidad del lenguaje. Es lenguaje de manera menos abstracta, menos constreñida por la convención, el lenguaje que procede en dirección contraria a la voluntad universal a través de lo particular, con un lenguaje específico. Fuerza lo abstracto a aparecer indirectamente, a construirse a sí mismo a partir de la misma «cosa» que el lenguaje”
El arquitecto es un tejedor. Tal vez debiera decir: el arquitecto debe empeñarse en tejer. Para ser un buen tejedor, el arquitecto debe ser también un poeta. Nacemos en una compleja situación. Como seres encarnados e históricos, estamos entrelazados con los otros y con el mundo. Tocamos y nos toca todo aquello que nos rodea. La arquitectura teje la cultura humana en la vasta red del mundo-más-que-humano y así define una empresa mayor que la suma de todos los edificios construidos. Esto hace que sea esencial para el arquitecto el entender el contexto en el cual nos encontramos y ser capaz de identificar críticamente sus implicaciones cultivando las oportunidades del habitar.
Entendiendo lo que hacemos como un tejido, estamos en sintonía con las fibras de sentido visibles e invisibles que nos nutren y rodean. Ganamos una mayor receptividad hacia el otro y una mayor sensibilidad hacia nuestra presencia y participación en el mundo-más-que-humano. Tejer nos ata y, por tanto, habla del potencial de la arquitectura para enriquecer profundamente el tejido de la vida humana. Por el tejido llegamos a articular mejor las profundidades lingüísticas de la arquitectura y esto nos ofrece medios para salvar la distancia entre dónde estamos y las dimensiones esenciales del construir.