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¡Felices fiestas!
6 junio, 2017
por Arquine
Max Cetto nació en 1903 en Coblenza, Alemania. Su juventud estuvo marcada por las tensiones políticas de la Primera Guerra, la Revolución Soviética y los levantamientos de obreros alemanes de 1919 que condujeron a la reación de la República de Weimar. Comenzó a estudiar arquitectura en Darmstadt y un año más tarde en Munich, donde también asistió a las clases del historiador de arte Heirich Woelfflin. En 1923 se trasladó a Berlín, donde enseñaba el conocido arquitecto Hans Poelzig, el cual entendía su tarea como una “guerra de dos frentes: contra el «fetiche de la técnica» y contra el «fetiche de la tradición», sabiendo que ambos son necesarios y valiosos.” La tensión de esta contraposición es la que dio unidad artística a sus edificios.
Casa de Max Cetto en el Pedregal, ciudad de México
Al terminar sus estudios en 1926, Max Cetto se incorporó al Departamento de Planeación Urbana y Obras Públicas de la ciudad de Frankfurt, bajo la dirección del arquitecto Ernst May. Al igual que en otras ciudades alemanas, como Hamburgo y Berlín, representativas de la política socialdemócrata de la República de Weimar, la prioridad arquitectónica residía en la vivienda obrera. El departamento de May construyó entre 1925 y 1930 alrededor de 15 mil viviendas dentro de conjuntos habitacionales integralmente planeados, que Tafuri llamará “utopías realizadas.” Max Cetto proyectó y construyó de 1926 a 1931 alrededor de veinte obras (edificios técnicos, pedagógicos, de salud, de habitación, remodelaciones). El primer proyecto que elaboró fue un molino de carbón para la nueva central termoeléctrica a orillas del rio Meno en Frankfurt que, según Joachem Jourdan, es “un excelente monumento de la cultura industrial de la Neuw Sachlichkeit (Nueva objetividad).” La estructura —el marco de concreto armado— y la cubierta descansan ligeramente sobre la tierra, desde la cual surgen los elementos macizos de mampostería y la transparencia del cristal bajo la cubierta, finamente reticulada, enfatizando la tensión entre el elemento técnico, vacío, de la estructura racional y el elemento “tierra”, macizo, de la mampostería. En 1927 Max Cetto participó junto con Wolfgang Bangert en el concurso para el palacio de la Liga de las Naciones en Ginebra, con un proyecto que Sigfried Giedion calificó como uno de los mejores provenientes de Alemania y que lo llevó a invitar a Cetto a participar en el Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, donde pudo entrar en contacto con las diversas posturas de ese grupo de arquitectos frente a la modernidad.
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En 1938, Max Cetto se embarcó con una sola maleta llena de fotos de sus obras, algunos libros y artículos, en el puerto de Bremen rumbo a South Hampton y de allí a Nueva York. Dejaba atrás una Alemania y una Europa con las que no deseaba ni podía identificarse. Quizá por ello, al llegar a Nueva York percibió de manera clara que el “centro” comenzaba a trasladarse de continente. Europa comenzaba a ser periferia. Al respecto, escribió en su libro de 1960: “el desarrollo de la arquitectura moderna en Europa se vio sensiblemente interrumpido en los dos decenios antes, durante y después de la Segunda Guerra. CON esto el continente americano llegó a ser el escenario en donde se continuó la obra comenzada.” Cuando Cetto visitó a su amigo Walter Gropius, quien había llegado en 1937 a Harvard como profesor, en su casa de Lincoln, Massachussets, descubrió que Gropius, quien antes había promovido una arquitectura internacional, ahora mostraba ciertos aspectos regionalistas. En esa casa, proyectada junto con Marcel Breuer en 1938, realizaba lo que Sigfried Giedion llamaría el “nuevo regionalismo.” Gropius y Breuer buscaban demostrar que era posible utilizar elementos estandarizados modernos (puertas, ventanas, instalaciones) y, al mismo tiempo, retomar métodos tradicionales de construcción, como la estructura de madera típica de la zona o los materiales locales.
Horatio West Court, Irving Gill, 1919
Cetto trabajó durante sies meses con Richard Neutra en Los Angeles. En California también se había asentado otro arquitecto austriaco: Rudolph Schindler. Ambos habían sido discípulos de Adolf Loos en Viena y ambos habían trabajado con Wright. A través de Wright habían descubierto también esa “tradición norteamericana.” Ambos arquitectos recorrieron California, admirano sus paisajes, sus culturas, “descubriendo” su tradición arquitectónica: desde la cultura Pueblo, las misiones coloniales, el Spanish colonial revival, como la arquitectura de Irving Gill, que mostraba interesantes paralelismos con la obra de Loos.
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En 1939 Max Cetto decide seguir el camino hacia el Sur y cruzar la frontera hacia México. La revista Architectural Record —editada por Esther Born— había dedicado un número a la arquitectura moderna mexicana. Allí se presentaba a un grupo de arquitectos jóvenes interesados en desarrollar una arquitectura que mejorase las condiciones de la vivienda, la educación y la salud populares, pero que también construía nuevos edificios para el sector privado. Poco después de su llegada a México —al tiempo que dirigía la obra del Hospital Infantil para Villagrán García—Max Cetto proyectó edificios de renta en la colonia Cuauhtémoc para Luis Barragán. El único proyecto en el cual fue otorgada una autoría a ambos es un edificio de renta para artistas en el número 38 de la glorieta Melchor Ocampo —alrededor de 1939. Se trata de cuatro apartamentos que, aunque de muy pocos metros cuadrados, están excelentemente distribuidos. El estudio de doble altura une el nivel de la cocina con el nivel alto de la recámara y, por medio del gran ventanal, reticulado finamente de manera vertical, se permite la entrada de luz y de la ciudad al interior de las habitaciones.
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Glorieta Melchor Ocampo, ciudad de México
Max Cetto y Luis Barragán trabajarán conjuntamente en algunos proyectos hasta principios de los años cincuenta. Esta relación será sumamente fructífera para ambos. A Barragán debió impresionarle el portafolio con las fotografías de las obras de Cetto, sus charlas sobre la arquitectura en Europa, por ejemplo sobre el Le Corbusier regionalista —aquel de la casa Errázuriz en Chile, de 1930— de la azotea “surrealista” Béistegui (1931), la Villa Mandrot, quizá hasta de contenido lírico en casas como la Villa Savoya (terminada en 1929), obras que ambos debieron conocer. Barragán en 1931-32 después de haber pasado por Nueva York y conocer, gracias a Orozco, al fascinante artista y arquitecto de vanguardia Frederick Kiesler, había viajado a Europa y visitado a Le Corbusier y conocido algunas de sus obras. Estos descubrimientos debieron ejercer en él una cierta influencia, ya que la obra posterior a este viaje muestra a un Barragán diferente. Desde este horizonte se pudo llevar a cabo el fecundo diálogo entre Cetto y Barragán. Así Max Cetto pudo contarle de Neutra, el discípulo de Adolf Loos en Viena, el Neutra que introdujera el estilo internacional a California e integrara una revisión de la obra de arquitectos californianos anteriores como Irving Gill. A partir de la obra de Gill, de su Spanish colonial revival —en la casa Allen (1907), la casa Simmons (1909) o el Horatio West Court (1919), que propone volúmenes cúbicos, esenciales, incrustados unos en otros y cuya fuerza y poesía surgen de las perforaciones precisas a estos pesados y arcaicos cubos— hablaron de cómo se podían reunir y confrontar modernidad y tradición.