23 mayo, 2016
por Andres Maragaño
Durante el año 2011 vivimos en Chile uno de los estallidos sociales más significativos y provocadores desde los complejos años 80. Jóvenes, sus familias, así como profesores y trabajadores vinculados a la enseñanza, marchaban por una educación “pública, gratuita y de calidad.” Así lo anunciaba el tridente de trisílabos que dominaban las conversaciones, las discusiones y claro, los discursos que arrasaban todos los rincones de nuestro vertical País.
Así, también, lo describía un gran lienzo que, hecho con la bandera nacional, cubría casi la totalidad del edificio de la Casa Central de la Universidad de Chile, un simbólico edificio educacional que, como una improvisada instalación de Christo, vestía otra vez un edificio para mostrar lo esencial, pero esta vez poniendo el énfasis, entiendo, en la perspectiva histórica del problema, que como fulcro se integraba a tal discusión. Desde allí, es posible verificar que durante los últimos 40 años la educación pública chilena residía con esfuerzo y que gran parte de la carga educativa había sido entregada a organizaciones privadas. Así había sido tradicionalmente: la existencia de algunas corporaciones que participaban haciéndose pieza del rompecabezas educativo nacional. Pero ahora, se habían multiplicado de forma profusa en cantidad de casas de estudios y en oferta educativa. Este impetuoso crecimiento no era más que la consecuencia de una sociedad que multiplicaba sus exigencias y que intentaba cubrir sus demandas, el vehemente crecimiento [1] resolvía que miles de jóvenes acudían al extendido sistema educacional para convertirse en profesionales. Así, sin más, la profesionalización se transforma en una respuesta total al evidente y necesario sustento futuro y actúa como un ascensor social, un atributo que mejoraba las condiciones de las familias de cara a un país que planteaba nuevas exigencias de recursos y posición social.
Ocurría también en otros ámbitos. El lenguaje del mercado se había extendido hasta perforar los límites del campus universitario, que a su vez posibilitaba que la representación laboral se transformara en un único propósito y ocultaba algo que hasta ese entonces la Universidad había cultivado con sentido desafío: la cultura del saber, la creación de bienes públicos y la contribución a la formación de una ciudadanía. Aun así, el problema estaba en que algunas instituciones obtenían ganancias demasiado interesantes. El problema, entonces, estaba en los altos costos que significó para las familias esa educación y las menores asistencias que el Estado otorgaba para sostenerla [2]. El problema estaba en que la calidad de dicha educación fue menguando en este acelerado y desregularizado proceso. Lo que termina por explicar el citado lema: “pública, gratuita y de calidad”.
Humberto Giannini, desaparecido académico y filósofo, explicaba el problema de la siguiente manera: “nuestro propósito actual es mostrar que la crisis universitaria es el corto-circuito, tal vez irremediable, de dos ideas que simplemente se habían venido acomodando en el mundo moderno, a fin de congeniar entre ellas: la idea de saber, como condición desinteresada de las cosas, como reflexión retórica y la idea de sociabilización o aprovechamiento social del saber.” Y continua “dos actividades que exigen un tiempo diverso, una disposición diversa de los agentes, pero también y sobre todo, de la sociedad” (Giannini H, 2016) [3]
……………..
Durante el año 2011 no fue posible realizar el Taller de Agosto[4]. Los comprensibles movimientos estudiantiles detuvieron gran parte de las actividades en las universidades. Nosotros no fuimos entonces la excepción. El Taller de Agosto viene desarrollándose desde el 2004. Durante 4 semanas toda la Escuela se implica en la realización de una obra construida en el espacio público en alguna comunidad. Así, en su devenir, sólo alterado en una ocasión, dicho Taller viene construyendo en nosotros una imagen sugestiva de aquella idea que vincula a la universidad con su sociedad. De allí la necesidad de comentarlo. Inicialmente es conveniente aclarar que este taller, en su cometido, intenta realizar un proyecto de espacio público. Generalmente lo hemos podido realizar en zonas frágiles, socialmente vulnerables. Por otro lado, sin más, cada taller de Agosto ha sido una acción distinta que, por variable, enriquece la experiencia, apoyada en la noción de proximidad. Desde esta proximidad es que se puede entender que la sociedad o los grupos, las comunidades, puedan nutrir a la universidad en sus propósitos, pues necesariamente perfora sus campus, aportando la sensibilidad hacia lo cotidiano, muchas veces desentendida. Se cultiva el asombro. Se aporta un espacio de acción constante y afable, donde sigue mediando el riesgo, generando finalmente un amplio sentido sobre el interés público que se funda en las mismas obras.[5]
En algún modo o medida cada obra ha estado definida según lo que un arquitecto es capaz de hacer dentro de un grupo o comunidad. Atendiendo a dicha medida es que hemos podido observar cómo esas comunidades se han apropiado de tales obras. Así, a partir de los múltiples sentidos que toman estas intensas relaciones, las obras van atendiendo casi incondicionalmente a la vida, organizando elementos no lineales que incorporan saberes disciplinares, técnicos, así como los nacidos de la experiencia y de las condiciones emocionales, muchas veces impredecibles, que les otorgan valor e interés.
Cada obra ha sugerido una compactación puntual dentro de un paisaje social, para lo cual se ha tenido que mediar necesariamente entre los habitantes, el lugar, la materia con que se constituye el proyecto, los intereses y los costos; esto es, los distintos recursos que pone en juego generalmente la propia arquitectura. Pero es importante no olvidar el objetivo final: la formación de un arquitecto. Por lo tanto es necesario incluir también componentes disciplinares que en muchos sentidos aportan cierta contemporaneidad en las mismas obras. Es así como se logra hacer comparecer en un lugar y en un tiempo, finalmente, todos estos elementos: la expresión de la disciplina y cierta contemporaneidad con los propios habitantes.
Entendiendo que lo descrito no ha superando la compleja hipótesis de la vinculación entre universidad y sociedad, es que, más allá de la retórica dispuesta, la obra compone una ligera huella de una experiencia que abre por si misma la discusión de cómo los saberes se manifiestan, se materializan y se aprovechan y, al final, allí donde fue posible que existiera una obra, conforman la ligera huella de transformación y valoración de la tarea de un arquitecto en la sociedad.
[1] En Chile existen 940 mil estudiantes de educación superior, cifra que quintuplica a la de hace 20 años (OCDE 2013); El Aseguramiento de la Calidad en la Educación Superior en Chile 2013
[2] Datos de OCDE señalaron que el porcentaje del costo de la educación superior que recae en las familias chilenas es el mayor del mundo y se aleja mucho del de otros países como Dinamarca (3.5 por ciento), España (17), México (28) y Estados Unidos (34).
[3] Giannini Público (2015) Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, Editorial Universitaria, Santiago. (pág. 237)
[4] La Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, tiene o desarrolla algunas instancias donde construye obras, este taller es una de esas instancias.
[5] Taller de Agosto o de obras. Talca, cuestión de Educación , Arquine (2015)