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Columnas

Donde una vez hubo un lago…

Donde una vez hubo un lago…

17 febrero, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Todo este valle no es más que el fondo de un lago que se ha secado.

Alexander von Humboldt

El 22 de marzo de 1803 llegó al puerto de Acapulco la fragata Orúe, proveniente de Guayaquil. Junto a la tripulación viajaban dos jóvenes científicos, uno alemán y su ayudante, francés: Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland. Llegaron tras cuatro años de expedición. Salieron de Europa en 1799, “provistos de amplísimos pasaportes y por orden de la corte de España debería impartírseles las más grandes facilidades para el desarrollo de sus estudios de carácter científico.” (1) En la Nueva España estuvieron casi un año. El 7 de marzo de 1804 partieron hacia La Habana y de ahí a los Estados Unidos, para regresar a Europa en agosto del mismo año, cargados de animales disecados, insectos, minerales y miles de notas sobre sus observaciones. En París, Humboldt preparó los casi treinta tomos de Le voyage aux régions equinoxiales du Nouveau Continent, entre los que se encuentran los del Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España. Humboldt cuenta que, desde su llegada a México, concibió “el proyecto de construir una carta del valle de Tenochtitlán,” pues no había ninguna de confiable precisión.

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El primer mapa occidental de México-Tenochtitlán se publicó en Nuremberg en febrero de 1524, acompañando a la traducción al latín de las Cartas de Relación de Hernán Cortés. Aunque aquel mapa fue obra de un cartógrafo europeo, “su examen detallado revela muchos detalles precisos de la ciudad amerindia que no aparecen en las largas descripciones que Cortés incluyó en su segunda carta.” (2) Barbara Mundy sugiere que el Mapa de Nueremberg combina una visión de ciudad ideal del imaginario europeo con fuentes locales. La excepcional condición de aquella ciudad en las alturas y rodeada de agua resultaba de enorme interés. Denise Cosgrove explica cómo los cartógrafos venecianos veían en Temistitan una probable modelo para su propia ciudad, también al centro de una laguna.(3) En 1528, cuatro años después de la publicación del Mapa de Nuremberg, Benedetto Bordone dibujó otro de Temistitan que incluyó en su Isolario. Sirvió de modelo al que luego dibujó Giovanni Battista Ramusio en 1534. Dos años después, la ciudad más grande que aparece en el planisferio dibujado por Battista Agnese es Temistitan.

En 1665 se publicó en Ámsterdam Mundus Subterraneus, obra del jesuita alemán Athanasius Kircher —quien fuera, también, corresponsal de la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Se trata de una obra problemática que combina ideas herméticas, ciencia experimental —Kircher había escalado el Vesubio y entrado a su cráter tratando de entender la conexión, subterránea, obviamente, entre los distintos volcanes de la tierra— y “la visión que el hombre común del siglo XVII tenía del interior de la Tierra.”(4) Kircher incluye un plano de la ciudad de México, que aparece al centro de un lago de agua dulce, alimentado por cuatro ríos, conectado de manera subterránea con un lago de agua salada, que a su vez desagua, también bajo tierra, en el Golfo de México. Una página antes del mapa de la ciudad de México, Kircher presenta uno del Nuevo Continente. La única ciudad dibujada en América del norte es México, con sus dos lagos y sus flujos conectados, a través del Golfo, a las corrientes oceánicas. En la Introducción geográfica a su Ensayo Humboldt escribió:

“Pocas regiones inspiran un interés tan vivo y tan variado como el valle de Tenochtitlán, porque es el sitio de una antigua civilización de los pueblos americanos. Grandes recuerdos no sólo acompañan la existencia de la ciudad de México, sino también y muy particularmente a varios monumentos todavía más antiguos, cuales son las pirámides de Teotihuacán. El hombre de ciencia contempla con interés la prodigiosa elevación del suelo mexicano, aquellos ríos que no desaguan en el mar, aquella forma extraordinaria de una cadena de montañas que rodean el valle como un muro circular, y se convence de que todo este valle no es más que el fondo de un lago que se ha secado”

Andrew Sluyter explica que cuando Humboldt llegó a la cuenca del Valle de México, “casi tres siglos de colonización habían causado devastación y pérdida de población.” De unos 300 mil habitantes que se calcula que había en Tenochtitlán y un millón y medio en la cuenca, la población había disminuido drásticamente tras la conquista y a principios del siglo XIX apenas alcanzaba los 600 mil habitantes en toda la cuenca. La densa población prehispánica había alterado la hidrología de la cuenca con obras como el Albarradón de Nezahualcóyotl, un dique de más de 10 kilómetros que separaba los lagos de agua dulce y salada, y el sistema de chinampas, islotes artificiales para el cultivo. Casi todo eso ya había desaparecido cuando Humboldt llegó.(5) Pero Humboldt entendió que “las hoyas de agua dulce y salada” ocupando las cinco lagunas del valle no eran “sino los débiles restos de una gran masa de agua que cubría en tiempos remotos todo el valle de Tenochtitlán.”

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La particular condición geográfica del valle de México se explica en dos láminas del Atlas Geographique et Physique du Royaume de la Nouvelle Espagne, que acompaña al Ensayo; la doceava es la descripción física de la pendiente oriental de la meseta de la Nueva España, camino de México a la Vera Cruz, y la decimotercera es la pendiente occidental, de México a Acapulco. Juntas, muestran al valle como eso que los geólogos califican como una cuenca endorreica: los ríos no desaguan en el mar por la cadena de montañas que rodea al valle. Humboldt pensaba que “las obras emprendidas para preservar a la capital del peligro de las inundaciones,” ofrecían “al ingeniero y al arquitecto hidráulico, ya que no modelos a imitar, al menos objetos dignos de un profundo estudio.” Otra sección muestra el canal de Huehuetoca o de Nochistongo, “que fue excavado en el siglo XVII en la cadena de montañas que circundan por el norte el valle de Tenochtitlán y sirve para preservar la capital del peligro de inundaciones.” El canal se empezó a abrir en noviembre de 1607 y se terminó en mayo de 1609. Fue idea de Enrico Martínez, cosmógrafo de Felipe II que llegó a la Nueva España en 1590. Su nombre real era Heinrich Martin y nació alrededor de 1550, probablemente en Hamburgo. Abrir los doce kilómetros del canal costó demasiado, en vidas y en recursos, y no logró salvar a la ciudad de inundaciones. El rey envió a otro ingeniero, también alemán o quizás holandés, Adrian Boot, a remediar los fracasos de Martínez. Tampoco lo logró. En 1629 las fuertes lluvias hicieron que la ciudad se inundara. Las aguas no bajaron por seis años. Se pensó en mudar la ciudad de sitio pero al final se volvió a la idea de abrir un tajo para vaciar los lagos.(6)

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Si en la segunda mitad del siglo XVI, como explica John F. Lopez, el manejo del agua en la cuenca del Valle de México se pensaba de acuerdo a distintos modelos para controlar las inundaciones: regular los niveles de los cuerpos de agua, desviarlos o, finalmente, drenarlos, tras las inundaciones de la primera mitad del siglo XVII se tomó la decisión de optar por la última vía: desecar el valle.(7) Aun cuando la cuenca ya había sido transformada por las necesidades de la gran población que la ocupaba desde tiempos prehispánicos, las maneras de imaginar y construir la ciudad colonial implicaron no sólo la desecación de los lagos sino también la desaparición progresiva de los bosques que los rodeaban, tanto por el crecimiento urbano como para generar tierras de pastoreo, aunque buena parte de los terrenos que quedaban al descubierto eran salitrosos y poco fértiles.(8) Con todo, hasta las primeras décadas del siglo XX, la ciudad de México contó con acequias y canales navegables. A finales del siglo XIX incluso se propusieron líneas de barcos de vapor que corrieran de la ciudad a sus alrededores.(9)

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Pese a las grandes obras, la ciudad de México se siguió inundando con relativa frecuencia, aunque no en la magnitud que en los siglos XVI o XVII. En 1951 fuertes lluvias hicieron que el Centro Histórico y varias de las colonias que se construyeron en su periferia en las primeras décadas del siglo XX se inundaran durante diez días. Esa última gran inundación no hizo que las cosas cambiaran para bien. Al contrario. Teodoro González de León describió los años que siguieron como cincuenta años de errores:

“En menos de cinco décadas, la ciudad de México ha pasado de dos a 18.5 millones de habitantes. La mancha urbano se ha desarrollado en poco espacio con un modelo de ocupación del suelo de alta densidad pero muy baja altura. Las obras de infraestructura no han servido para conducir o para darle rumbo al crecimiento urbano y se han ejecutado casi siempre luego de que fraccionadores o invasores ocupen el suelo. Durante medio siglo hemos tolerado la ocupación de lechos de lagos y de ríos, así como de barrancas y otras áreas de enorme valor ecológico. A nivel hidrológico, hemos sacado más agua de la que permitimos que el subsuelo recargue. Este comportamiento irresponsable lo hemos extendido a otras cuencas.”(10)

Como escribió Alfonso Reyes, tres razas, tres civilizaciones y tres regímenes monárquicos divididos por paréntesis de anarquía, se empeñaron en la creación del desierto.(11) La cuenca del valle de México pasó a ser “una de las regiones de la tierra que ha registrado mayor deterioro ambiental.”(12) Algunas voces han advertido contra el desastre, incluso desde el siglo antepasado. Sin embargo, en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, se han hecho propuestas que van desde la pequeña escala —parques y jardines dedicados a almacenar y tratar el agua pluvial— y la intermedia —como la limpieza y recuperación de cauces de ríos o canales contaminados o entubados—, hasta propuestas que por su escala podrían considerarse utópicas —como la mencionada Vuelta a la ciudad lacustre, cuya promesa, no por difícil imposible, hoy ha quedado prácticamente cancelada por la decisión de construir el nuevo aeropuerto de la Zona Metropolitana del Valle de México en el lecho seco del lago de Texcoco, sin aprovechar esa infraestructura, como lo buscaba aquella propuesta, para detonar la recuperación del lago.

Hoy, en la ciudad de México, hay zonas que se inundan y otras con desabasto de agua cotidiano. Hoy, cada charco debiera verse como una cisterna desperdiciada y cada calle anegada como un río en potencia. Hoy, los problemas de suministro y, después, manejo del agua en la cuenca del valle de México, con los más de 20 millones de habitantes que la ocupan, son de los asuntos más graves a pensar y resolver en la ciudad que creció donde hubo una vez un lago.


Segunda parte: Ahora hay una ciudad.


Notas:

  1. Vito Alessio Robles, Introducción biobibliográfica al Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, editorial Pedro Robredo, México, D.F., 1941, pp. 9-10.
  2.  Barbara E. Mundy, Mapping the Aztec Capital: The 1524 Nuremberg Map of Tenochtitlan, Its Sources And Meanings, en Imago Mundi, vol. 50, 1998, pp. 11-33.
  3.  Denis Cosgrove, Mapping New Worlds: Culture and Cartography in Sixteenth-Century Venice, en Imago Mundi, vol. 44, 1992, pp. 65-89.
  4.  D.R. Oldroyd, Thinking About the Earth: A History of Ideas in Geology, citado por William C. Parcell en Signs and symbols in Kircher’s Mundus Subterraneus, The Geological Society of America, Memoir 203, 2009, pp. 51-62.
  5.  Andrew Sluyter, Humboldt’s Mexican Texts and Landscapes, en Geographical Review, vol. 96, no. 3, pp. 361-381.
  6.  Jorge Vázquez Ángeles, Enrico Martínez y Adrian Boot, ingenieros del fracaso, en Casa del Tiempo, 65, marzo del 2013, UAM, México, pp. 49-51.
  7.  John F. Lopez, The Hydrographic City: Mapping Mexico City’s Urban Form in Relation to its Aquatic Condition, 1521-1700, tesis para obtener el título de Doctor en Arquitectura: Historia y Teoría de la Arquitectura, MIT, Septiembre 2014.
  8.   Exequiel Ezcurra, De las chinampas a la Megalópolis: el medio ambiente en la cuenca de México, FCE, México, 1990.
  9.  Carlos J. Sierra, Historia de la navegación en la ciudad de México, Colección Distrito Federal, México, 1984.
  10.  Teodoro González de León, La ciudad es una gran obra de arquitectura, en México, ciudad futura, varios autores, México, RM, 2011.
  11.  Alfonso Reyes, Visión de Anahuac, en Obras Completas de Alfonso Reyes, tomo II, pp. 9-34.
  12.  Gustavo Lipkau, Vuelta a la ciudad lacustre, en La ciudad de México hacia el siglo XXI, revista Bitácora, número 3, UNAM, México, 2000.

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