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Dinámica evolutiva: Cali, de la Villa a la Ciudad, desde la perspectiva de un viajero.

Dinámica evolutiva: Cali, de la Villa a la Ciudad, desde la perspectiva de un viajero.

Como parte del conjunto de reflexiones de esta columna, han seguido queridas y queridos lectores lecturas referentes a la naturaleza, a edificaciones específicas en tiempos puntuales, a puntos peculiares de una zona urbana en diversos parámetros culturales. En esta ocasión, compartiré mi experiencia sobre una ciudad que considero fascinante desde diversos escenarios: Cali, actualmente perteneciente al Departamento del Valle del Cauca, en Colombia.

Cuentan en diversos artículos de páginas digitales consultadas, más las charlas con mi buen amigo, el Dr. Iván Osuna, docente de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, que un tal Sebastián de Belalcázar, fundó en 1536, una Villa. La región no estaba despoblada, habitaban previamente en los grupos culturales bien consolidados, que practicaban ya un importante intercambio comercial con base en una economía agrícola, sin embargo, no se tiene registro de grandes poblaciones urbanas.

Geográficamente, el Valle de Cauca se encuentra cobijado entre la cordillera central y la occidental, del tridente orográfico que, en Colombia, forma la espina dorsal de Sudamérica a la que conocemos mejor con el nombre de Los Andes. Comparado con el dramatismo de las montañas que le contienen, es un espacio plano a unos 900 metros sobre nivel del mar, particularmente fértil, ya que su tierra se ha ido alimentando a lo largo de los siglos por miles de arroyos y ríos que descienden desde las cordilleras, arrastrando nutrientes orgánicos y minerales. Todos estos arroyos confluyen en el río Cauca, que da nombre al valle, recorriéndole como una enorme serpiente de sur a norte, ondulante, bañando un sinfín de poblaciones y campos de cultivo a su paso. El sistema fluvial del Cauca, recibe un promedio anual de 3,000 milímetros cúbicos de lluvia a la altura de Cali.

Toda esta cantidad de agua, la altura sobre nivel del mar, y su latitud tropical a solo 3 grados al norte del ecuador, pintan de un perene tono esmeralda el paisaje, moteado a lo largo de todo el año por flores multicolor. En México presumimos a nuestra querida ciudad de Cuernavaca, en el Estado de Morelos, como la Ciudad de la Eterna Primavera, con su clima cálido y su variada flora, pero con toda humildad, tras haber estado en Cali, me parece que tenemos una severa competencia en ese sentido.

Regresando al universo urbano, la otrora villa de Santiago se asentó a orillas del Río Cali, uno de los afluentes del Cauca, que desciende de la cordillera occidental en rápidos saltos hasta encontrar la planicie del valle. Así se configura desde su inicio, una traza reticular siguiendo los criterios renacentistas de Alberti, quien recupera el damero de Heródoto de Mileto. Esta postura urbana fue consistente en la gran mayoría de las ciudades hispanoamericanas, y dará pie eventualmente, a su regulación por medio de las Ordenanzas de Felipe II. Del Cali renacentista y barroco, nos quedan el Templo y Exconvento de la Merced, al poniente de la plaza mayor, y todo el barrio de San Antonio, encumbrándose por la colina del mismo nombre hasta su templo, y algunas edificaciones salpicadas por la traza antigua.

El Templo y exconvento de la Merced, nos refiere en su escala a dos relaciones contextuales: La primera, una zona sísmica, que obliga a una expresión arquitectónica robusta y de no demasiada altura, como claramente podemos ver en la torre de la iglesia. La segunda, a la cualidad de Villa. Las grandes ciudades de la región, fueron Popayán como gobernatura, al sur del largo valle que define el río Cuenca, y más al sur aún, la gran capital, Quito, hoy la urbe más importante de la República de Ecuador. Esta cualidad de villa urbana como centro de intercambio comercial agrícola, nos regala una expresión arquitectónica sencilla y austera, como se puede ver en la portada del templo, en las fachadas y configuración volumétrica del convento, y en sus espacios y patios interiores. La parquedad del lenguaje, aporta una peculiar belleza al conjunto, dejando ver con naturalidad el binomio inseparable entre forma y estructura: muros sólidos de mampostería cubiertos con armaduras de madera y techos de teja.

El barrio de San Antonio, así como las casas que quedan en el resto de la traza, referentes a los tres siglos de dominio español, nos hablan de una tipología clara: la mayoría de las edificaciones de vivienda son de un solo nivel, con muros gruesos de adobe o mamposta levantados sobre un rodapié de piedra que funciona como cimiento y eleva al muro por encima del húmedo suelo, techumbres de teja estructuradas con vigas y entramados de madera, acotando verdes patios interiores que aportarán el microclima íntimo a la vida familiar.  

El Templo de San Antonio, es una sencilla capilla, donde los muros encalados en blanco se entretejen junto con la fachada de tabique, en una expresión peculiar y plásticamente notable. La espacialidad interior repite la minimalista expresión de espacio contenido por su estructura, con una pulcritud que celebraría sin lugar a dudas, el alemán Mies.

Durante tres siglos permanecerá Santiago de Cali en esa escala, rodeada de haciendas agrícolas. Hacia finales del siglo XVIII, la mayor parte de la población es mestiza unos 4,000 de los 6,000 habitantes totales, estructurada en un sistema de castas libres, pero estratificadas jerárquicamente en forma poco equitativa. Cabe notar el triste estado en condiciones de esclavitud, de un poco más de mil personas de origen o ascendencia africana.

Tras la independencia de los territorios españoles a inicio del siglo XIX y la reconfiguración de Iberoamérica (aludiendo a la dominación hispano-portuguesa de la mayor parte del continente) en los países que actualmente conocemos, Cali seguirá su trayecto decimonónico como villa de la ahora nación colombiana, sin grandes cambios estructurales en su urbanismo, pero con inserciones, de la denominada arquitectura republicana. La escala no cambia, sí ciertas expresiones del lenguaje en fachada, preferentemente al gusto ligado con el liberalismo francés por el neoclásico, que mudarán hacia otros “neos” con forma avanza el siglo XIX y la visión academicista. Un notable ejemplo de la transición entre la época española y la republicana, es el conjunto de San Francisco, donde podemos ver la expresión ecléctica de la Capilla de la Inmaculada, con su fachada principal en un blanco barroco caleño, mientras que la torre y la portada sur se elaboran con un complejo aparejo de tabique de barro en lenguaje mudéjar, ambos aún del período español, entrelazarse con la potencia neoclásica del templo principal, también resuelto en tabique de barro visto, ya conduciéndonos a la época republicana.

Si el siglo XIX transcurre con un crecimiento lento, casi imperceptible, dominado aún por la economía agrícola, tanto en lo poblacional como en lo urbano, haciendo los ajustes arquitectónicos no en escala, ni densidad tanto horizontal como vertical, sino en posturas ideológicas de expresión, será el inicio del siglo XX lo que traerá la transformación radical de Cali.

La llegada del Ferrocarril desde el puerto de Buenaventura, produjo una explosión industrial, sumada tiempo después a la apertura de la autopista que conectó más eficientemente a Cali con la capital del país, Bogotá, que sumada a la vía ya existente con la sureña Popayán, convertirán a Santiago en un centro neurálgico de comercio desde el pacífico hasta el centro y sur del país. Así, se convertirá desde lo político-administrativo, en la capital del nuevo Departamento de Cauca.

Cali no es excepción a otras ciudades, en cuanto a los patrones de transformación en la ocupación del suelo a partir de la industrialización: La migración triplica la población de la ciudad entre 1920 y 1930, la clase alta se traslada hacia las afueras, en busca de espacios menos densos y con menor intensidad de actividades, y comienzan a florecer los barrios informales. La antigua traza renacentista prevalece, pero no todos los nuevos desarrollos decidirán continuarla, nuevas ideas, nuevas visiones generarán barrios cuyo diseño se vuelve fraccionado con respecto al todo.

También cambiará la fisonomía arquitectónica de la vieja ciudad. La modernidad y sus ideales, insertan nuevos programas arquitectónicos, con nuevos sistemas constructivos, con nuevas necesidades espaciales y nuevas visiones estéticas. El costo del suelo en la zona central, obligará como en otras ciudades similares, a buscar la verticalidad.

En lo personal, quedé sorprendido de la calidad arquitectónica en la expresión de modernidad caleña, al menos, en lo que a los edificios que emergieron dentro de la traza antigua. Escala, proporción, estructura y expresión convergen de manera armoniosa en diversidad de diseños muy bien atendidos, donde la innovación de los sistemas constructivos y su lenguaje, no es ajena al menos en intenciones al clima local. No con pocas variables, encontraremos que la piel de los edificios modernos en Cali, se teje entre la búsqueda de los grandes ventanales por donde penetre la luz, con el ritmo de las estructuras de concreto, y parasoles, voladizos u otros elementos que proyecten sombra suficiente para atenuar la intensidad del sol tropical.

Junto con las nuevas edificaciones, aparecerán los grandes parques urbanos, que son todo un espectáculo botánico dada la geografía tropical de la ciudad y la dramática orografía. Ceibas, guadales, y palmas, conviven con árboles cuyo nombre local desconozco, pero me recuerdan a la Parota o guanacaste del pacífico mexicano y al Tabachín morelense, pero a diferencia de este último, con un manto esmeralda que cubre y sombrea perenemente su entorno. En este sentido, destaco un loable esfuerzo contemporáneo por el trabajo en el diseño del espacio público, y la intención de regenerar ecosistemas desde lo urbano, como el paseo a lo largo del río Cali.

Finalmente, no quiero despedir el artículo sin hacer una mención sobre el interés tipológico de la arquitectura de autoconstrucción caleña.

En las visitas realizadas a esta increíble ciudad, el trabajo comunitario ha sido el motor principal del viaje. Colegas de la IBERO, de las Universidades Javerianas de Cali y Bogotá, así como estudiantes de todas estas instituciones, compartimos con comunidades de barrios informales saberes y experiencias. Así, invitados a su barrio, nos permitieron ver, interpretar, y comprender a través de su narrativa, el lenguaje arquitectónico que tiene significado para las personas que lo construyen ahí, y ahí lo habitan.

La casa se construye de inicio, con un solo nivel, remetido del paño del lote en relación con la vía pública, un par de metros. Este remetimiento va a dar pie a un antepatio, como le llaman en Cali, del cual, casi como una constante, saldrá una escalera que conecta con los otros niveles una vez construidos. La razón de esta escalera externa, a la intemperie es claramente pragmática: Siendo externa la escalera, puede conectar desde la calle los niveles superiores de la edificación, sin tener que acceder al interior de la vivienda, por lo que estos pisos pueden fungir como departamentos independientes, ya sea para ser rentados a otras personas, o para resolver el “desdoblamiento familiar”, término para quienes no estén acostumbrados a la jerga profesional del urbanismo, la arquitectura, la sociología, etc. Indica la situación de una familia que suma varias generaciones viviendo en el mismo terreno.

Con esta brillante solución popular, que seguramente fue ocurrencia de una mente sensible y creativa, y, ante su efectividad, ha sido replicada con variables según cada habitante. Espero que mis amigas y amigos caleños, y todas las personas que hacen favor de leerme, disfruten esta narrativa con imágenes, de un extranjero que lee lo que puede, de una ciudad a la que disfruta y admira.

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