Sobre Antonin Raymond y su paso por México
En México, el arquitecto checo Antonin Raymond es prácticamente desconocido. Raymond visitó Mexico, como lo hicieron otras figuras extranjeras (por [...]
22 junio, 2016
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
La crítica de Joaquín Díez Canedo a mi más reciente texto (ambos aparecidos en este blog) está plagada de vaguedades y acusaciones gratuitas. Me sorprende un poco debido a la sensatez de otros escritos suyos y me pregunto si no obedece más al deseo de debatir por el solo hecho de debatir que al de hacerlo de forma razonada y efectivamente crítica. Aunque Joaquín haya sido provocado por él, mi texto jamás intentó ser polémico y –concordando con su caracterización precisa en un tweet de Alejandro Hernández Gálvez– solo intentaba ser explicativo. Me temo por esto que este debate resulte escuálido, innecesario, pretencioso o de poco interés para los lectores. Replico sin embargo con el deseo de contribuir a la serie de debates que Arquine, en su calidad de medio de difusión, ha tenido recientemente oportunidad de promover aunque –como algunos comentarios en su página de Facebook señalan– no todavía con el debido rigor. También lo hago porque le debo a Joaquín una replica a otra crítica suya –escrita con Georgina Cebey– y dirigida a otro texto mío que a su vez era una crítica al texto de otro autor quien decidió no contestar o bien ni siquiera se dio por enterado. Esperando no abonar a un enredo texturológico, considérese esta réplica una crítica al texto de Joaquín e indirectamente al escrito con Georgina.
Pero antes, y para esclarecer un poco el asunto, quisiera abordar rápidamente aquella crítica conjunta y recordar que sus autores me achacaban no cuestionar suficientemente –o realmente– a Luis Barragán. Aunque yo no pretendía una crítica sistemática a ese arquitecto y –como el título lo sugería– se trataba de simples “reacciones y reflexiones”, mi texto sí contenía cuestionamientos puntuales que no exhaustivos tanto de la “teoría” adjudicada a Barragán como a sus proyectos, específicamente a lo que considero el gradual ensimismamiento estetizante de su arquitectura. Georgina y Joaquín esperaban que yo continuara y desarrollara mi argumento según las líneas tafurianas, benjaminianas o simelianas a las que aludí, pero al no hacerlo –y a pesar de ser explícito en mi apartamiento de esa “teoría crítica”- y es más, al reconocer la importancia de la obra de Barragán y elogiarla por ello, me acusaban de “tropezar” con su sombra. Siento haberlos decepcionado pero si desean un análisis post-kantiano o el que gusten de Barragán pues, que lo hagan ellos mismos y no solo imploren o clamen por uno. Porque como críticos creo que se quedaron atrapados aun más que yo “bajo su sombra”, en gran medida quizás porque su escrito no contiene una sola crítica o inclusive una referencia a su arquitectura o a su “teoría”, ni siquiera a las “condiciones materiales” que tanto invocan, contentándose por el contrario con habitar el lugar común. Mi interés, como afirmé, era principalmente arquitectónico es decir -y bajo la lógica de mi más reciente texto- teórico, y por extensión aunque necesariamente, crítico. En este desacuerdo se hace evidente una grieta poco tematizada pero no por ello menos real entre una pretensión ilustrada de crítica universal –aún a pesar de los autores- y la subsunción de esa crítica en un discurso situado, un locus enunciationis, que en mi caso no es otro que el disciplinar. A continuación -y en grados crecientes de extensión- mis diez respuestas o –para sonar como un Vitruvio chilango- diez “rollos” al texto de Joaquín Díez, cada uno precedido de sus principales palabras y citas:
Estoy de acuerdo con la primera parte de este enunciado: la arquitectura, efectivamente, necesita crítica. Jamás dije o asumí lo contrario. Cualquier persona sensata, creo, estaría de acuerdo con ello. Aunque la crítica no fue el tema de mi texto, creo que aludo a su necesidad y lo implico en mi argumento. Con respecto a la segunda parte (que la arquitectura no necesita teoría), bueno, esa es una afirmación de Joaquín, que trata de sostener a lo largo de su texto pero, como veremos, sin mucha claridad o consistencia.
Joaquín no parece haber leído mi texto con la suficiente atención. No afirmé que hiciera falta “teoría” en la disciplina arquitectónica. De hecho creo haber expresado exactamente lo contrario: que la arquitectura no necesita “teoría” ya que ella misma es teórica, y lo es por las razones históricas que expongo en el texto.
No aludo a un “pasado atemporal, indefinido”. Aunque no es una disertación doctoral mi texto es suficientemente preciso en sus referencias históricas e inclusive contiene un aparato bibliográfico, no muy extenso, pero puntual. Hago referencia a una tradición intelectual específica, la de las “artes liberales”, misma que sitúo en la Roma antigua en el momento en que surgió el término arquitectura. Además de falta de atención a mi texto, Joaquín parece no haber captado o aceptado el carácter retórico de su título, ni del concepto de arquitectura que expongo, esto a pesar de aclarar lo siguiente: “por supuesto […] de lo que estamos hablando es de cierta idea de arquitectura originada en un contexto histórico específico”, y a pesar también de que reconozco la necesidad de “una perspectiva más incluyente”. Finalmente, jamás afirmo que los arquitectos “ahora ya no solo hacen sino que no saben lo que hacen”. Esa es una formulación suya pero que quiere ver expresada en mi texto. A lo que me refiero claramente es a los momentos en que arquitectos o profesores niegan ser “teóricos” sin darse verdadera cuenta de lo que significa decirlo.
Reviso efectivamente a Vitruvio pero sin invocar su espíritu. Me concentro en él por necesidad ya que, quiérase o no, es quien formaliza de la disciplina de forma más clara. Jamás describo a Vitruvio como al autor de “reglas lógicas” a seguir literalmente; eso lo hace Joaquín. Al contrario afirmo que es importante reinterpretarlo, lo que implica -como en toda interpretación- una lectura no literal. El de la lectura literal de mi texto parece ser él.
No intento sugerir –aun así Joaquín haya sido inducido en ello- que el camino vitruviano “dará como resultado un disciplina autónoma y pulcra”. No busco la autonomía de la arquitectura como resultado. Parto de ella porque es el “lugar” desde donde escribo. De hecho, como Vitruvio o más recientemente Jeremy Till, reconozco y promuevo la “dependencia” de la arquitectura en muchos otros campos o esferas, pero afirmo su autonomía porque como cualquier otra disciplina esta tiene –para hablar como Vittorio Gregotti- un “territorio” mas o menos definido aunque jamás hermético. De lo contario ¿que sentido tendría la palabra “multidisciplinar” que Joaquín ensalza más adelante en su texto? Como anécdota curiosa: su uso de la palabra “espíritu” le abre la puerta para endilgar a mi persona o al contenido de mi texto adjetivos como “nostálgico”, “místico”, “bíblico”, “sacro”, “romántico” y “religioso” (este último al menos “moderno”). Todos ellos, como se hace evidente, son apelativos gratuitos producto de la falta de precisión en su lectura y argumentación.
No argumento o condeno distracción alguna. Reconozco la riqueza de ese boom pero señalo que puede llegar a ser desorientador. Desorientar no es lo mismo que distraer. Mientras la distracción nos saca de lo absorto, y puede ser por ello mismo bienvenida, la desorientación no nos saca de nada. O si nos saca de algo, nos saca de nosotros mismos, nos altera, pero sin ninguna verdadera salida a la otredad, y en ese sentido nos ensimisma y aliena más. Sin afán de seguir filosofando sin credenciales creo que la orientación implica cierta conciencia de nuestras circunstancias y de lo otro, así como cierta conciencia de nuestra situación dentro de esas circunstancias y entre esos otros. Por otro lado, en mi texto no explico ni intento explicar cuales son los “problemas inherentes a la disciplina”. Eso sería tema de otro trabajo, o bien algo que Joaquín podría abordar con la extensión y claridad que desee. Así que su pregunta sobre si tenemos que “preocuparnos por la forma, la función, o la belleza” se la dejo a él para que la formule mejor y conteste a su gusto.
Como afirmo más arriba no niego los trabajos multidisciplinares o interdisciplinares, sino que señalo que la misma enunciación de esos términos implica el reconocimiento de disciplinas distintas, y por lo tanto de territorios separados, aun sea solo conceptualmente. Las fronteras que Joaquín quiere romper a bordo de su nave interdisciplinar podrían ya estar abiertas o al menos tener puertas o fisuras que harían posible aquellos encuentros (o desencuentros). La cosa sería encontrar esas salidas; no vaya Joaquín a estrellarse con el muro lógico que construyó en su texto. También cabría preguntarse si esos intereses multidisciplinares que tanto exalta no pueden llegar a ser, en sus afanes enciclopédicos, otra forma de afirmar el conocimiento ilustrado y occidental que quiere romper. Finalmente la cuestión de la orientación ya fue contestada en el rollo anterior.
Ojalá y se discuta más la forma, que no es lo mismo que el “espectáculo”, o algo “puro”. La forma es precisamente de lo que menos se discute en arquitectura por ser uno de sus aspectos más complejos, ya que otorga identidad a las cosas y permite su diferenciación y coparticipación con otras. Sin referencia a ella es imposible el “entendimiento más profundo de las condiciones y posteriores efectos” de la producción de arquitectura que tanto busca, y tal y como se hace evidente en su crítica con Georgina. En su lectura literal de mi texto Joaquín considera la “historiografía vitruviana” como algo que “reduce la arquitectura a conceptos que la alejan de su rol en el mundo”. Esa visión, sin embargo es sólo el espantapájaros que el mismo ha creado. Si hay alguien que inserta a la arquitectura en un “mundo”, no solo social, físico, religioso, etcétera, sino específicamente el naciente mundo imperial romano -con todo lo que eso conlleva- es Vitruvio.
Joaquín no solo no me lee con cuidado sino tampoco a otros. Hays advierte en la introducción de la obra citada, que ahí escribe “acerca del estatus de la arquitectura como rama de representación cultural”, con lo que se entiende que para efectos de su argumento la examina como “un tipo específico de producción social y simbólica”. Hays admite que su principal preocupación en ese libro no es la arquitectura como arte o profesión, sin embargo esto no significa que afirme que ésta sea “nada más” representación cultural, o que eso “cueste” aceptarse. Estos son añadidos de Joaquín, un pequeño detalle que debilita mucho su argumento. Por otro lado creo que nadie estaría en desacuerdo con las obviedades que enuncia con respecto al rol de los arquitectos en la “generación de significado” así como a la complejidad de las condiciones y relaciones sociales que la arquitectura representa.
Jamás planteo o asumo que la arquitectura sea “un fin en si misma”. Esa es otra faceta del espantapájaros fabricado por él. De forma más absurda, si Joaquín afirma que no se necesita “pensar en teoría en abstracto sino en su capacidad de ser crítica”, entonces toda su perorata contra la teoría se viene abajo debido a que ve en ella precisamente la posibilidad de ser crítica. Lo mismo con la arquitectura: si ésta, según él, “tiene su lugar”, entonces afirma -como yo lo hago- su territorio como disciplina más o menos definida. Para hacer la “teoría crítica” que desea sin embargo no creo que sea necesario primeramente romper barreras y tender puentes ya que, como lo sugerimos, muchas de esas barreras podrían ser ilusorias y muchos de esos puentes podrían estar ya tendidos (por Vitruvio o muchos otros, aunque quizás no cruzados desde hace tiempo o solo por algunos) sino reconocer -como lo sugiere el mismo- la tensión inherente a la disciplina entre “lo que quisiera ser y lo que es” –por ejemplo, entre ser enciclopédica y ser arquitectura; y mas allá de la multidisciplinariedad, quizás, primero situarse en “lo que es”, orientar la mirada e intentar incursionar en lo que no, y conceder en su caso. Agradezco la cita de Sudjic ya que me hace recordar una de mis lecturas teóricas favoritas, y cuya conclusión traduzco libremente para finalizar estos diez “rollos”:
“Los problemas de contaminación o deterioro urbano [y agregaría yo, los problemas sociales, económicos y ecológicos del mundo contemporáneo] no pueden ser resueltos por los arquitectos en el ejercicio de su profesión. Como ciudadanos, como seres humanos y también como técnicos ellos tienen el deber de compenetrarse en estos asuntos. Pero su disciplina posee su propia integridad; y no importando que tan pequeño sea el fragmento de inmediación humana del que se ocupen, el razonado y consciente ejercicio de sus habilidades representa su contribución real en la creación de un medio ambiente humano de validez.”[1]
[1] Joseph Rykwert, The Necessity of Artifice (Nueva York: Rizzoli, 1982), 59.
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