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25 noviembre, 2022
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Fotografías: Vanessa Flores para Coolhuntermx
Mi Calle, Nuestra Calle es un colectivo que propone una intersección entre la investigación etnográfica y el arte para llevar a cabo intervenciones participativas con perspectiva feminista, con el fin de hablar sobre derechos humanos en las comunidades con las que trabajan. Recientemente, participaron en el evento Diseña Mexicana, presentado por Coolhuntermx y donde se reunieron diversas disciplinas. Para Sophia Arrazola y Jesica Bastida, fundadoras del proyecto, este encuentro abre un espacio necesario en las disciplinas del diseño y la arquitectura, espacios más visibles para hombres. “La verdad salí muy inspirada al ver que existen otros proyectos dirigidos y fundados por mujeres jóvenes en el contexto adverso en el que nosotras comenzamos”, piensa Sophia Arrazola. Las semejanzas que encontraron con otros proyectos también les ayudaron, como menciona Jessica Bastidas, les ayudaron a establecer alianzas que fortalecen al proyecto.
Christian Mendoza: ¿Su trabajo cómo va respondiendo a escalas tan diversas que van desde un bordado hasta una intervención en el espacio público?
Sophia Arrazola: Las intervenciones tácticas en el espacio público y los bordados son resultado de procesos de investigación. Nosotros no necesariamente nos especializamos en hacer bordado, o en hacer murales. Más bien, estas intervenciones son resultado de una investigación elaborada que se hizo mediante un proceso comunitario. Ahí, nosotros no tenemos tanto control. Nuestra intención es que sea la comunidad la que decida la forma de la pieza en la que termina cada proceso. Al inicio de las investigaciones, siempre preguntamos cuál será el producto final. En términos de escala, lo más importante para nosotras es el proceso de vinculación comunitaria (uno de nuestros fuertes). Todos los datos que se generan desde la planeación previa a esa investigación, como el proceso para ponernos de acuerdo y organizar a las mujeres alrededor de una actividad concreta, pasan por identificar a las personas clave que inciden en la problemática de las mujeres. De hecho, se empieza por investigar el contexto. Antes de hacer preguntas, tocamos puertas en los vecindarios para, posteriormente, tener una puesta en escena en la que cada rol puede expresar esas problemáticas y cómo son experimentadas por las autoridades, las mujeres o las líderes comunitarias. O, incluso, los hombres que tienen que ver con estos procesos. Entre todos estos actores se define la escala.
Jesica Bastida: Muchas de nuestras investigaciones tienen que ver con quienes habitan las comunidades. Identificamos sus canales de comunicación, replicamos estos canales para tener encuentros o uno a uno o mediante carteles en el espacio público que les atraigan. Ya que se identifican los canales de comunicación con las mismas vecinas (ya que, generalmente, trabajamos con comunidades de mujeres) nos damos cuenta que ellas tienen sus propias redes comunicativas. A partir de reconocer sus saberes y su liderazgo es que empezamos a extender estas ramificaciones. Las mismas mujeres toman el espacio para convocar a otros actores de la comunidad para poder atender los puntos que son de su interés.
SA: Se trata de saber cuáles las grietas a nivel comunitario para problematizarlas. Ir a la profundidad para preguntar por qué se cree que sucede lo que sucede y cuál es el cambio que se quiere buscar colectivamente. Para nosotras, la sororidad es un valor que nos mueve bastante porque, al final, se trata de perseguir objetivos comunes. Mucho de nuestro trabajo con actores clave implican que empaticemos; que nos sentemos en una mesa ya sea física o virtual. Desde los contextos, miradas e intereses de quienes participan, se tiene la oportunidad de escuchar al otro desde la empatía para darnos cuenta que compartimos un dolor y, por ende, un anhelo que también se comparte. Una vez lograda esa vinculación, los distintos actores se abren muchísimo a la posibilidad de actuar en lo colectivo. Mi Calle Nuestra Calle está inspirado en el dicho de “mi casa es tu casa”, pero también establece una relación que va del pensamiento individual a la acción colectiva.
CM: Pensando que su práctica puede definirse como diseño, ¿cómo se relacionan ante ideas que señalan que el diseño debe culminar en un objeto utilitario y acabado?
SA: Creo que debemos reconocer que el diseño está enmarcado en un contexto capitalista, un sistema que es completamente intrínseco al patriarcado. Desde nuestra perspectiva, todo el diseño es una forma de pensar, un proceso, no un resultado. Es una perspectiva que no es necesariamente “novedosa”: más bien es una perspectiva no-capitalista del diseño. Lo vemos como un medio, no como un fin. Son muchas herramientas que se combinan de distintas formas para facilitar procesos de pensamiento colectivo.
JB: Nosotras, como una laboratoria comunitaria feminista, también tenemos un enfoque de estudios de futuros, los cuales nos permiten identificar cuál es el anhelo de la comunidad. Una vez que hemos realizado el vínculo, llevamos a cabo algunos talleres donde trabajamos sobre derechos humanos con una perspectiva del derecho a la ciudad para que todos podamos tener las bases de cuáles son los derechos básicos que tenemos. Una vez que tenemos una base hipotética respecto a un estado de bienestar, nos preguntamos algo que va más allá: ¿cuál es el futuro que preferimos? Para identificarlo, generamos un prototipo, un objeto especulativo que puede ayudar a que la comunidad se comunique, ya sea mediante murales participativos o los bordados, algún objeto que permita visualizar ese universo hipotético donde están las ideas y los anhelos.
Sophie: Como decía, creo que el diseño se puede ver depende de los lentes que traigas puestos. Los nuestros son unos lentes con perspectiva feminista y de los derechos humanos. Así, el diseño pasa de ser algo utilitario (es decir, que se puede vender) a ser una herramienta para que la gente viva mejor. Como decía un gran diseñador que se llama Roland Shakespear, si el diseño no sirve para que la gente viva mejor entonces no sirve para nada.
CM: ¿Cómo se aproximan al espacio público, tomando en cuenta a las comunidades con las que trabajan?
SA: Nosotras hicimos un proyecto bastante grande en Azcapotzalco que estaba referido a la experiencia de las mujeres en el espacio público a partir de la pandemia. Azcapotzalco es una de las alcaldías con los índices de violencia de género más altos en toda la Ciudad de México. Para nosotros, significó un lugar de hallazgos muy interesantes. Por ejemplo, el factor del tiempo de las mujeres en relación a las tareas de cuidado: incrementaron de una manera sin precedente. Este factor modificó la movilidad y, en eso, entra el espacio público. Hicimos un análisis de cuánto tiempo necesitan las mujeres para desplazarse, lo que está muy relacionado a sus actividades cotidianas que, a su vez, está completamente imbricado a la desigualdad de género. Todo esto se vincula tanto al espacio privado como al público. Todo esto fue una gran escuela para nosotros ya que nosotras venimos de la academia, cuyas metodologías de investigación son más estrictas y estábamos muy enfocadas en dispositivos narrativos, como los murales, que pueden llegar a verse espectaculares. Sin embargo, nosotras tuvimos que cuestionarnos muchas cosas. Los murales pueden verse muy bien, pero, mientras las mujeres no conozcan sus derechos, los futuros que se van a imaginar están muy distantes.
JB: En la academia aprendimos que no hay que sesgar las investigaciones y que en el análisis etnográfico meramente hay que preguntarle a una mujer qué piensa del futuro. Pero si esta mujer en cuestión piensa que es normal que ella tiene que cargar con todo el cuidado, ¿qué nos hace pensar que en el futuro se libera de eso? Al contrario: en ese futuro hay más tecnología y ya. Pero si cuestionamos cuáles son los roles que se están ejerciendo como mujer; cómo estoy usando el espacio para transportarme de un lado al otro; cómo estoy llevando a cabo una tarea de cuidado o, más bien, cómo estoy disfrutando ese espacio porque es también mi derecho, entonces creo que surge la oportunidad de tener otro aprendizaje y de implementar otros procesos.
SB: Tenemos que hacer formación de ciudadanía, por lo que se trata de conocer primero nuestros derechos y que reconozcamos que no están dados. Han sido las feministas de los últimos 100 años quienes han hecho más cambios en la humanidad. Los derechos para las mujeres no aparecieron con una varita mágica: los adquirimos. Y si te pones a pensar, los derechos de primera generación ya los perdimos, como el derecho a la salud, a la alimentación o a la educación. ¿Cuántos países en Latinoamérica están en la línea de pobreza y no tienen derecho a nada de esto? Por esto, creo que el diseño tiene un poder transformador y creador, y desde ese lugar conlleva una enorme responsabilidad ética. Todo objeto, antes de que sea pensado, contiene un nivel de responsabilidad sobre el que cada quien debe preguntarse. Creo que hay preguntas esenciales. Por ejemplo: ¿a quién va a beneficiar esto?
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