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Diamonds are forever

Diamonds are forever

26 julio, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

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En el número de The New Yorker que saldrá a la venta el primero de agosto hay un texto de Alice Gregory titulado The architect who became a diamond. Gregory cuenta la historia de una obra que Jill Magid empezó en septiembre del año pasado. Magid Nació en Connecticut en 1973. En Wikipedia se puede leer que es una artista y escritora cuyo trabajo se basa en formar “relaciones íntimas con sistemas de poder, incluyendo la policía, el servicio secreto, sistemas de televisión en circuito cerrado y forenses, subvirtiéndolos mediante la seducción e involucrándose con ellos.” Gregory dice que Magid viajó a Guadalajara donde un par de enterradores, dos notarios y varios funcionarios la acompañaron a abrir la tumba de Luis Barragán en la Rotonda de los Jalicienses Ilustres y retirar de la urna que resguardaba medio kilo de las cenizas del único Premio Pritzker mexicano. En abril de este año, Magid recibió en Nueva York un envió proveniente de Suiza, a donde había enviado las cenizas de Barragán. Allá, una compañía, probablemente Algordanza, que ofrece esos servicios, comprimió los restos del arquitecto hasta convertirlos en un diamante de poco más de 2 quilates. Magid realizó la exhumación y la transformación de los restos en una piedra preciosa con la evidente aprobación de los  herederos de Barragán. La obra final no era realmente el diamante sino su objetivo: obsequiárselo a Federica Zanco, directora de la Fundación Barragán en Basilea, Suiza. Aunque más que un regalo, la propuesta de Magid es un intercambio: el anillo por el archivo, que no buscaba para ella sino que regresara a México.

En noviembre del 2013, Randy Kennedy escribió en el New York Times acerca del primer encuentro de Magid con Barragán. Ese año Magid prsentó en Nueva York su exposición Woman with Sombrero. “¿Qué significa que el legado de un artista sea propiedad de una corporación?,” se preguntaba. Durante una exhibición de su obra en la galería Labor de la ciudad de México, localizada en la misma calle que la casa que construyó y habitó Luis Barragán, Magid empezó a interesarse en el trabajo tanto como en el personaje. Woman with Sombrero exploraba la vida del arquitecto a partir de su archivo privado, que se encuentra en México, y de lo que no pudo ver en el archivo propiedad de Vitra, al que se le negó acceso. Desde entonces, Magid imaginó el trabajo de Zanco como una relación amorosa con Barragán y a ella misma como la tercera en discordia. Kennedy cuenta que aunque Zanco advirtió a Magid repetidas veces sobre violaciones al derecho de autor con sus obras, también manifestó interés por su trabajo y la esperanza de poder colaborar en un futuro.

En su texto para The New Yorker, Gregory cuenta el encuentro entre Magid y Zanco y Rolf Fehlbaum, marido de ésta y quien, en la versión de Magid, le regaló a Zanco el archivo de Barragán a manera de anillo de compromiso —de ahí la intención de intercambiarlo por un anillo adornado con un diamante hecho con los restos del cuerpo de Barragán. Gregory visitó también a Federica Zanco, a quien entrevistó en el archivo mismo de la Fundación Barragán. Zanco le contó de su dedicación, muchas veces solitaria, a los papeles del arquitecto y demostró, a su vez, aprecio por Magid e incluso admiración por su obra. En el fondo el trabajo de ambas refleja dos formas contrarias pero complementarias del compromiso y de la pasión por conocer —algo o a alguien. Una absorta y contemplativa, paciente sin duda, mientras la otra absorbe antes de dejarse absorber y devora lo que desea como la mántis devora a su pareja.

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