25 mayo, 2016
por Arquine
por Pablo Landa + Juan José Kochen
A principios del siglo XX, las familias de clase alta de Ciudad de México comenzaron a mudarse a nuevas colonias al poniente del Centro Histórico. Muchas de sus casas fueron subdivididas y se convirtieron en vecindades. En 1942, el gobierno de la ciudad congeló las rentas y, en las siguientes décadas, las vecindades recibieron poco mantenimiento. Hacia los setenta comenzaron a colapsar sus techos. Vecinos de la colonia Guerrero, con ayuda técnica del arquitecto Carlos Espinosa SJ, comenzaron a aligerar y reconstruir techos. Como parte de este trabajo, produjeron un manual que circuló en la zona y permitió que se multiplicaran los esfuerzos.
Manual del Campesino | Fotografía: Archivo INBA
Decenas de vecindades colapsaron con el terremoto de 1985 pero sobrevivieron muchas que habían sido intervenidas en años anteriores. Sus habitantes se dieron a la tarea de ayudar a los damnificados y juntos organizaron asambleas para pedir la expropiación de los predios afectados y prevenir la expulsión de sus habitantes. En este contexto, surgieron otros manuales para asistir los procesos de organización vecinal y reconstrucción de viviendas.
Los manuales sirvieron como instrumentos para conectar las estrategias de diseño y construcción con esquemas de organización, permitiendo que las comunidades constituyeran su propio entorno habitable. Estos procesos fueron la base de organizaciones vecinales con una influencia importante en la historia política de la ciudad y que aún se mantienen activas.
El ideal de lo social, la importancia de la participación y la comunidad, se debatió desde el inicio de nuestro palimpsesto histórico, ya fuese por conquistas, regímenes políticos, procesos de modernización exacerbada que alentaron los discursos nacionalistas, migraciones del campo a la ciudad, desastres naturales o porque simplemente “la tierra no se vende”, siguiendo el estandarte paradigmático de la Cooperativa Palo Alto, ubicada frente al edificio conocido como “el pantalón”. El proselitismo del capital social trasciende ideologías y formas construidas. Este eslabón resulta fundamental para comprender lo que existió detrás de los modelos urbanos o los desplazamientos de la ciudad que promovieron nuevos modos de vida moderna. El llamado “orden social” sería una transición importante de la nueva arquitectura y su incuestionable réplica al funcionalismo por algunos arquitectos del movimiento moderno, quienes pregonaban el progreso y la industrialización por encima de la sociedad y su contexto local.
Casa de Bambú en Tepetzintan, 2015 | Centro Bambú | Fotografía: Onnis Luque
En lugar de comprender los procesos de producción de los espacios y atender los motores alternativos de intervención local, la modernidad social ha girado cómodamente en torno al diseño participativo. Aunque los principios que sustentan el desarrollo social o la participación se basan en la idea de que los habitantes no sólo aportan información sobre sus necesidades, sino también cobre las soluciones posibles para los problemas de su contexto espacial, la arquitectura dista mucho de entenderlo y asumirlo. Con la reciente mediatización social, el foco coyuntural ha permitido develar múltiples esfuerzos de participación ciudadana como parte del desarrollo comunitario, con esquemas de apropiación mediante núcleos de organización vecinal.
La participación de México en la XV Muestra Internacional de la Bienal de Venecia se sitúa en esta bisagra. “Despliegues y ensambles” reúne una serie de experiencias, relaciones, historias, tácticas, tecnologías y estrategias de construcción a partir de una convocatoria abierta que recibió 286 registros. Entre ellas se encuentran procesos con más de 50 años de transformación e iniciativas recientes; obras de profesionales experimentados con más de 80 años y también de jóvenes colectivos y estudiantes de licenciatura.
Como resultado de la colaboración entre representantes de los equipos seleccionados, se consensuaron los contenidos y soportes de las propuestas de 26 estados que representarán a México en Venecia. Uno de estos equipos, el Comité ciudadano y vecinal de la colonia Guerrero, “La Guerrero va”, presentó manuales y fotografías de su trabajo de organización social y reconstrucción antes y después del terremoto. Estos documentos evidencian la interdependencia entre los procesos arquitectónicos y de participación; muestran que la arquitectura no sólo es una realidad formal, pues se trata de la suma de relaciones materiales, culturales y sociales, y de sus despliegues en el tiempo.
Tablados de Tunkás | LAVALLE+PENICHE | Fotografía: Onnis Luque
En otro caso, el de Mujeres de Arcilla, por un lado se retrata una vivienda para 16 mujeres de la sierra mixteca en Oaxaca y, por otro, la transformación de los patrones de género en sus comunidades. Este proyecto se inició en 1999, cuando un grupo de catequistas fueron recibidas en la casa parroquial de Huajapan, diseñada por Juan José Santibáñez. En palabras del arquitecto, las mujeres se enamoraron del proyecto y lo buscaron para que las ayudara a construir sus casas. Santibáñez diseñó un prototipo y, junto con las mujeres, un sistema de trabajo colaborativo. De los participantes, sólo una persona tenía conocimientos de construcción. Sin embargo, a lo largo de dos años, todas se involucraron en la producción de adobe y en la construcción de muros, arcos y techos. Al final del proceso, hombres de las comunidades se acercaron con las mujeres para disculparse porque dudaban de su capacidad para construir las casas por su cuenta. Al final, las mujeres no sólo tenían casa propia, sino también una nueva posición de autoridad.
En otra escala y aproximación urbana se reseña la historia de una escalera en la colonia Canteras, realizada por el despacho Covachita en la zona metropolitana de Monterrey. Este proyecto empezó con una invitación por parte de San Pedro Garza García para la intervención de una colonia marginada vecina de Valle Oriente, la zona más cara del municipio. Los arquitectos organizaron talleres con los habitantes de la colonia y propusieron la construcción de una escalera que facilitara el acceso a distintas casas y andadores, y que a la vez propiciara el uso de espacios comunes. Al terminar el trienio, el proyecto quedó cancelado. Durante la siguiente administración municipal, el alcalde visitó Canteras y preguntó a sus habitantes sobre sus necesidades. Sin dudarlo, le presentaron los planos del proyecto para la construcción de la escalera. El proyecto terminó por realizarse y hoy funciona como espacio común para los habitantes, quienes se reúnen en sus terrazas organizando fiestas infantiles y carnes asadas. La escalera es un espacio que permite conectar a una ciudad segregada reformulando una noción de lo público.
San Antonio Tierras Blancas, 2004 | Valeria Prieto | Fotografía: Valeria Prieto
Como en estos casos referidos, el resto de los trabajos se narra con base en la relación que existe entre sus propiedades materiales y sociales. La organización por unidades temáticas permite lecturas taxonómicas a partir de distintos soportes y procesos activos. Es decir, no se presentan edificios o espacios comunes terminados, sino redes y relaciones que continúan transformándose, muchas veces como parte de iniciativas ciudadanas coordinadas por arquitectos.
Por último, con la finalidad de aportar a la recopilación documental de la arquitectura social y participativa en México, se desarrolló una plataforma digital para compartir las obras seleccionadas y 87 propuestas adicionales para fomentar una idea de “código abierto”. De esa forma, será posible producir reflexiones sobre la relación entre lo social y el espacio construido para detonar una conversación nacional sobre el potencial de la arquitectura y sus transformaciones positivas aprovechando el ánimo coyuntural de la bienal. Las historias de éxito son buenas. Los sistemas para la multiplicación de casos de éxito son mejores.