23 junio, 2017
por Arquine
A finales de 2016, el entonces candidato a la presidencia por los Estados Unidos, Donald J. Trump, declaró ante la prensa que construiría un muro que separara la frontera entre México y Estados Unidos. Si bien, poco tiempo después Trump “precisó” que no pretendía generalizar a los mexicanos, cuando en aquella conferencia pronunciaba la palabra migrante estaba hablando de todos los migrantes, y bajo su discurso, todos los migrantes son criminales, drogadictos, violadores. El deseo de Trump por la construcción persiste. El 21 de junio, a través de su cuenta de Twitter, el ahora presidente, citando estadísticas de una encuesta hecha por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, IISS por sus siglas en inglés, escribió que dado que México era el país más “mortal” después de Siria, reafirmaba su promesa de campaña: una construcción que no sólo divide un territorio, si no que señala (señalar en su acepción acusatoria) los cuerpos de la población migrante. Como lo señala Léopold Lambert en su texto Un muro: el futuro de la arquitectura (publicado en Arquine No.79), “el control espacial de los cuerpos en un contexto político de ingeniería de la identidad nacional encuentra en el muro el dispositivo perfecto”. El límite que traza ese muro todavía inexistente pero no por ello menos palpable (el muro sólo sería una consecuencia física del racismo estadounidense cada vez más dominante), además de la posible consolidación de un nacionalismo igual de mortal que la guerra contra el narcotráfico, también ha desatado réplicas y protestas, discusiones en torno a la identidad y a lo que representan los cuerpos ante los muros sociales y políticos.
En este contexto, la instalación La política del límite de la venezolana María Verónica Machado, además de enmarcarse en una coyuntura, representa un gesto cuya fuerza aporta a los debates actuales sobre identidad. Formada en la residencia cultural de Casa Vecina, La política del límite no adquiere significado a través de un objeto, como lo fue Estructuras comunicantes de Anónima Arquitectura, también construida en el mismo programa de Casa Vecina. La propuesta de Machado opera de una forma mucho más conceptual: se trata de subvertir el concepto de frontera tanto en lo arquitectónico como en lo subjetivo. Machado trazó con mil tubos de PVC el dibujo cartográfico de la frontera entre México y Estados Unidos entre dos edificios que, a su manera, son opresivos. Una iglesia (la conquista ideológica de México) y un rascacielos, la Torre Latinoamericana (una encarnación de los problemáticos inicios de la modernidad nacional). Después de haber trazado la frontera, la esparció en todo el perímetro del atrio. Al principio, pudo haber existido sólo un recorrido, el de la línea entre dos países, pero a través de su diseminación La política del límite se transforma en una caminata inmersiva que permite leer la experiencia múltiple de lo que significa un límite y de lo que implica atravesarlo. En cada tubo se imprimieron frases referentes a la migración y a la movilidad de autores como Marina Garcés y Gabriel García Márquez, pero también de migrantes y de ciudadanos. No leemos a la masa generalizada, sino a la voz particular de los individuos que se han enfrentado a los diversos muros de la época.
La instalación de Machado logró pensar el muro como un dispositivo que puede albergar, polifónicamente, las protestas contra el límite que representa, protestas que lo fragmentan.
Una línea es un punto que fue a dar un paseo.
A line is a dot that went for a walk.
Paul Klee
El límite se representa con una línea y la línea es un punto en movimiento. Así es como María Verónica Machado, arquitecta/ artista venezolana, profesora invitada en el Posgrado Espacio efímero, traza la frontera entre Estados Unidos y México, como una matriz de puntos difuminada en el espacio.
Para su propuesta para la residencia cultural en el Atrio de San Francisco, la artista aprovecha la trama del pavimento del lugar y dibuja la línea divisoria entre los dos países para experimentar con el espacio del límite, donde el límite se espacializa y ocupa todo el espacio para construir un territorio de relaciones, cruces, encuentros y diálogo. Al fin y al cabo, el límite es el encuentro entre dos partes.
La instalación – como apunta Machado- trabaja con el pensamiento y la palabra, interactúa con el medio, se altera y vibra con el aire. Se transforma desde la informalidad de la acción humana, materializándose a través de productos estandarizados, ordenados desde la retícula que organiza el pavimento, haciendo brotar mensajes desde las juntas del mismo.
Esta pieza se formaliza anclando tubos de PVC de tres metros en las juntas de las baldosas del suelo (la separación entre estos elementos varían entre 40, 80 y 120 centímetros). En cada uno de estos tubos, se puede leer un mensaje o pensamiento de personas reales que pertenecen a uno de los dos lados de este límite.
Este tipo de instalaciones en el espacio público, deben ofrecer diferentes experiencias para el visitante. Es importante que puedan disfrutarla independientemente de cómo transitan por el dispositivo. En esta ocasión, el ciudadano puede adentrarse a este campo de tubos blancos por el pasillo central – la frontera- o aventurarse entre el sembrado aparentemente aleatorio pero perfectamente organizado. Algunos, inmersos en la lectura de cada uno de los mensajes mientras avanzan absorbidos por el espacio, otros corren haciendo slalom (zigzag entre los elementos verticales) alterando la estabilidad de estas líneas corpóreas, que sin querer chocan entre sí y con la unión de sus textos, se generan nuevos mensajes. Muchos jóvenes aprovechan este paisaje artificial para tomarse su selfie y compartir su vivencia inmediatamente en sus redes sociales.
El proyecto de Machado nace de la frontera, del límite o de la separación, pero logra convertir la instalación en un lugar de encuentro, dinámico, de reflexión y lúdico, ofreciendo al público múltiples maneras de experimentar el espacio.