Un vacío entre muros y techos
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9 octubre, 2015
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo
“Pensemos a la imagen”, sugiere Franco Bifo Berardi, como “un dispositivo narrativo (un aparato estructurante) (…) como un estrato de la conciencia capaz de modificar la proyección del cuerpo en el espacio, metamorfoseando a cambio el significado que atribuimos a nuestra experiencia.”
Lo anterior, por supuesto, se sitúa más en la “imagen mental” descrita por J.W.T. Mitchell, que en sus nociones de imágenes “gráfica, óptica, perceptual o verbal”. Si bien aquí no nos referimos precisamente a una “imagen mental”, al evocar la proyección arquitectónica sí que estamos hablando de la visualización de una realidad material que sólo existe en potencia. En otras palabras, las proyecciones arquitectónicas son una suerte de proto-edificios. Por tanto, ya sea en el croquis a mano o en el render, ambas son especies de imágenes mentales, representaciones de un constructo que todavía no existe más que dentro de las fronteras del “proyecto”. Consecuentemente, la postura de Bifo nos ayuda a plantear las preguntas alrededor de las que gravita este artículo: ¿cuáles son las diferencias de naturaleza entre un croquis a mano y un render digital?, ¿cuáles las implicaciones en los procesos arquitectónicos a los que sirven? Recordemos que esto lo escribe un no-arquitecto.
Revisemos la cita de Bifo con la libertad de una reflexión no académica. Hagámoslo, no obstante, con el rigor de una mente inquieta antes de abalanzarnos sobre posibles respuestas a las preguntas anteriores. Primeramente, la imagen como “dispositivo narrativo” o “aparato estructurante”. Si hablamos aquí de procesos arquitectónicos, y en concreto de proyecciones de edificios todavía no construidos, lo anterior cobra un sentido especial: el croquis y el render por igual disponen sobre el espacio imaginario del papel o de la pantalla los órdenes de una realidad material “posible”, articulan los elementos necesarios para que quien lo mire sea capaz de imaginarse dentro ese espacio por edificarse.
Un elemento clave de esta dialógica entre imaginación y proyección espacial es entonces la capacidad de visualizar nuestro andar, nuestro habitar, sobre esos terrenos todavía imposibles para el cuerpo. Lo que Bifo sugiere como un componente central de la imagen mental desdobla su significación en la proyección arquitectónica: ésta nos llama a transitar los espacios antes de que existan verdaderamente (más todavía si somos los clientes).
En esta atracción inevitable entre mirada y proyección arquitectónica, ¿habrá relaciones diferentes entre ojo-croquis y ojo-render? La pregunta es ontológica. Sería ingenuo atribuir a cualquiera de estas dos soluciones visuales una superioridad sobre la otra por sus cualidades técnicas. Lo que sí podemos hacer, empero, es especular en torno a las relaciones que una y otra mantienen con la realidad que representan —la del edificio—, así como con la mano que las produce y la mirada que las explora.
El núcleo del asunto está en el soporte de uno y de otro. Estamos ante dos topografías opuestas —un territorio físico y un territorio virtual—. Ambas sugieren distintas formas de tránsito. En el render están contenidas todas las dimensiones de un edificio; es un modelado de la totalidad proyectiva, donde se conjugan las tomas de perspectiva específicas (una fachada frontal o lateral, una vista cenital). El dominio virtual anticipa la tridimensionalidad de una construcción a partir de su simulación. El ojo que la mira la recorre inmersivamente antes de que el proyecto se realice. El dibujo a mano, contrariamente, es una toma de postura frente al edificio. Un corte de la realidad posible de un punto de vista y simultáneamente una actualización de sus formas. Es una manifestación de materialidad independiente del proyecto a construirse, no como el render, que consiste en una réplica del diseño. Aquí radica la diferencia capital. En uno tenemos el desdoblamiento retroactivo sobre el dominio digital; en el otro, la existencia de una entidad independiente que más que explicar, extiende el edificio a construirse.
Por lo anterior, los procesos aquí referidos no son en lo absoluto sustitutos el uno del otro. La completud de la “imagen posible de un edificio” depende de ambas en tanto que en lo digital se anticipan sus dimensiones y en lo análogo se constata su identidad formal. En la imaginación de quien las mira, sea el arquitecto o el cliente, las dos cumplen funciones complementarias. Por un lado, el dibujo permite apreciar la belleza estética (sensible, física, transitable, palpable) de un edificio. Por otro, el render nos da la oportunidad de habitar el edificio (desplazar nuestra cotidianidad sobre los vectores de lo virtual). De otro modo: el dibujo hace posible apreciarlo, se sitúa en el placer, mientras que el render nos ayuda a imaginar cómo lo viviremos, posándose por tanto sobre el deseo. Regresando a Bifo: combinadas, las técnicas nos aportan una “experiencia” más cercana a lo que eventualmente será la experiencia real del edificio a construirse. Sacrificar cualquiera de las dos sería sacrificar ya sea lo sensible (motivos, estilos, estética) ya sea lo habitable (distancias, condiciones, materiales). Sin cualquiera de las dos, el edificio permanece incompleto, bajo riesgo de no alcanzar su verdadero potencial.
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