Habla ciudad: Santiago
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¡Felices fiestas!
6 agosto, 2014
por Rodrigo Díaz | Twitter: pedestre
Me gustan los parques de bolsillo, básicamente porque son una herramienta sencilla, rápida y económica para incrementar los metros cuadrados de espacio público en ciudades que parecen condenadas a un stock limitado de áreas para el ocio y la recreación. Me gustan porque generalmente crecen en espacios residuales o en pavimento anteriormente dedicado a la circulación o estacionamiento de automóviles, y una calle que reemplaza espacios baldíos y coches por bancas, árboles y juegos infantiles siempre será una calle más viva, más segura, más atractiva para el comercio local, más amigable con todos quienes quieran caminarla o simplemente contemplarla. Me gustan los parques de bolsillo porque en la mayoría de los casos la ciudadanía los ha premiado con su masiva ocupación a toda hora. Me acuerdo de lo difícil que me fue encontrar un lugar para comer a eso del mediodía en alguno de los varios parques surgidos en Nueva York durante la administración Bloomberg. La escena se repite en el pequeño parque instalado entre el Zócalo y el palacio del Ayuntamiento de la ciudad de México, siempre habitado por gente tomando un café, trabajando, o jugando ajedrez (también hay unas máquinas para hacer ejercicio, que nunca he visto ocupadas). Me gustan los parques de bolsillo porque muchos de ellos han sido iniciativa de los mismos vecinos, con sus propios recursos e ideas, lo que ha ayudado no sólo a recuperar espacio público, sino también a reforzar el sentido de pertenencia de una comunidad con el lugar que habita (curiosamente, cuando estos proyectos han provenido del sector público, en gran medida se han localizado en zonas de altos ingresos, que son precisamente las que más metros cuadrados de áreas verdes y espacio público por habitante poseen. Soluciones económicas para la Condesa, soluciones inexistentes para Iztapalapa).
Y sin embargo hay algo que no me gusta de ellos, relacionado precisamente con el hecho de que nunca pierden ese aire de solución rápida y barata. Esto se hace más evidente cuando los parques de bolsillo se construyen de manera adyacente a aceras o parques ya existentes. La discontinuidad en el nivel de suelo y los pavimentos (tema fundamental en el diseño urbano) fragmenta lo que perfectamente podría ser un espacio público unitario. A un lado el espacio formal, al otro el espacio que parece provisorio pero que el paso de los años transforma en permanente. El mismo modelo neoyorquino, que ha servido de inspiración para un sinnúmero de ciudades en todo el mundo, muestra claramente los límites de una idea que alcanza todo su esplendor en el corto plazo, pero que en la medida que se consolida necesita dejar de entenderse como un agregado pata integrarse de manera plena y definitiva a las aceras, parques y plazas formalmente construidos para ese fin.
Algo parecido pasa con las extensiones de las esquinas de aceras con bolardos (en la Condesa hay un buen montón). Desde el punto de vista de la accesibilidad y la seguridad vial son una solución impecable: evitan la mala práctica del estacionamiento en zonas de cruces, y acortan la distancia de cruce peatonal entre una esquina y otra de la calle, proporcionando además un espacio de seguridad que garantiza la visibilidad mutua entre peatones y automovilistas. Si la evaluación se hace desde la perspectiva del espacio público, el resultado no es tan feliz, porque estas extensiones rara vez aparecen formalmente integradas al espacio de la acera. Los metros cuadrados ganados al automóvil son como las tapas de cerveza que se colocan en la pata de la mesa coja: resuelven eficientemente el problema, pero se perpetúan como parches en espera eterna de la solución definitiva, que es la prolongación a nivel de la acera (algunos les llaman orejas).
¿Qué privilegiar: una solución eficiente, rápida y económica, que por ello mismo permite su réplica extensiva en toda la ciudad, o una solución más lenta y cara pero que se integra de mejor manera al espacio público? Ambas posturas son válidas. Alinear funcionalidad, recursos y estética no siempre es fácil, de hecho es bastante difícil, pero las ciudades nunca deben dejar de intentar hacerlo.
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