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¡Felices fiestas!
19 junio, 2019
por Ethel Baraona Pohl | Twitter: ethel_baraona
Cuando se habla de educación, se habla implícitamente de lo colectivo. Las formas de hacer arquitectura, el papel del arquitecto y por lo mismo, las formas de compartir conocimiento han cambiado enormemente en los últimos años. En este contexto, el sentido de lo colectivo en la actualidad es una respuesta clara a la generalizada situación económica, social y política que se vive en nuestras ciudades. Pero esta forma de entender el intercambio de conocimiento como algo colectivo tiene antecedentes importantes en las décadas de 1960 y 1970. Ivan Illich escribió en 1971 su libro más conocido La Sociedad desescolarizada, en el que escribe acerca del estudio en grupo, “¿por qué no proporcionar a quienes buscan compañero una ayuda incidental que facilite sus reuniones —espacio, horarios, selección de participantes, protección? Esto lo hacen actualmente las escuelas con toda la ineficiencia que caracteriza a las grandes burocracias. Si dejáramos la iniciativa de las reuniones a los interesados en reunirse, unas organizaciones que nadie clasifica hoy como educacionales harían mucho mejor este trabajo.” Cuando Illich habla de la potencialidad revolucionaria de la desescolarización, fácilmente podríamos entender que es un libro escrito en el siglo XXI, en donde la relación entre las herramientas digitales y el aprendizaje, el libre acceso a la información y los nuevos modelos económicos son parte de una revolución aún no escrita, pero que está sucediendo de forma acelerada, provocando cambios radicales en la forma que tenemos de entender los conceptos de “educación” y “aprendizaje”.
El cuestionamiento acerca de la importancia —o no— del currículum académico ha sido el leit motiv de que surjan iniciativas como The Public School [1], autodefinida como “una escuela sin currículum. No cuenta con ningún tipo de acreditación, no da grados y no tiene ninguna afiliación con el sistema escolar público.” Entonces, ¿Por qué estudiar los cursos que imparte The Public School? La motivación que encuentran tantas personas para seguir estos cursos son muchas: cualquier persona con interés puede seguir los cursos, sin necesidad de tener una acreditación previa y, al mismo tiempo, cualquier persona puede proponer los temas que le gustaría estudiar y si logra que un grupo se interese en determinado tema, se organizan los contenidos, quienes los imparten y las fechas. Es un sistema sencillo, basado en la inteligencia colectiva de los usuarios y que se ha expandido por todo el mundo, en ciudades como San Francisco, New York, Helsinki o Vienna. Siguiendo estas mismas pautas, se ha inaugurado recientemente en Madrid el “Campus Cebada” [2] parte del ya conocido proyecto El Campo de Cebada; con 34 clases programadas y un taller —Hand Made Urbanismo—, el campo se ha transformado en un campus abierto, un concepto que media entre laboratorio, escuela, taller y universidad en donde “todas las personas son intersecciones y engranajes en un fluir constante de conocimiento.” En este ámbito también surge la Free University NYC [3], concebida como una forma de huelga educativa en el día previo a “May Day 2012” (el primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores), con una propuesta que se basa en organizar numerosos días para impartir clases gratuitas y de código abierto en los parques y espacios públicos de la ciudad de Nueva York. La recién inaugurada Free University en Milán [4] propone ciclos bianuales, basados en encuentros presenciales con un enfoque multidisciplinar e intentando romper las barreras de la academia tradicional.
En este contexto y en la búsqueda de ese necesario cambio, han surgido una gran cantidad de iniciativas en los últimos años, desde abrir las aulas y dar clases al aire libre hasta organizar clubes de lectura on-line. Por lo mismo, es interesante analizar de que forma han evolucionado estas prácticas académicas con el uso de las herramientas digitales y de las redes sociales. ¿Es este el nuevo espacio para la democratización de la educación? Como todo cambio de paradigma, estas nuevas formas de entender la tradicional “escuela” provoca posiciones extremas, incluyendo críticas profundas a formas de compartir el conocimiento a las que quizá aún no estamos acostumbrados. La primera vez que alguien ve el hashtag #webinar en su timeline de twitter es probable que pase de largo, sin darse cuenta siquiera que es una invitación a una “conferencia web” abierta, en la que puede participar todo aquél que tenga interés en el tema tratado. Esta forma de compartir información nació hace ya varios años y se ha utilizado para impartir una charla o dictar un curso en tiempo real con la misma calidad que si uno estuviera en el aula de clases. A partir de esta forma de utilizar la red con fines educativos surge lo que se llama e-learning, cuyo primeros soportes fueron las wikis, los blogs y los podcasts y que ahora han evolucionado hasta donde la imaginación lo permite.
Uno de los formatos más conocidos en la actualidad es el MOOC [Massive On-line Open Course], cuya filosofía es la liberación del conocimiento para que este llegue a un público más amplio. El término MOOC fue acuñado en el año 2008 por Dave Cormier y Bryan Alexander al verse con la dificultad de dar clases a un grupo de más de 2,000 estudiantes y no tener un espacio físico para hacerlo. Los requisitos que debe tener un curso, para ser considerado un MOOC son básicamente cuatro: ser un curso, tener carácter masivo, ser abierto e impartirse on-line. En el otoño del año 2011, la percepción global del concepto de MOOC cambió radicalmente, cuando el curso de Inteligencia Artificial impartido por Sebastian Thurn y Peter Norvig para la Universidad de Stanford [5] logró que se matricularan más de 160,000 personas. Este curso incluía clases a través de vídeos, exámenes, tareas, discusiones on-line así como puntuación final por parte de los profesores y un certificado de haber cursado el programa. No obstante el éxito de algunas convocatorias, el modelo MOOC ha sido muy criticado también en los últimos dos años; sus detractores se basan en la dificultad de mantener un alto nivel académico en un momento en el cual, el libre acceso a la red permite que cualquier persona pueda impartir un MOOC, sin que se pongan en cuestionamiento sus acreditaciones y con el argumento de que si el contenido es malo, no importa con que medio o metodología se imparta un curso, este será malo también. Aunque también se puede revertir esta crítica mencionando el potencial del “maestro emancipador” como lo ha llamado Rancière [7] en su libro El maestro Ignorante, al escribir “los alumnos aprendieron sin maestro explicador, pero no por ello sin maestro. Antes no sabían, y ahora sabían. Luego Jacotot les enseñó algo.” Rancière enfatiza el vínculo intelectual igualitario entre el maestro y el alumno; y es en este punto, al poner en valor este vínculo, cuando este tipo de intercambios comienzan a tomar otra dimensión. Si la pedagogía tradicional se basa en la oposición entre la ciencia y la ignorancia, estos nuevos modelos son una ruptura con esta visión tradicional y las herramientas digitales permiten un nuevo acercamiento al concepto de “pedagogía”, permitiendo un acceso más amplio, sin límites geográficos ni temporales al aprendizaje.
No sería sensato, por lo tanto, basarnos simplemente en este tipo de argumentaciones para desacreditar la valía de un MOOC, es evidente que si el contenido de un curso es malo, este carecerá de valor incluso si se imparte dentro de los muros de alguna reconocida universidad; algo que lamentablemente ocurre con alguna frecuencia. Lo que la red y las nuevas tecnologías aportan al estudiante en un momento de cambio estructural como el actual, es la posibilidad de elegir. Hay razones económicas evidentes por las que un estudiante de determinado ámbito geográfico no puede desplazarse a estudiar el programa académico que le interesa, si este se imparte en otra ciudad o país. Ahora, con las nuevas tecnologías es posible hacerlo y el gran reto que estas posibilidades representan es el de saber diferenciar entre la simple liberación de contenidos con un programa de aprendizaje, en el que cada estudiante tenga opciones más allá de descargarse un podcast o un artículo académico.
Entre tantas herramientas y nuevas plataformas, lo más importante es —como siempre lo ha sido— el deseo de aprender. Hay experiencias de aprendizaje en red utilizando Twitter por ejemplo, en el que se cita a un grupo de personas, con intereses afines, a participar en una conversación on-line que dura solamente una hora, moderada por una o pocas personas para dar seguimiento a través de un hashtag (palabra precedida por una almohadilla # que representa un tema determinado) y facilita seguir la conversación, hacer comentarios y compartir enlaces. El resultado de estas conversaciones, debates o micro-cursos puede quedar registrado en una web o utilizando herramientas como storify [6], con lo que se evita que se pierdan en la rapidez y lo efímero, que es una de las características de las redes sociales. Domenico Di Siena lleva algún tiempo investigando estos temas y, para hacerlo de forma práctica, ha creado la plataforma Think Commons, que él mismo define como una plataforma de pensamiento en red, de momento basada en una serie de sesiones en streaming utilizando el servicio hang-out de Google+ con un horario fijo a lo largo de las semanas. Una de las grandes ventajas de este tipo de curso es que cualquier persona puede participar a través del chat y aportar su opinión en directo, así como se puede participar en tiempo real a través de twitter y facebook. Siguiendo estas metodologías, existen numerosas herramientas para archivar, releer y revisitar los enlaces compartidos y las conversaciones de forma dinámica, como la web Newk —Twitter Conversations, un experimento (aún en beta) que analiza las interacciones realizadas en twitter creando redes y mapas sistémicos durante un período de tiempo determinado.
Siguiendo esta lógica, podríamos decir que lo más interesante en términos de educación está aún por suceder. Todas estas nuevas infraestructuras educativas intangibles que forman parte de nuestra vida cotidiana llevan implícito un potencial enorme para aprender… pero primero tendríamos que desaprender. Habrá que desaprender de los modelos tradicionales, basados en un intercambio desigual, en un modelo académico creado hace más de un siglo, dirigido a producir “trabajadores” bajo los cánones de la revolución industrial y que hasta ahora solamente ha evolucionado siguiendo el modelo capitalista para funcionar [producir más en menos tiempo, sea dinero, un producto… o conocimiento].
Solamente repensando y valorando adecuadamente los fallos sistémicos de la academia, se podrá entender y proponer un nuevo modelo abierto, que permita y potencie una serie de acercamientos diversos a nuevas formas de pedagogía, así como diversos modelos económicos —quizá excluyendo el intercambio de dinero, en el sentido tradicional—, que se basen en otros tipos de intercambios, como los bancos de tiempo y los bancos de conocimiento, crowdfounding o incluso monedas digitales. Sería muy pretencioso intentar definir en este artículo cual es el tipo de “educación que viene”, pero si poner en valor las posibilidades que existen y la capacidad de decisión que aportan y sobre todo, tener los ojos muy abiertos para ese futuro que ya está aquí.
Notas:
1. http://thepublicschool.org/ [consultada en julio 2013]
2. http://elcampodecebada.org/campus/ [consultada en julio 2013]
3. http://freeuniversitynyc.org/ [consultada en julio 2013]
4. http://www.interactionresearcharchitecture.org/ [consultada en julio 2013]
5. El material del curso se encuentra disponible en la web UDACITY https://www.udacity.com/course/cs271 [consultada en julio 2013]. Esta plataforma ha sido creada con la idea de llevar educación superior accesible, asequible y eficaz de forma global.
6. https://storify.com/ [consultada en julio 2013]
7. Rancière, Jacques. El Maestro Ignorante, Editorial Laerte, 2003.