Gobierno situado: habitar
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20 junio, 2024
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Francisco Díaz es arquitecto por la Universidad Católica de Chile, tiene un master en Crítica, Curaduría y Prácticas Conceptuales por la Universidad de Columbia, y es candidato a doctor por el Politécnico de Turín. Fue editor de la revista ARQ y es autor del libro Patologías contemporáneas: ensayos de arquitectura tras la crisis de 2008 (2019, Uqbar editores). La publicación de su libro más reciente, Suelo (2023, editorial Bifurcaciones), inspiró esta conversación, que se publica en su versión completa en el número 108 de la revista Arquine.
Las ilustraciones que acompañan esta conversación fueron realizadas por Orra White Hitchcock (1796–1863), una de las primeras mujeres ilustradoras, artistas botánicas y científicas en los Estados Unidos.
Alejandro Hernández Gálvez: Primero, como pregunta obvia: ¿cómo llegaste y cómo abordas el tema de suelo?
Francisco Díaz: Estaba trabajando en temas de uso y propiedad del suelo cuando me invitaron de la editorial Bifurcaciones a participar en una colección de libros cuyos títulos tenían una sola palabra, referida a conceptos espaciales. Me pasaron una lista de palabras y no estaba “suelo”. Se las propuse y me dijeron que estaba perfecto. Empecé a armar un mapa para abordar el tema y me di cuenta de que no había posibilidad de tener un hilo conductor, una narrativa lineal, sino que la única forma era encararlo desde distintos puntos de vista. Esto porque, al ser una sola palabra, no había adjetivos, entonces no tenía nada que cualificara el suelo. La idea era mostrarlo con la máxima cantidad de puntos de vista. A fin de cuentas, es imposible —y también indeseable— agotar el suelo.
AHG: No sé si la polisemia que tiene la palabra suelo en español ayuda o estorba. Suelo podría traducirse al inglés como floor o ground.
FD: Yo tenía tres: ground, soil y land. Land implica el ius soli, el derecho de una persona a tener una nacionalidad por nacer en un país.
AHG: Y entre esos términos se deslizan distintas maneras de entender al suelo: como superficie o en profundidad, como tierra o terreno. ¿Hay un giro en nuestra época que nos lleva a entender el suelo de otra manera desde la arquitectura?
FD: Los arquitectos tendemos a pensar el suelo como la línea inferior en el dibujo de una sección: una línea gruesa donde se indica que ignoramos qué hay más abajo. Por fortuna, creo que han aparecido unos mayores grados de preocupación respecto a cómo la arquitectura no clausura o sella el suelo. Ya que el espacio en el planeta es finito y su capa superior está viva, cada vez que construyes un edificio o una calle, sellas el suelo, y con eso le quitas al planeta superficie para respirar. El suelo respira en vertical, y creo que la arquitectura se está dando cuenta de eso. Por ejemplo, me parece interesante volver a mirar el urbanismo moderno en esta clave: pensando que la separación del edificio y el suelo puede tener un beneficio ecosistémico que antes no se consideraba.
AHG: Entonces Le Corbusier tenía razón…
FD: Pero desde una perspectiva que él no pensó. Se puede pensar incluso en agrupar la vivienda en torres, alejadas unas de otras, que permitan que haya suelos absorbentes entre ellas. El urbanismo moderno fue vilipendiado con razón, porque mataba la vitalidad de las ciudades. Pero ahora el problema quizás sea otro: la cantidad de suelo que estamos sellando. Otra cosa que me parece interesante es la noción del edificio como mecanismo. No es la máquina de habitar de Le Corbusier, sino una serie de sistemas diseñados —electricidad, desagües, etc. — que incluyen la dimensión ecosistémica. Es decir, lo que importa es cómo esos sistemas ayudan a que el edificio repare el entorno.
AHG: Me vienen a la mente dos dibujos que están entre los que dieron forma a este número. El Corte teórico (1832), publicado por Cuvier y Broignart. El otro es también una sección, y aparece en el libro que Kiel Moe dedica al edificio Seagram, de Mies van der Rohe: un corte que va desde ese edificio en Manhattan hasta la mina Chuquicamata (Chile), de donde se extrajo el cobre que se usó en la aleación para la famosa fachada. ¿Cómo entiendes tú esa relación entre el suelo, el dibujo del suelo y la arquitectura?
FD: Recuerdo dos libros que plantean esa discusión: A Billion Black Anthropocenes or None, de Kathryn Yussoff; y Geontologies, de Elizabeth Povinelli. Ambos libros discuten el origen de la geología como campo de conocimiento, porque esta ciencia dibuja las estratigrafías para entender las capas minerales del suelo. Ellas ligan el nacimiento de la geología al proyecto colonial, ya que se necesitaba saber la distancia de los sitios de extracción (no se puede mover el suelo, pero sí un dibujo del mismo). Los geólogos viajan y, como no pueden cortar el suelo, sacan muestras tubulares (calicatas) que despliegan y van leyendo en distintas capas. A partir de eso desarrollan una estratigrafía y ese dibujo puede viajar hacia el centro del poder colonial donde se decide si se hace una extracción. Por eso ambas autoras —desde distintas entradas— conectan la geología y el dibujo del suelo en sección, con el proyecto extractivista de la Ilustración. Por lo mismo, critican también la idea de Antropoceno, porque si la entendemos como una época geológica, quiere decir que es una noción certificada por la geología. Pero si esta ciencia fue clave para promover el proyecto colonial que generó la contaminación que hoy nos afecta, ¿por qué, si es parte del problema, le entregamos el poder de decidir en qué momento empieza una época? A fin de cuentas, la noción de Antropoceno —que los humanos hemos afectado tanto el planeta que hasta generamos una capa geológica— revalida a la geología. Entonces, si vemos el dibujo del suelo desde ese punto de vista, quizá sería mejor no saber tanto de él y dejarlo en paz.
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