Casa manifiesto
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11 septiembre, 2012
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
Se cumplieron 11 años del cambio morfológico que sufrió Nueva York tras el desplome de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. La definición de rascacielos cambió y, por unas horas, dejó de ser un motivo para alcanzar el cielo por encima de la silueta urbana de Manhattan. El atentado terrorista cambió la escala de la ciudad, dejó un hueco en la zona financiera del World Trade Center, y sólo un recuerdo de lo que fueran las dos torres esbeltas de 415 metros y 110 pisos, construidas en 1973 por los arquitectos Minoru Yamasaki, Emery Roth y Sons Consulting Engineer.
La ciudad perdió verticalidad y se llevó a un nivel de piso aún más abajo de menos cero. Las imágenes del impacto de los aviones y el desplome de cada uno de los pisos denotaron la inestabilidad y complejidad de los vínculos y afrentas culturales, aún reflejados en los edificios circundantes de la Zona Cero. “El colapso del skyline representó un límite histórico. Comenzaba una guerra sin frente ni retaguardia, ante un enemigo conjetural, que operaba al interior del sistema. El cielo amanecía como amenaza. Esa vulnerabilidad ha puesto en duda la arquitectura vertical. ¿Tiene sentido desafiar la gravedad con imanes del peligro?…El ataque a las Torres Gemelas tenía un cometido simbólico más grave: aniquilar la mitología de Nueva York”, escribió Juan Villoro en su columna para Reforma titulada “Pájaros y ceniza”.
Aún con algunos pájaros y restos de ceniza, la ciudad vertical y mitológica de los grandes rascacielos neoyorquinos prevalece con aires de una nueva identidad fragmentada. La Freedom Tower, proyectada por David Childs, buscará ser el nuevo hito arquitectónico para regenerar el sentido de urbanidad y escala en la zona. Esta torre, renombrada como One World Trade Center en 2009, tendrá 108 plantas y 1776 pies (541 metros de altura, 124 metros más que las Torres Gemelas) cifra que simboliza la fecha de la independencia de Estados Unidos. Este proyecto es parte del plan maestro del WTC a cargo de Daniel Libeskind, cuya propuesta fue elegida luego de un concurso por invitación en el que participó United Architects; THINK, encabezado por Rafael Viñoly y Frederic Schwartz; Richard Meier; Peterson Littenberg; Skidmore, Owings & Merrill; y Foster & Partners.
La propuesta de regeneración, con mayor contenido paisajista y museográfico que arquitectónico, compartirá altura con otros cinco edificios más sobre Greenwich Street, frente al nuevo National September 11 Memorial and Museum. Éste último, diseñado por el arquitecto Michael Arad y el paisajista Peter Walker, se trata de un proyecto de 6.5 hectáreas donde se integrará el museo y el monumento “Reflecting Absence”, enterrado a 21 metros, donde se localizaba la cimentación de las Torres Gemelas. En el sitio que ocuparon las torres, a nivel de banqueta, se colocaron dos cascadas que dejan caer el agua en enormes contenedores flanqueados con muros de bronce, en los que están inscritos los nombres de las 2 mil 983 personas fallecidas en los ataques del 11 de septiembre.
Además, se plantaron 225 robles blancos, que se unen a otros 175 especies arbóreas para delinear un tapiz verde en medio del asfalto grisáceo de la ciudad, rodeado de grandes edificios. Así, con una serie de intervenciones arquitectónicas inconexas que retoman la reminiscencia sobre la Zona Cero, comienza a redefinirse el punto neurálgico de Nueva York y evoca una nueva edición, pero en otro contexto, del libro The Life and Death of Great American Cities de Jane Jacobs, escrito en los años sesenta. A 11 años del 11 de septiembre, la vida y muerte de esta zona, el cambio de escala, la materialidad y el emplazamiento de emergentes hitos arquitectónicos, invita a repensar la condición del espacio público y la apropiación de nuestros alrededores, sin dejar a un lado los temas políticos, sociales y bélicos de este suceso.
“La construcción no sólo tiene la finalidad práctica de dar cobijo, ni la de crear las infraestructuras modernas de un estado. Aunque pueda parecer anclada en el pragmatismo, es una expresión poderosa y extraordinariamente reveladora de la psicología humana. Es un medio de hinchar el ego humano a la escala de un paisaje, una ciudad o, incluso una nación. Refleja las ambiciones, las inseguridades y las motivaciones de los que construyen y, por eso, ofrece un fiel reflejo de la naturaleza del poder, sus estrategias, sus consuelos y su impacto en los que lo ostentan…Si un país no cuenta con sus propios símbolos nacionales puede conseguir una suerte de gloria reflejada adoptando el estilo de una potencia declaradamente victoriosa, que sea sinónimo de eficacia, valor y éxito” (Sudjic, Deyan (2007) La arquitectura del poder, 2007).
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