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Columnas

Dar vida a lo construido

Dar vida a lo construido

17 marzo, 2015
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo

La ciudad es un organismo vivo que muestra el estado de desarrollo cultural de una sociedad. Las ciudades son la ausencia de espacio, son proximidad, densidad y conectividad.

En los países desarrollados las ciudades encunan la innovación y aseguran su éxito alimentado redes que propician la interconexión entre sus habitantes. Por su parte, en países en vías de desarrollo, las ciudades son la puerta, la conexión de una cultura con el resto del mundo. Los centros urbanos representan la oportunidad de crecimiento y el camino de la pobreza a la prosperidad.

En México, más del 77% de la población vive en centros urbanos. Sin embargo, el crecimiento acelerado, un incremento en la demanda de vivienda no satisfecha y una infraestructura pensada hacia el coche ha provocado que estas ciudades continúen creciendo hacia las periferias. Normativas, malas decisiones urbanas y la falta de accesibilidad a viviendas en las zonas centrales han provocado una destitución del rol del centro histórico en el tejido urbano.

Fundada en el periodo novohispano, la ciudad de México ha fungido como centro administrativo, religioso y comercial. Actualmente, su centro histórico ocupa una superficie de aproximadamente 310 hectáreas, lo que equivale a lo que tenía la totalidad de la ciudad a principios del siglo XIX.

Como la gran mayoría de los centros históricos alrededor del mundo, nuestro centro ha vivido numerosas transformaciones a lo largo del tiempo. El centro ha sobrevivido un prolongado proceso de declive que se dio durante la segunda parte del siglo XX. La degradación de la arquitectura y el espacio público, el empobrecimiento de sus habitantes y un cierto declive demográfico son algunas de las consecuencias de ese proceso.

Las zonas viejas de la ciudad se fueron despoblado siguiendo el fenómeno que la ecología humana denomina cesión – sucesión. Segmentos de la población de medio y altos niveles socioeconómicos dejan sus viviendas las cuales, pasan a ser ocupadas por estratos económicos menores, a quedar semi – abandonadas, o son utilizadas como bodegas.

El Centro histórico comenzó a ser abandonado por las clases altas desde finales del siglo XIX. Esto, junto con la inmigración del campo a la ciudad daría por comenzado su proceso de densificación . Las grandes casas burguesas que antiguamente daban carácter e identidad al centro capitalino pasarían a convertirse en vecindades.

El centro alcanzó su máxima concentración de población alrededor de los años cincuenta, poco después de que las luchas de los inquilinos forzaran el congelamiento de las rentas urbanas. De hecho, se culpa a este hecho como la causa de la falta de inversión y de su deterioro.

A pesar de la proliferación del comercio informal, la prostitución y la inseguridad, el peso demográfico se mantendría hasta la década de los setenta. Sin embargo, es a partir de ese momento en que comienza un proceso de despoblamiento, de tal forma que entre 1970 y 2000 el Centro Histórico perdería prácticamente la mitad de sus habitantes.

Un evento clave en dicho proceso fue el terremoto de 1985; las ruinas, el miedo y la incertidumbre terminarían por despoblar el centro.

Al perder a sus habitantes, su vida, el centro se reposiciono como zona turística y de servicios, perdiendo relevancia dentro de los procesos y dinámicas del funcionamiento del día a día de la ciudad.

En los últimos años, numerosos esfuerzos, en ocasiones exitosos, por repoblar el centro, regresar la vida a este, han tomado lugar En la Ciudad de México, como en otras ciudades latinoamericanas, hoy en día es evidente la existencia de un “regreso a las zonas centrales”. El “regreso a la ciudad construida”, discurso de arquitectos y urbanistas está teniendo un importante auge.

Estos esfuerzos deben estar bien encaminados. El Centro Histórico no debe de ser concebido simplemente como una atracción turística o museo, este debe de retomar su papel dentro de la traza urbana. Además de recuperar su esplendor arquitectónico, el centro debe retomar su función social y económica dentro de las dinámicas y procesos de esta compleja ciudad.

Si bien habrá gente que añore la gran “Ciudad de los Palacios”, con grandes casas en la zona central de la ciudad, es un hecho que el centro histórico de una ciudad cosmopolita como lo es la Ciudad de México, necesita abrir la puerta a nuevos pobladores.

Debemos evitar que el centro viva de día y muera de noche. . Hoy en día al centro no le falta actividad, pero le falta más vida, la vida que nuevos habitantes generarían. Es por ello que debemos apostarle a un centro con más densidad y con una política urbana que logre un balance entre la búsqueda por su revitalización y la preservación del pasado.

Las ciudades son el resultado de la historia, son elementos fundamentales en el desarrollo del presente y en el sustento del porvenir. La herencia del pasado debe conservarse, permanecer y transformarse, preservando su valor y asumiendo las transformaciones que el tiempo conlleve. Al regresarle vida a la ciudad construida le daremos la oportunidad al centro de retomar su rol dentro de la ciudad y devolverle su identidad. El centro tiene aún una serie de vacíos con posibilidades extraordinarias de desarrollo. Es por ello que repensar la manera en la que se desarrolla la ciudad y entender lo que la normativa tiene que ofrecer para lograr el objetivo último de darle vida al centro es la única forma de construir vida sobre lo ya construido.

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