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Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (II): Ranas

Cultura serrana, la otra escala del horizonte clásico (II): Ranas

Tras la imborrable experiencia de la visita a la Zona Arqueológica de Toluquilla (en la Sierra Gorda de Querétaro), publicada anteriormente, el grupo de estudiantes de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, mi colega, la Maestra Pilar Álvarez López y yo, volvemos al autobús para dirigirnos ahora a Ranas. La sinuosa autopista nos hace percibir el trayecto más largo de lo que es, pero finalmente comenzamos a atravesar la población de San Joaquín, pequeña ciudad que colinda con la Zona Arqueológica que visitaremos.

En el artículo publicado en el número 77 de Arqueología Mexicana, ya citado en la entrega anterior, la arqueóloga Elizabeth Mejía Pérez Campos y su colega Alberto Herrera Muñoz, nos platican que, justamente la cercanía de San Joaquín ha provocado que el estudio de este sitio no sea tan preciso como su par de Toluquilla, ya que durante la primera mitad del siglo XX Ranas estuvo sujeta por los pobladores de San Joaquín a un ejercicio de extracción de piedra para ser reutilizada como material de construcción, lo cual alteró de forma irreversible las ruinas, y un alto deterioro y derrumbes de ciertas construcciones.

Con todo, el trabajo arqueológico realizado desde la década de los 80 del siglo pasado ha podido revelar que la Zona Arqueológica de Ranas es de dimensiones significativamente mayores que la de Toluquilla, por lo que se deduce que este asentamiento habría sido, en su tiempo, la ciudad hegemónica de la Cultura Serrana, tanto en lo político, como en lo económico.

Al igual que Toluquilla, la escarpada orografía de la sierra obliga a una estrategia que requiere el terraceo de las cúspides de los cerros para generar plataformas donde construir las edificaciones principales. A diferencia de Toluquilla, sin embargo, aquí son dos mesetas las ocupadas, generando trayectos lineales de norte a sur en una de ellas, mientras que en la otra la dirección tiende a una orientación noroeste a sureste. La parte visitable que nos ofrece hoy día a visitantes el INAH, es la segunda, mientras que la primera sólo tiene actividad de investigación arqueológica.

El acceso a los espacios visitables se hace por un terreno ejidal, en el que uno puede prescindir del transporte, en nuestro caso, el autobús. Este terreno conecta con un camino que transita al lado de la montaña, a mano izquierda según avanzamos: por entre la colina aparece un primer basamento piramidal, mientras que, a la derecha, la cañada desciende con profundidad hacia la incertidumbre, ya que el follaje nos impide ver el fondo.

Pronto nos damos cuenta de que ese primer volumen, que está algunos metros por encima del nivel del camino, corresponde al remate de una de las puntas de un juego de pelota, al cual accedemos casi sin darnos cuenta. En este espacio, podemos percibir el deterioro producto de la utilización de piedra que ejercieron los pobladores locales durante la primera mitad del siglo pasado, como ya se ha comentado algunos párrafos antes. El juego tiene, en su dimensión longitudinal, una orientación oriente-poniente. El parapeto norte está completo y contiene el espacio con claridad, pero el parapeto sur que daría la configuración lineal al recinto ceremonial prácticamente ha desaparecido. Solo un leve montículo y algunos árboles nos dan la idea de cómo habría sido el volumen.

Desde el centro del juego de pelota, el remate poniente corresponde al basamento piramidal antes narrado. Es un remate visual, ya que este se encuentra varios metros fuera y es posible que no fuera la vista original, ya que se pueden apreciar otros basamentos más bajos en altura, que configuran una secuela de terrazas ascendientes y que, seguramente vistos completos en su momento, obstruirían parcial o totalmente al actual remate.

Hacia el lado oriente, el juego remata en lo que pareciera ser hoy día un montículo natural, dado que la arquitectura está cubierta en su totalidad por vegetación y no ha sido desmontada. Es muy probable que, según lo que podemos observar, fuera de mayor altura, y que, por el mismo saqueo de piedra sufrido en el sitio, sólo quede un fragmento. Aun así, su presencia nos permite subir a percibir desde otra altura la calidad de este espacio. Desde la cúspide del montículo descrito podemos observar con más claridad la trayectoria este-oeste del espacio, así como la primera terraza con la que la ciudad irá acondicionando la topografía del sitio, notablemente más escarpada al poniente, para acondicionar los elementos urbano-ceremoniales. También podemos observar cómo la arquitectura del juego de pelota utiliza el volumen hacia el interior como paramento de acotación y uso del ritual ceremonial y, hacia el exterior, como muro de contención para adecuarse a la pronunciada pendiente que desciende hacia el norte.

Esto también, estimadas y estimados lectores, nos permite percibir lo angosta que resulta la meseta de la montaña, y la complejidad que tuvieron los serranos para ajustar la ciudad a dichas condiciones.

Ahora viene la toma de decisión: ¿tomar la dirección poniente primero para visualizar esa sección de ciudad que “trepa” por la topografía, hasta la culminación urbana de dicho eje, o tomar la dirección oriente, en donde la pendiente es más regular, hacia donde indica la señalética un segundo conjunto de juego de pelota?

Por logística de movimiento, decidimos ir primero hacia el este, en busca del segundo juego de pelota. La ruta nos presenta,entre árboles, un muro escalonado que se interrumpe a la mitad para dejar paso a unas escalinatas. En segundo plano, otro volumen piramidal remata la perspectiva.

Al ascender por la escalinata, el segundo volumen piramidal se vuelve un parapeto inexpugnable. Hacia el norte, nos marca una perspectiva que se funde con el bosque. Hacia el sur, nos lleva a una plaza que se encuentra metro más abajo. Al descender a ella, volteo para registrar la imagen de las escalinatas que nos comunicaron entre plataformas, misma que nos permite ver el diestro manejo de los serranos para manejar la diferencia de niveles entre un punto y otro.

Ahora el registro fotográfico es desde la esquina sur de esta plaza, cuya vista nos enmarca el volumen piramidal que ha sido hasta ahora el protagonista de esta sección de recorrido. Este pareciera ligarse en dirección oriente a un paramento longitudinal. Aunque, si se fijan bien, existe (entre el juego de luz y sombras que nos brinda la naturaleza del lugar) una pequeña abertura que indica un paso entre las dos estructuras descritas. Esa pequeña grieta asciende otra vez por cerca de un metro y nos da acceso al segundo juego de pelota. Desde el punto donde se nos abre esta perspectiva, podemos ver en diagonal el espacio ceremonial, mientras que, al voltear, observamos la plaza anterior, delimitada por unas intrigantes bases pétreas que cimentarían en su tiempo dos edificaciones, una semicircular (¿influencia huasteca acaso?) y otra rectangular. Estas edificaciones al sur del juego de pelota se suman a otras que encontraremos más adelante al norte y que, en términos del arquitecto Louis Kahn, definirían claramente la relación entre el espacio servido (el juego) y los espacios servidores (los volúmenes externos que le rodean). Los grandes maestros como Kahn no inventan estos conceptos, son capaces de verlos por mediodel ejercicio analítico de todas las arquitecturas pertenecientes a todas las culturas que han dejado registro de nuestra estancia en este planeta.

Accedemos al centro del espacio ceremonial del juego, nos centramos al eje que nos muestra al día de hoy, una asimetría entre el paramento norte, más alto, y el sur más bajo. No sabemos si esto es producto del desarrollo entre el espacio servido y los servidores, donde los que se encuentran al norte están en una cota topográfica más alta que los del sur, o a la degradación del sitio ante la acción pragmática de quienes usaron piedras de las ruinas para construir otras cosas durante el siglo pasado. Yo me inclinaría a una combinación entre ambas circunstancias.

El eje, a su vez, nos muestra un remate que parece ser solamente la cortina de vegetación del bosque que rodea al sitio, pero, al acercarnos a ese punto, descubrimos los cimientos de un temascal, que nos narra la importancia ritual de quien participa en este peculiar juego mesoamericano.

Al norte del Temascal, se configura otra plaza cuya geometría queda determinada por un muro bajo de contención, que marca la diferencia de nivel entre la plaza y una terraza superior, a la que se accede por unas curiosas escaleras semicirculares en la esquina, y donde, en segundo plano, aparece un basamento piramidal que forma de manera parcial el paramento norte del juego de pelota y,  por otra, da inicio al juego de espacios servidores de esta sección de la zona arqueológica.

A partir de aquí, las imágenes les mostrarán una secuela de espacios y plataformas que les conectan, así como de vistas al paisaje desde este lado. Entendiendo que no son plazas, sino configuraciones interiores conectadas por una senda, y que hoy en día la ausencia de volumen (puesto que sólo quedan los cimientos y terrazas) nos permite percibir la espacialidad de forma muy distinta a la original, dejo a la imaginación de ustedes, lectores, cómo sería el tránsito entre espacios.

De regreso al primer juego de pelota, ahora nos preparamos para la parte final de la visita, donde, según narramos al inicio de esta segunda entrega, la zona va a comenzar un ascenso hacia el poniente por una secuela de plataformas terraceadas que tomen los desniveles.

La imagen nos ubica en el punto más occidental del primer juego de pelota que nos enfrenta a un primer basamento cuyas escalinatas desembocan a una plataforma. Al fondo se manifiesta aquel volumen piramidal que vimos al inicio de la visita, ahora como un claro protagonista. Su presencia es contundente, demuestra una clara jerarquía en la composición urbana. Sin embargo, esta no es la culminación del recorrido, es tan solo su primer elemento. Desde su plaza elevada volvemos a ver en el nivel anterior, el juego y la secuela volumétrica que le configura al norte. Al rodear el predominante volumen que protagoniza esta plataforma, se nos presenta una senda ascendente y, al fondo, otros paramentos imponentes que anuncian nuevas edificaciones.

Estas edificaciones arman una interesante combinación de terrazas acotadas por templos, que son, al mismo tiempo, un volumen configurador de plazas y muro de contención para la siguiente terraza en el ascenso hacia la cima del cerro.

En estas plazas encontraremos otra vez esas escalinatas, ya sea en cuartos de círculo, o boleadas en las esquinas como las que narramos en Toluquilla. Las plazas van creciendo en dimensión conforme ascendemos, demostrando que, hacia la cota más alta, se va uno acercando al espacio más importante de esta sección de ciudad. Ningún volumen es demasiado alto, y la escala permanece en esa dimensión acogedora que también apreciábamos en Toluquilla. La monumentalidad está en la suma de elementos, no en cada uno en sí.

Esta sección, menos deteriorada que las anteriormente visitadas de Ranas, nos da más una idea más clara de la complejidad y refinamiento de la ciudad, y validan la interpretación arqueológica de que sería, probablemente, el espacio urbano de mayor importancia político-económica de la región. Cada sección está configurada con cuidado y marca una pausa en el escarpado ascenso, lo que nos permite encontrar y desencontrar la cúspide.

Al llegar a ella, un último volumen piramidal se eleva para convertirse en centro y focalización de la meseta. Frente a él, un extraño basamento girado parece interponerse en la secuencia natural de la escalinata que permite subir a la cima del edificio principal, en donde se encontraría el templo ¿Qué circunstancia ceremonial, qué sobreposición constructiva en el metabolismo de crecimiento de este espacio, a lo largo de los siglos, llevó a la existencia aparentemente contradictoria de estos dos elementos? Es la duda que rodea la belleza narrativa de toda ruina. Rodear el elemento descrito en este párrafo nos da una clara experiencia de culminación. Tras él ya no hay vestigios, ya no hay más sendas, ya no queda más que el bosque y el paisaje en la meseta del cerro, nivelada por los constructores de la cultura serrana. Nos permite descansar y respirar antes de despedirnos de la Zona Arqueológica de Ranas.

Si el ascenso nos permite percibir las plazas y sus volúmenes como un juego de encuentros y desencuentros, el descenso nos permite observar con otra perspectiva y cómo se van sucediendo los espacios en la compleja topografía y los elementos tectónicos que los configuran. Así, hasta llegar otra vez al punto de inicio, al juego de pelota 1, conector hoy de la ruta sugerida por el INAH, pero cuya función original en el rito de la ciudad, no debió ser esa.

Al final, todo vestigio de nuestra forma de habitar el planeta nos permite reflexionar sobre la inutilidad de las certezas absolutas, sobre la transformación continua y la evolución constante de la vida y del universo que la acoge y, desde luego, sobre la belleza de experimentarla en pasado, presente y futuro, de forma simultánea. 

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