Un vacío entre muros y techos
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¡Felices fiestas!
7 agosto, 2015
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo
Monumento a José Martí. Foto: Pablo Martínez Zárate
“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”
–José Martí
¿Cuántos bustos de José Martí hay en Cuba? Los vi pequeños en jardines frontales de casas habitación, monumentales en plazas nacionales, delante de cada edificio de las dependencias del Estado con el mismo pulido blanquecino, aparecían en medio de la Carretera Nacional o las vías menores que serpentean el “largo lagarto verde, con ojos de piedra y agua” (N. Guillén); los vi sufriendo el paso del tiempo, el golpe de la brizna salina y el régimen agonizante que, a duras penas, se sostiene a más de medio siglo de la victoria de la Revolución.
¿Qué nos transmite esta omnipresencia escultórica del “apóstol de la Independencia”? Primero, que la piedra y las ideas están estrechamente vinculadas. Que las piedras son vehículo de ideas y las ideas, a su vez, la mezcla que mantiene sólidos los ladrillos del régimen. Segundo, que un héroe definido por un pensamiento preclaro, puede más que cualquier programa de desarrollo social. Tercero, que si un Estado dirige sus esfuerzos a fortalecer la cultura nacional y cubrir necesidades básicas de alimentación y educación, no importa en realidad que nuestro hogar se desmorone. No por un tiempo. Hasta que el techo aguante.
Parece que en 2015 los incontables rostros de Martí ya no bastan para mantener el castillo castrista. Esta edificación que tanta visión y tenacidad requirió, se cae a pedazos. Como los grandes edificios coloniales, neoclásicos y eclécticos de la Habana. Piedra a piedra, la ciudad se desmorona.
En las fotos luce muy hermosa, sí. Con esa nostalgia que tanto le fascina a la mercadotecnia y la publicidad. En las imágenes no cabe ni el hedor de la basura que se acumula en cada esquina, ni el enfado de los jóvenes cubanos quienes, no sorprende, no logran identificarse con los valores de la Revolución, esos valores que como los edificios no pueden ocultar la pátina de un régimen al borde del colapso.
Edificio Focsa. Foto: Pablo Martínez Zárate
Hace un mes volví a Cuba después de doce años. Lo que me emocionó en mi primera visita (aquellos valores revolucionarios encarnados en una cultura vibrante), lo mismo que después me llevó a más de una década de consumo cultural cubano (Guillén, Diego, Álvarez, Gutiérrez Alea), hoy se apaga. Durante esta segunda visita respiré un aire demasiado denso, como si el pueblo cubano se estuviera asfixiando.
Estuve ahí la semana en la que se dio a conocer la noticia de la restauración diplomática con E.U.A. El anuncio, que escuché por la radio junto con Isabel mi esposa al conducir sobre la Carretera Nacional de La Habana a Sancti Spiritus, coincidía con el ambiente que habíamos encontrado en la capital. El de insostenibilidad del régimen. El del enojo generalizado. El aire de desamparo no solamente de todo un pueblo, también de un régimen que tuvo el valor de imponerse al capitalismo voraz y que poco a poco fue quedándose solo contra el mundo (literalmente).
La Revolución Cubana sigue manteniendo sus victorias: salud y cultura para el pueblo. Una isla donde abundan los corazones generosos y las miradas y labios de azúcar. Una tierra vibrante. Las primeras palabras de “Soy Cuba”, obra maestra soviética de Mikhail Kalatozov (1964): “Soy Cuba, ya Cuba. Una vez, aquí desembarcó Colón. Él escribió en su diario: es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron.”
La gran derrota de Cuba es el estado actual de la ciudad y el país, donde difícilmente se atisba una solución a los problemas urbanos y de infraestructura. Digo derrota porque imagino al turista gringo o europeo caminando la Habana Vieja, filtrando los paisajes del “subdesarrollo” por su siempre viciada mirada: la ilusión de superioridad se hará presente, inevitablemente, en la mayoría de los casos. También reluce en la aspiración que cuelga de los jóvenes en la forma de collares de oro falso.
¿La moraleja? Los grandes monumentos no bastan: las grandes y nobles ideas detrás de la Revolución Cubana carecen de las piedras del día a día (la infraestructura de transporte, servicios y vivienda), que acojan e impulsen su potencial transformador. De lo contrario, lo que sucede es que, tarde o temprano, las ideas se desgastan junto con los edificios. Incluso así, Cuba es una lección de honor para quienes soñamos, todavía hoy, con un mundo mejor.
Pienso en “Memorias del subdesarrollo”, adaptación al cine de Tomás Gutiérrez Alea de la novela de Edmundo Desnoes. Pienso en las palabras de su personaje pequeñoburgués, Sergio, quien se cuestiona qué pasará con Cuba recién terminada la Revolución. Entre sus reflexiones sobre “el subdesarrollo”, rescato la siguiente: “Ésa es una de las señales del subdesarrollo: incapacidad para relacionar las cosas, para acumular experiencia y desarrollarse.”
La lección de Cuba es, pues, una lección para Latinoamérica, no se diga México: en estos tiempos aciagos, la memoria es lo único que nos puede guiar por el camino de la libertad. La memoria que habita las ideas y las piedras, que teje puentes entre arquitectura, paisaje y pensamiento.
Me pregunto qué verá el cubano de hoy, el joven, en todos esos bustos de Martí. Si verán al hombre liberador o, más bien, todo lo contrario (al pretexto de la opresión). Más aún, ¿qué pensará el fantasma de Martí de la Cuba actual? “La libertad”, escribió alguna vez, “cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio.” ¿Hablaba de la misma libertad impresa en los billetes norteamericanos? Ciertamente no. En este último viaje escuché de varios canadienses y europeos que han comprado edificios completos en la Habana Vieja a precios ridículamente bajos. ¿Tendrán entre sus planes palacios para esta libertad contemporánea, tan fielmente condensada en al figura del turista? ¡Ay, Martí! ¡Pobre pero pobre de ti! Sólo nos quedan tus palabras: “La patria es ara, no pedestal.”
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