El Diseño del Mundo. Conversación con Hashim Sarkis, Roi Salgueiro y Gabriel Kozlowski
El filósofo Eugene Tacker hace una distinción útil entre el “mundo”, la “tierra” y el “planeta”. Para él, “el mundo [...]
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¡Felices fiestas!
29 noviembre, 2021
por Daniel Daou y Mariano Gómez-Luque
Como lo han sugerido algunxs académicxs, la ciencia ficción y la teoría crítica constituyen proyectos intelectuales paralelos con aspiraciones utópicas similares. La siguiente entrevista con el escritor de ciencia ficción Kim Stanley Robinson sugiere la posibilidad de leer su trabajo a través de la lente del urbanismo y el diseño. Las afinidades compartidas que la conversación revela sugieren que a la ciencia ficción y la teoría crítica urbana se puede sumar el diseño, constituyendo una tríada cuyas intersecciones conceptuales aún aguardan un estudio sistemático.
Urbanización
DD, MGL: Para Henri Lefebrve, lo “urbano” es un proceso histórico socio-espacial que se despliega a una escala planetaria, dando nueva forma no sólo a las ciudades sino a todo tipo de territorios. La noción de “urbanización” pretende capturar el dinamismo de este proceso en contraste con la fijeza o inercia formal de “la ciudad”. En este sentido, tus novelas nos resultan “urbanas”, ya que describen paisajes sintéticos donde edificios, ciudades, territorios e incluso planetas son transformados por la actividad humana (y viceversa). ¿Es la categoría de lo “urbano”, entendida de este modo dialéctico, una rúbrica útil para describir la espacialidad compleja de tus novelas? Y, de ser el caso, ¿crees que la noción de “urbanización planetaria” podría complementar al concepto más técnico de “terraformación”, tal como es empleado en el campo de la ciencia ficción?
KSR: Para alguien que viene de la ciencia ficción como yo, lo urbano es el ‘hogar’ de mi género, históricamente hablando. La ciencia ficción temprana y la “era dorada de la ciencia ficción” consistieron en historias escritas primariamente por hombres urbanos, como una expresión de gente inmersa en culturas industriales volviéndose conscientes de la velocidad del cambio tecnológico y plasmando ese sentir en la imaginación de historias futuras. Así fue al principio en el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos, por ejemplo. En los Estados Unidos, hubo algunas figuras fuera de lo común como Clifford Simak, Edgar Pangborn e incluso Ray Bradbury, quienes celebraron la persistencia de lo pastoral frente a la velocidad de la industrialización, y cuyo trabajo enfatizó una de las líneas principales de la ciencia ficción, que es fuertemente urbana. La nave espacial en sí misma es una imagen simbólica de la ciudad, e Isaac Asimov, el epítome de esta mentalidad urbana, nos dio la forma más pura de este impulso en Trantor, la ciudad planetaria que cubría un mundo entero y era la capital de la galaxia en su serie Fundación (1951). Ésta era una imagen de la Nueva York que él tanto amaba, que también fue protagónica en su novela urbana Cuevas de Acero (1954) y también en su secuela “al aire libre” El Sol Desnudo (1957). Como buen agorafóbico, Asimov adoraba estas ciudades que lo abarcaban todo, lo que lo hizo el autor principal de este momento o estadío de la ciencia ficción.
Yo siempre he estado interesado en oponerme a esta línea en la ciencia ficción, enfatizando que la biósfera entera de un planeta–lo que en otros tiempos llamábamos el mundo natural, lo salvaje, o incluso la Naturaleza–nunca desaparecería por completo. El planeta entero es un sistema de soporte para los humanos; nuestro cuerpo extendido, si lo queremos ver así. Podemos someter este cuerpo a nuestros fines y reorganizarlo en gran medida, pero no podemos deshacernos de él por completo; además, es tan interesante como las ciudades mismas, especialmente como un escenario para contar historias. Mi habilidad para contribuir a esta conversación continua dentro de la ciencia ficción ha dependido en gran parte de mi apego a este contexto planetario. Naturaleza y Utopía: esta extraña mezcla de intereses fue lo que me hizo adentrarme en esta extendida conversación que es el género de ciencia ficción.
Habiendo dicho eso, es fácil para mí transcodificar la pregunta y la suposición de que la urbanización es responsable de la organización de la totalidad del planeta. La etimología de “civilización” ilustra esto: la humanidad ha organizado la vida en el planeta, no por completo, pero en una medida importante. Casi pareciera existir una atracción gravitacional ejercida por las ciudades sobre la gente desde su primera aparición hace doce mil años. Al principio eran sólo pequeños nodos en un vasto paisaje natural organizado por la biósfera, hasta que llegó el punto en el que las ciudades se convirtieron en el principio organizativo alrededor del que los humanos organizan sus vidas y dominan (parcialmente) el resto de la biósfera. Regiones agrícolas crearon el excedente necesario para alimentar a las poblaciones urbanas, de modo que ciudad y campo siempre han estado interrelacionados. Y luego, más allá de estas áreas organizadas por la actividad humana, yacían regiones salvajes donde ciertos grupos humanos vivían antes del surgimiento de las ciudades. Si quieren llamar a este proceso “urbanización”, puedo entenderlo, aunque también podría dar vuelta el esquema y decir que se trata sobre todo de la agricultura y sus excedentes resultantes distribuyendose en distintos espacios y regiones. En cualquier caso, reconozco a la urbanización como un aspecto que refleja ese proceso histórico a un nivel conceptual e infraestructural.
Pienso que es posible que mis novelas describan este proceso de algún modo, pero no lo podría aseverar con certeza pues mi cercanía con mi trabajo me impide verlo desde una perspectiva tan amplia y teórica. Sin embargo, creo que tiene sentido suponer que cuando uno escribe ciencia ficción–que usualmente es sobre gente en un planeta haciendo historia juntos–estos aspectos convergen y entran en juego. La ciencia ficción permite e incluso insiste en abordar más que las relaciones entre humanos. Lo que crucialmente añade este género es al planeta como tal, de modo que se obtiene una literatura que no es sólo acerca de gente o sujetos humanos, sino de sujetos humanos y el planeta. Ésta es una de las cosas que le otorga a la ciencia ficción su poder.
En este contexto, la “terraformación” es lo que la gente hace continuamente en la Tierra, pero aplicada a través de ficciones a otros planetas. La manera en la que esto es metafórico respecto de lo que hacemos en la Tierra es obvio. , nuevamente, los términos pueden ser invertidos, como en cualquier buena metáfora, vehículo y contenido se iluminan mutuamente.
DD, MGL: Como intelectual público, has descrito una visión donde las ciudades juegan un papel fundamental en la preservación de la biósfera. De manera similar a la propuesta de la “media Tierra” del biólogo E. O. Wilson, has sugerido que los humanos deberían vivir en centros urbanos “neo-tradicionales”, densos y sustentables. Pero a diferencia de Wilson, tu no caracterizas la periferia inhabitada como “naturaleza salvaje” sino como “paisajes administrados”. Esta visión depende de una distribución espacial despareja entre aglomeraciones densas y zonas o campos remotos. Por otro lado, como escritor de ciencia ficción, tus variadas descripciones sobre procesos de terraformación desdibujan los límites entre las categorías putativas de lo construido y lo no construido, las ciudades y sus “paisajes operativos extendidos”. Esta visión pareciera más cercana a la noción de “urbanización planetaria”, que implica lo que el teórico urbano Neil Brenner describe como la “desaparición del exterior constitutivo”. Es decir, lo que está en juego aquí es un entendimiento de lo urbano no como una interioridad limitada (representada tradicionalmente por las ciudades), sino como un proceso dinámico que atraviesa todas las escalas y múltiples territorios. Las geografías resultantes se caracterizan por la naturaleza sintética de sus paisajes y la disolución de los límites entre las zonas de extracción, producción, consumo y habitación. ¿Cómo explicas la tensión entre tu posición como intelectual público, que sugiere una visión ambientalista centrada en la ciudad, y la visión más radical de tus novelas, donde los paisajes y las ciudades están complejamente entrelazados y los límites entre las aglomeraciones y sus paisajes operativos extendidos tienden a desaparecer?
KSR: Diría que mis novelas constituyen mi mejor esfuerzo para articular mis ideas. Mis posiciones como intelectual público, en su mayoría artículos de revistas y pláticas, son muy simplificadas y no es raro que consistan en improvisaciones hechas en el momento, en ensayos escritos sobre pedido, demasiado breves para hacerle justicia al tema. Intento tratarlos como historias cortas, pero su formato es un obstáculo, ya que me cuesta trabajo encontrar la manera de ser provocativo, de capturar una situación importante y compleja en un hilo veloz de palabras. Así que para mí no hay contradicción alguna aquí, sólo formas diferentes en las que abordo compromisos diferentes con diferentes grados de competencia.
Creo que Wilson es un gran intelectual público, un científico, filósofo y divulgador que me recuerda a gente como Benjamin Franklin o William James. Su idea de la “media Tierra” es muy importante y debería ser discutida más a menudo; posiblemente es demasiado radical para ser enfrentada en sus términos originales.. En cualquier caso, su idea es muy buena para forzar una evaluación respecto de cómo organizamos nuestras actividades y cómo tratamos a nuestros compañeros no humanos y a la superficie del planeta en general. Es una mega-idea carismática: utilitaria, en tanto que es de nuestro propio interés como especie mantener otras especies sanas y felices, y moral en tanto que enfatiza el valor intrínseco de otras formas de vida que merecen tanto respeto como nosotros.
Escribí al respecto en un ensayo reciente, pero siempre me da gusto decir más. En nuestra conversación aquí me gustaría decir que “lo salvaje” (wilderness) es un concepto extraño con una historia que no encaja con la idea de la “media Tierra”. Lo salvaje, como concepto, proviene de un momento histórico específico, en el que se imaginaban partes de la Tierra que estaban y debían de permanecer libres de humanos— “donde el hombre es sólo un visitante”, parafraseando a la ley de zonas naturales de 1964 en los EE.UU.. Dado lo que sabemos hoy, creo que esto es demasiado purista, además de incorrecto históricamente y poco productivo para pensar el paisaje. Los humanos han ocupado todas las partes de la superficie terrestre desde hace 20,000 años, con la excepción de la Antártica, y durante todo ese tiempo hemos estado transformando el paisaje. Primero de maneras tal vez menores, aunque el fuego nunca ha sido una fuerza pequeña. Así que en lugar de referirnos a ello como “lo salvaje”, concepto que tiene una valor particular, creo que deberíamos imaginarnos las partes vacías de la “media Tierra” de Wilson tal como eso: como vacíos carentes de humanos, pero no del todo. Esto es en parte porque creo que los humanos deberían poder visitar brevemente cualquier zona o área de la Tierra, por el gusto y el amor a la Tierra misma, y en parte porque cualquier noción de pureza me pone triste y nervioso. Prefiero el mestizaje, el compromiso, los deslizamientos, el bricolage, o el “casi”, etc.
Con esto atiendo parte de su pregunta. “Lo salvaje” designa un tipo de espacio donde he pasado algunas de las horas más felices de mi vida, así que por razones personales desearía que espacios así sobrevivieran. ¿Podemos repensar lo salvaje como una posición ética hacia ciertos biomas, como un tipo de espacio humano que hemos decidido ceder a otras formas de vida animales y vegetales, en parte para mejorar nuestra propia salud? Aquí estoy intentando pensar en la “media Tierra” imaginando qué tanto paisaje podría quedar “medio vacío”.
¿Podemos también repensar la agricultura como algo más afín a lo que sugiere la permacultura? Éste es un grupo de problemas en el campo de la tecnología ecológica que necesitan ser resueltos. La perspectiva de la permacultura es similar al concepto de la urbanización en la medida en que las ciudades son parte de un tejido más grande, pero no son la parte más importante porque no podemos vivir sin comida. Así que no se trata de que el planeta haya sido o deba ser urbanizado, sino de que las ciudades han sido o deben ser incorporadas a un estilo de vida total más biocéntrico. No aglomeraciones por doquier; sino algo más diferenciado; aunque con todos los usos integrados como partes cruciales de un todo.
DD, MGL: Dices que la idea de Wilson de concentrar a toda la población humana en la mitad de la tierra es “radical” y sugieres “centralizar” a los humanos en las ciudades para salvar al entorno natural. Pero, ¿qué pasaría si fuéramos radicales en el sentido opuesto? Si el capitalismo produce y es sostenido por un desarrollo desigual (tanto social como espacial), ¿podemos imaginar lo opuesto a la idea de Wilson, es decir, una civilización radicalmente descentralizada donde la población está distribuida de una forma nueva o alternativa, ni suburbana ni metropolitana, que de alguna manera pudiera producir paisajes menos desiguales tanto social como ambientalmente?
KSR: Mi impresión es que el capitalismo genera un desarrollo desigual al perseguir la tasa más alta de retorno a donde quiera que esto conduzca,abandonando regiones una vez que no rinden a ese nivel. Ésta es la percepción de(l historiador económico Giovanni) Arrighi, y me parece correcta. Así que cuando sugieren una civilización radicalmente descentralizada, que no produzca ni ciudades ni hinterlands, tengo dos reacciones negativas: una, suena como un suburbio, y no creo que ése sea un buen uso del espacio, y, otra, ¿qué hay de los animales? Si los humanos están homogéneamente distribuidos por doquier, no creo que le vaya bien a los animales y para mí ellos son una prioridad. En ese sentido, aún creo en los espacios vacíos que solíamos llamar “lo salvaje” y tal vez aquí podríamos llamarlos “espacios animales” sin ser demasiado puros al respecto. Pero deberíamos dejarlos vivir sus vidas autónomamente y evitar que siempre tengan que estar escondiéndose de nosotros.
Es necesario distinguir entre lo social y lo ambiental, al menos para el propósito de buscar ciudades más igualitarias, ciudades llenas de espacios públicos y comunes, de cooperativas, de espacio para la agricultura urbana. Creo que debería ser posible imaginar ciudades donde todos comparten el poder económico y político más o menos igualmente a la vez que concentramos a los humanos en el paisaje para dejar una buena porción de la tierra a nuestros compañeros no humanos.
Post-capitalismo
DD, MGL: Como los geógrafos David Harvey y Neil Smith han sugerido, las geografías heterogéneas del desarrollo desigual no son sólo un efecto secundario de las contradicciones internas del capitalismo, sino la mismísima configuración material que permite sostener la lógica de extracción del excedente característica del capitalismo. Esto sugiere que cualquier intento de superar esta lógica debe considerar la posibilidad de una espacialidad diferente. En otras palabras, la pregunta sobre el post-capitalismo implica también un proyecto urbano. Esta dimensión espacial está por lo general ausente en las discusiones recientes respecto a la ambición de articular economías políticas y ecológicas post-capitalistas, . Sin embargo, como dijera Lefebvre, “una revolución que no produce nuevos espacios no ha sido consumada”. Como tú mismo lo has reconocido, tus escritos han sido, desde el comienzo, intentos por “imaginar varios post-capitalismos”. Nosotros entendemos tus libros como “novelas espaciales” donde las interacciones entre humanos y sus entornos son retratadas con un gran nivel de resolución. ¿Hasta qué punto puede tu trabajo ser leído como un intento explícito de revelar la dimensión espacial del post-capitalismo? ¿Qué tan instrumental es el papel de la novela de ciencia ficción en crear conciencia sobre la importancia de la pregunta espacial en la formulación de alternativas al capitalismo?
KSR: Su idea de una espacialidad post-capitalista realmente me interesa. Tiene sentido y debería ser el resultado de un diseño urbano que busque ser explícita y conscientemente post-capitalista.
Supongo que he explorado elementos de esta idea en mis novelas, pero rara vez de manera consciente. Algunos de mis personajes como Arkady Bogdanov en Red Mars (1992), estaban más explícitamente interesados en este aspecto de las cosas que yo mismo. Pero ahora que lo mencionan, se me ocurren otras manifestaciones de este problema en mi trabajo. Están los interiores de asteroides en 2312 (2012), y la antigua torre de Met Life en New York 2140 (2017) y el pueblo de Modena en Pacific Edge (1990). Sin duda existen otros ejemplos; recuerdo en particular la oportunidad que tuve de diseñar ciudad tras ciudad en mi trilogía marciana y lo mucho que disfruté ese proceso. A menudo me encontraba pensando en los antiguos griegos que posicionaban sus ciudades en lugares altos u otras locaciones con buenas vistas. Visitando las ruinas de estos lugares a mediados de los ochenta, muchas veces pensé que las ubicaciones elegidas por los griegos eran tanto estratégicamente defensivas como estéticas. Tenían perspectivas hermosas. Al estudiar los mapas de la topografía de Marte generados por la sonda Viking, encontré muchas oportunidades para construir ciudades con vistas dramáticas similares a las griegas, por el puro placer de estar ahí y disfrutar el paisaje.
Así que como ven, eso se trataba más sobre el placer que sobre el lucro o la ganancia. Pero mis asentamientos en Marte también ilustraban ideas sobre un entorno construído más igualitario. Sin duda el concepto de commons debe jugar un papel al tratar de imaginar cualquier post-capitalismo–el commons u otras formas de espacio público, es decir, espacios propiedad de todos o de nadie. Me llama la atención que la privatización de todo (excepto el riesgo) ha reducido la cantidad de espacio público al mínimo, especialmente en las ciudades. Y los commons fueron una dispensa pre-capitalista, con lecciones que nos pueden ser útiles de cara al futuro. Los commons nunca fueron espacio libre o desregulado, sino que más bien estaban normados y es incluso posible que hubiera un elemento de gangsterismo en la práctica de su regulación, pero también, en la vida de aldea, fueron probablemente una cuestión de propiedad y de llevarse bien como un aspecto cotidiano de la sociabilidad. Hoy en día, en nuestro mundo, la pesca de langosta en Maine puede entenderse como un tipo de bien común que ofrece un usufructo, y la regulación que define su distribución es legal y estricta, tratándose de administrar un recurso finito sin caer en temas de propiedad entendida convencionalmente. Uno puede ejercer derechos de tenencia en tal sistema y puede tomar del bien común lo suficiente para ganarse la vida sin llegar a explotarlo más allá de lo sensible. Esto sugiere una visión más sensata del mundo.
También pienso sobre algunos de los enclaves no-capitalistas dentro del sistema capitalista global que he experimentado en persona. Uno es la estación científica que he visto en Antártica. Las estaciones de McMurdo y el Polo Sur son administradas por la Fundación Nacional para la Ciencia con un fin científico y mientras uno vive ahí se encuentra inmerso en una situación colectiva no-monetaria donde la vivienda, la comida e incluso la ropa son provistos y los científicos realizan el trabajo que construirá sus carreras académicas mientras que el personal de apoyo ahorra un salario para emplearlo de vuelta en el mundo exterior. Así que mientras uno vive ahí–aunque no existen las utopías de bolsillo–las cosas se sienten diferente. Y descubrí que a la gente le gustaba de maneras que a menudo no eran capaces de explicar, atribuyendo su felicidad al paisaje (que también es inexplicable desde el punto de vista de lo placentero que resulta) o al sentimiento de camaradería derivado de compartir una causa común creada por las reglas del lugar. La infraestructura es sólo incidental a la experiencia, es más un tema de las reglas de conducta; el diseño no es más que una “adhoc-tectura”, un conjunto accidental de edificios destartalados sin un diseño urbano. Las aldeas del ártico se ven mucho más lindas e intencionales que McMurdo y me pregunto qué se siente vivir en ellas.
También he vivido por más de treinta años en Village Homes, un barrio en Davis, California, diseñado y construido en los setenta a semejanza del estilo de vida de una aldea Europea. Uno es dueño de una casa y la propiedad debajo de ella, pero el resto de la tierra en la aldea es propiedad común de todos los residentes y parte de ella es administrada en colectivo, con un énfasis en la producción de alimentos, espacios compartidos y edificios para actividades comunitarias. Se trata en realidad de sólo un pequeño ajuste a la suburbia común corriente, pero estos pequeños ajustes han creado grandes diferencias. Habiendo crecido en un suburbio convencional, siento agudamente las diferencias con Village Homes y es un placer vivir en este lugar diseñado como algo nuevo basado en algo viejo.
Me pregunto, pensando en todo esto, si no debería existir un “Instituto de Estudios Post-capitalistas”, tal vez uno en cada universidad–un instituto multidisciplinario como muchos que emergen en torno a temas específicos–en este caso combinando conocimientos de la economía, la ecología, ingeniería, filosofía, arquitectura, sociología, historia, literatura, ciencia material, diseño, planeación urbana, antropología y demás, todos reunidos para teorizar este urgente problema en la historia de la humanidad. Ya que necesitamos del post-capitalismo para sobrevivir, resulta obvio que debería ser estudiado y diseñado.
En tales institutos, tendría sentido visitar la comunidad de Mondragón en España y estudiar el lugar, especialmente preguntándole a los residentes qué se siente vivir o crecer ahí. Lo mismo con Kerala en la India y cualquier otro lugar en el mundo donde aparezca alguna forma emergente de post-capitalismo o estados precursores, ya vivos en el mundo y disponibles como modelos para ser estudiados.
Para mí, Mondragón siempre se ha destacado como un ejemplo de una alternativa ya existente. Nunca he ido, pero he tenido encuentros extraordinarios con ella dada la frecuencia con la que la menciono en mis libros. En su entrada de Wikipedia, hay una sección llamada “Mondragón en la ficción” que me dio emoción encontrar, hasta que me di cuenta de que sólo mencionaba mis libros; esperaba encontrar más. Una vez recibí una llamada de una estación de radio de Mondragón preguntándome qué opinaba de una crisis financiera por la que estaban pasando y preguntándome si podía darles algún consejo (algo para lo que no estaba calificado). Pero eso me hizo pensar que al menos hay gente viviendo ahí que sabe que escribo sobre ellos. Por último, un profesor de una universidad cercana me envió su libro describiendo cómo surgió Mondragón, así que ahora conozco su historia mejor. Es interesante porque surge de algo así como la teología de liberación Católica que apareció primero en España antes que en América Latina. Durante el régimen de Franco, un solo cura fue enviado a la región como parte de los esfuerzos de pacificación de los Vascos, y habló con la gente durante 15 años antes de ayudarles a diseñar un sistema alterno al que veían como una forma de “capitalismo moral” – lo que es otra manera de decir post-capitalismo. Así que, ¿cómo ha funcionado eso? ¿Cómo se siente? Ésta sería una gran área de estudio, de muchas otras posibles.
DD, MGL: La idea de una ‘utopía de bolsillo’ es muy interesante para nosotros porque alude al problema de la escala. Mencionas el caso de la comunidad de Mondragón. ¿Crees que ese tipo de modelos pueden ser escalados? En tus novelas, navegas múltiples escalas: una ciudad, una nave espacial, un planeta, el sistema solar. ¿Pero qué tan válido es extrapolar entre escalas para pensar un cambio sistémico global? Por ejemplo, una crítica importante a la noción de “capacidad de carga” es que es un concepto que se originó para hablar de barcos y luego fue extrapolado para referirse, como metáfora, a la Tierra entera. ¿Es este proceso trans-escalar posible o, por el contrario, hay umbrales donde diferencias de grado se convierten en diferencias de tipo, complicando o haciendo imposibles la extrapolación?
KSR: Existen múltiples escalas pero no son iguales en términos de los problemas de extrapolación que involucran. Por ejemplo, un viaje a Tau Ceti es diez mil millones de veces más largo que un viaje a la Luna. Hay muy pocas cosas que se pueden extrapolar considerando las diferencias; no podemos llegar a Tau Ceti sólo porque podemos llegar a la Luna.
Por otro lado, comparando gobiernos regionales a un gobierno mundial, ése no es un cambio tan drástico. ¿Podría ser todo el mundo administrado como Mondragón? ¿Podría ser gobernado como Finlandia? ¿Es el sistema internacional de tratados, esa vaga aglomeración legal que regula al mundo hoy día, drásticamente diferente a cualquier sistema de gobierno de un estado-nación? No lo creo. En estas escalas, los problemas de extrapolación no son tan evidentes para mí.
Escalar es a menudo el capitalismo tratando de maximizar ganancias; mientras más puedes explotar con una ley o sistema, mientras más eficiente sea, más fácilmente se puede escalar. Pero las palabras, hasta donde puedo entender, no se están refiriendo aquí a las mismas cosas. No confío en la teoría de redes o en la teoría de la complejidad o cualquier otro constructo teórico donde el lenguaje sea mezclado con las matemáticas para llegar a algo que asemeje una conclusión científica. En la mayoría de los casos se trata de constructos ideológicos pretendiendo ser una ciencia como la física. Y también creo que la física es un constructo ideológico, pero posee ciertos aspectos reiterativos y reductivos que hacen más fácil el estar de acuerdo con que sus definiciones tienen una ‘realidad real.’ Para palabras como “escala” podríamos usar también metáforas; de hecho, es un tipo de metáfora, ¿cierto? Un concepto de la cartografía aplicado a la economía, por ejemplo.
Creo que la capacidad de carga no viene de la industria naval (cuánta carga puede transportar un barco), sino de la biología poblacional de las islas (cuántos animales pueden vivir en una isla sin erradicar el sustento vegetal). Así que la capacidad de carga es una función de la fórmula IPAT de Ehrlich (sic), y, sí, eso la hace terriblemente problemática, ya que todo tipo de valores tienen que ser tomados en cuenta. He leído capacidades de carga para los humanos en la Tierra que varían de 100 millones a 12 mil billones y aún descartando estos extremos bizarros, las estimaciones serias varían entre dos y treinta mil millones. Sin importar este amplio rango–o tal vez debido a él–, es una manera productiva de discutir valores ya que nos obliga a prestar atención a qué factores tomamos en consideración a la hora de formar un juicio.
Así que para responder a su pregunta: no veo por qué no podríamos gobernar al mundo como se gobierna Mondragón. Pero esto no quiere decir que no existan sistemas incluso aún mejores.
DD, MGL: Hay muchas instancias de invención espacial en tu trabajo. Esta inventiva recuerda algunas de las visiones radicales de diseño del siglo veinte como la “cittá nuova” de los futuristas italianos, la “no-stop city” de Archizoom, o las llamadas ‘arcologías’ de los setentas. ¿Hasta qué punto han sido este tipo de proyectos radicales una influencia en tu trabajo?
KSR: He revisado la literatura en busca de modelos alternativos existentes que puedan ayudarme a imaginar mis futuros. No he encontrado muchos, pero eso podría ser resultado de mis deficiencias como investigador. No obstante, me gustaría que existieran más modelos a imitar. Si sólo son constructos teóricos en lugar de entornos construidos existentes, me son de menos ayuda porque en esencia también son historias de ciencia ficción escritas en una forma no-ficticia. Es decir, es sólo una diferencia de género y puedo ver los elementos utópicos en ellos con claridad, pero me gustaría ver instancias más tangibles.
En general, me resulta sencillo reconocer a la ciencia ficción cuando me la topo en sus variadas manifestaciones, tales como declaraciones de derechos humanos, predicciones financieras, pronósticos demográficos y cualquier forma de lo que llamamos “futurismos” –todas estas cosas para mí son historias de ciencia ficción pretendiendo ser algo más para incrementar su autoridad. Frecuentemente, parecieran evocar el estatus de la ciencia en sí misma, otras veces el de la profecía, y otras el de antiguos poderes místicos. Prefiero considerarlos todas como ficciones–ficciones a menudo utópicas.
Extraterrestre
DD, MGL: En alguna ocasión resumiste la lógica del capitalismo como un algoritmo, “más es mejor”. Hoy, una nueva especie de mega-empresarios busca extender esta lógica hacia nuevas fronteras extraterrestres de extracción de recursos. La reciente actualización de Jeff Bezos de los icónicos asentamientos espaciales de Gerard O’Neil en los setenta es problemática porque reproduce dos de los lugares comunes más distintivos de la urbanización capitalista: la megalópolis y el suburbio. De manera similar, la propuesta para una ciudad en Marte instigada por Elon Musk es muy similar a un campo de extracción. Estos son muy buenos ejemplos de cómo una aparentemente ingenua estética popular extraterrestre es informada tácitamente por la lógica capitalista. En contraste, tu trabajo ofrece un retrato mucho más complejo de lo que la vida en ambientes extraterrestres podría ser.. A pesar de su poder evocativo, el lenguaje de la novela de ciencia ficción resiste una representación visual simplificada. Dada la problemática naturaleza de la “estética extraterrestre” articulada por empresarios como Bezos y Musk, ¿cómo podría establecerse una relación más fructífera entre el lenguaje utópico de la ciencia ficción y el aparato representacional crítico de las disciplinas de diseño, de tal suerte que se pudiera recuperar el horizonte extraterrestre como un espacio alternativo para la utopía?
KSR: Las ruedas de prensa altamente publicitadas de los nuevos billonarios de la naciente industria espacial son básicamente hobbies de celebridades. Musk ha hecho un buen trabajo en lo que a coches, baterías, energía solar y cohetes se refiere. Así que sin importar cuáles pudieran ser sus idiosincrasias personales, su trabajo ha sido innovador y generalmente positivo. Su proyecto marciano me parece más un hobby–su propia versión de la ciencia ficción–que una propuesta práctica.
El interés de Bezos por el espacio también es utilitario y sus historias de las colonias espaciales basadas en las ilustraciones de O’Neill y otros deben ser consideradas de ese modo y separadas del verdadero trabajo realizado por su compañía Blue Origin, que está haciendo gran progreso en el diseño de cohetes de próxima generación.
Siempre, en el caso de estos dos y cualquier otro ‘cadete espacial’, billonario o no, debemos recordar que sus historias de ciencia ficción pueden estar muy alejadas de lo que la ciencia actual estudia hoy y del lugar donde nos encontramos en la historia de la humanidad y del planeta. Sus historias, expresadas a manera de planes o pronunciamientos, pueden reflejar la ciencia ficción que ellos leyeron cuando eran jóvenes. Conozco ese sentimiento muy bien pues yo mismo creo que la “nueva ola” de ciencia ficción de 1965-75 fue tal vez lo mejor que el género llegó a producir como literatura. Pero esto tal vez tenga más que ver con mi juventud y la capacidad del género en aquel entonces para sorprenderme con cosas nuevas.
Ahora hay continuos desarrollos en todas las ciencias y esto significa que las historias de ciencia ficción deben de mantenerse al día. Esto incluye el surgimiento del subgénero de “ficción climática” (‘cli-fi’) que no es más que el nombre de la ciencia ficción concernida con el futuro cercano que sabemos será masivamente impactado por el cambio climático, del que ya experimentamos efectos. A su vez, avances en campos como la ciencia de los materiales y la economía ecológica han tenido un impacto en la manera en la que debe leerse la ficción utópica. El peligro es quedarse atascado en los sueños de nuestra juventud, cuando la situación actual cambia tan vertiginosamente que vuelve nuestros sueños anticuados antes de poder realizarlos.
Esto le pasa a la ciencia ficción todo el tiempo. Las imágenes del futuro reflejan energías psíquicas tan poderosas que actúan como una manguera en el piso, dando latigazos de lado a lado, disparando agua en una dirección tangencial al eventual curso real de la historia. Siempre es necesario ajustar el imaginario de la ciencia ficción al momento actual y a la realidad que estamos inventando juntos. Incluso ese imaginario será tangencial y, más tarde, obviamente incorrecto, pero por lo menos es nuestro ahora.
Así que dado nuestro actual dilema, la noción de “utopía extraterrestre” se ha convertido en un tipo de espacio fantástico. Las colonias espaciales, si han de realizarse, no serán más que estaciones científicas durante muchas décadas; la historia crucial de los próximos cien años es completamente terrestre. Esto no es algo malo. La gente que aún conceptualiza el espacio sideral como un dominio para la utopía no ha entendido el punto del Antropoceno y no hacen más que entregarse a fantasías escapistas. Se están marginalizando a sí mismos de los problemas reales de nuestro tiempo.
DD, MGL: Hace no mucho, hiciste referencia a un debate en la revista New Left Review en torno al tema del crecimiento económico. Es claro que hay una fractura entre la economía y la ecología planetaria, pero la ubicación precisa de esa fractura no es tan clara. Algunxs argumentan que el problema no es el capitalismo en sí mismo sino la idea de crecimiento constante, sugiriendo que podría haber un capitalismo de “estado estacionario,” o implicando que el crecimiento sería un problema incluso bajo un régimen socialista. Otros sugieren que el crecimiento puede ser desacoplado del entorno biofísico. El crecimiento económico material parece estar inexorablemente ligado al capitalismo y fundamentalmente en contra del bienestar biofísico del planeta. La mayoría de los ambientalistas concuerdan que, en un planeta con recursos finitos, el crecimiento sólo puede ser finito. Tus novelas nos muestran un futuro donde la humanidad ha logrado crecer y expandirse para ocupar otros planetas o el sistema solar entero. Desde tu perspectiva, ¿cuál es la lógica que nos llevaría a alcanzar tal estado histórico? ¿Es tu posición diferente a la de los ambientalistas “terrestres”? Digamos que la expansión infinita no fuera a contrapelo de la viabilidad ecológica y fuera tecnológicamente posible, ¿sería deseable?
KSR: Me considero un ambientalista “terrestre”. Es sólo que si consideras la visión a largo plazo, si logramos como civilización ser sustentable aquí y vivir en equilibrio con la biósfera de la Tierra,, entonces podríamos explorar el sistema solar como un adición interesante a lo que hacemos; pero esto no puede ocurrir si primero no nos convertimos en una civilización terrestre exitosa. Y unas pocas colonias espaciales no nos ayudarán a crear una civilización sustentable en la Tierra tampoco. Así que se trata de tomar una visión a muy largo plazo y además utópica: si tenemos éxito en la Tierra, entonces podremos pensar en el sistema solar. Pero sólo en el sistema solar, porque otras estrellas están demasiado lejos. Así que he llegado a una visión muy particular y circunscrita sobre el futuro de la humanidad, o al menos eso me parece cuando contesto este tipo de preguntas.
El crecimiento, en este contexto, es un término capitalista que tiene que ver con cosas como la ganancia o el producto interno bruto. Estas cosas deben crecer, de lo contrario el sistema colapsa como resultado de contradecir las reglas de su lógica interna. Estas reglas no tienen nada que ver con la salud de la biósfera o el bienestar humano. Son como un juego que jugamos, donde las apuestas son altas dados los retornos desiguales y simplemente por el poder que unos pocos tienen sobre muchos, sea sostenible o no. Pero es un juego muy destructivo si la sustentabilidad y la justicia son las metas. Es feudalismo líquido.
Hay una confusión al nivel del lenguaje, entre ‘capital’ y ‘capitalismo’. Si uno define el capital como el sedimento útil del trabajo humano, como sugieren algunos, entonces el capital es algo bueno. El capitalismo, en contraste con este modo de entender el capital, es una relación de poder, una jerarquía de pocos sobre muchos, como en el feudalismo; el capitalismo es claramente nocivo para la gente y la biósfera, aunque al uno por ciento le vaya bien (y de hecho hasta al veinte por ciento más afluente). Pero el resto de la humanidad sufre y la totalidad de la biósfera es salvajemente explotada, así que es un mal sistema que debemos cambiar para que sobreviva nuestra civilización.
Pero retomando la idea del capital y su crecimiento: un refrigerador es una necesidad sanitaria. Los excusados son una necesidad sanitaria. La medicina y la educación son bienes humanos. Si los definimos como capital, entonces el capital tiene formas benignas. Si, por otro lado, el capital es definido como la M’ en la fórmula M-C-M’, entonces el capital es simplemente la ganancia y no es más que un índice, como cualquier otro índice financiero, del éxito de las relaciones de poder e indirectamente un indicador de la destrucción de la biósfera. Así que es crucial que definamos bien los términos aquí o podemos confundirnos discutiendo estos temas. Pasa todo el tiempo.
En relación al crecimiento, existen índices como el Índice de Desarrollo Humano, que reemplaza al PBI, para medir otro tipo de crecimiento; un crecimiento en el bienestar humano que a su vez implica el bienestar de la biósfera también. Ese tipo de crecimiento es bueno y es más probable que tenga lugar en el socialismo que en el capitalismo. El crecimiento del PBI es, por otro lado, terrible para todos los involucrados. Así que todo esto debe ser desenmarañado y discutido concepto por concepto en detalle–en más detalle que para el que tenemos espacio aquí.
Pero debe decirse que hay un tipo de trabajo continuo e infinito que tiene que ver con la mejora de nuestros sistemas y nuestros esfuerzos, social y tecnológicamente, que podría llamarse crecimiento y al mismo tiempo ser compatible con la salud biosférica. En esencia, el trabajo de integrar una población humana de ocho mil millones exitosamente con la biósfera de la Tierra. Así es como debería ser definido el proyecto de la civilización, y el aumento en el éxito de alcanzar esa meta podría ser definido como crecimiento si así lo queremos (aunque el uso de esa palabra podría ser confundida con el uso que se le da bajo el capitalismo para denotar el crecimiento de las ganancias o el PBI o algún otro indicador del mal crecimiento). Es mejor decir que el buen trabajo necesario nunca terminará. Es un proyecto de integrar dos mundos diferentes (la biósfera y la cultura humana) tan inteligente y exitosamente como sea posible. Esto es tan difícil que nunca será resuelto del todo, de modo que se trata de un proyecto continuo, lo cual a su vez significa que el debate en torno al crecimiento o el decrecimiento es erróneo y sólo confunde más la situación.
Futuro
DD, MGL: A menudo mencionas la utilidad de los conceptos de Raymond Williams sobre elementos culturales “emergentes” y “residuales,” entendidos como una manera de conectar el presente con futuros (aún) ficticios. En este sentido, el horizonte temporal de tus novelas permanece relativamente cercano en el tiempo. En contraste con la idea de Williams del residuo cultural, hoy nos enfrentamos con un nuevo residuo ecológico (el CO2 antropogénico, los desechos nucleares, la contaminación plástica) cuyos efectos se extenderán decenas de miles de años en el futuro. El Antropoceno, entendido como la inscripción de la acción humana en el tiempo geológico, ha significado que el discurso científico ha empezado a invadir horizontes temporales generalmente, o hasta ahora tradicionalmente, asociados con la ciencia ficción. En efecto, es la novela fundacional de H. G. Wells La Máquina del Tiempo (1895) la que nos viene a la mente aquí como un caso prototípico en el cual el horizonte futuro alcanza los límites mismos de lo que puede ser pensado. ¿Alguna vez has considerado escribir una novela que se extienda tanto en el futuro, una especie de “Máquina del Tiempo” para el Antropoceno? O, para describirlo en términos de tu propio trabajo, una especie de Shaman (2013) “invertido”? ¿Cómo calibras la distancia histórica entre los horizontes temporales de tus novelas y nuestro propio presente?
KSR: Aquí me toman por sorpresa, porque de hecho he considerado la figura que mencionan, preguntándome si sería capaz de ir hacia el futuro la cantidad de tiempo que me remonté hacia el pasado en Shaman. Eso significaría 32,000 años hacia adelante, así que mi respuesta es no, no lo podría hacer. De hecho, la idea me aturdió tanto que una especie de fusible en mi cabeza se fundió para evitar un cortocircuito conceptual.
Para mí, incluso pensar en el año 2312 se sintió como imaginar un futuro extremadamente distante. Y el año de la acción futura en Galileo’s Dream, algo así como 3100 DC, es principalmente una manera de señalar que la historia de la novela es una especie de fantasía renacentista del tipo que se encuentra en el trabajo de ficción de Kepler o Bruno, o la Hypnerotomachia Poliphili (1499) de Francesco Colonna. Poner esa parte de la historia en un futuro tan remoto me permitió justificar el uso que hice de la tecnología para viajar en el tiempo, que es tan fantasiosa, que requiere de algo de prestidigitación para ser explicada.
En mi opinión, el futuro rápidamente excede nuestra capacidad para imaginarlo. Algunos de mis colegas escritores de ciencia ficción son temerarios en este sentido, pero lo que hacen en sus futuros distantes es un tipo de fantasía diseñada para enfatizar ciertos aspectos de la existencia humana. Escriben ‘romances filosóficos’ o ‘ciencia fantástica’, como algunos críticos se refieren al trabajo de Jack Vance o Gene Wolfe. Las novelas de la serie Culture de Iain Banks también me vienen a la mente. Yo mismo escribí una historia de ciencia fantástica, A Short, Sharp Shock (1990), y lo disfruté mucho. El futuro distante es un gran espacio para contar historias, pero mi imaginación no suele fluir en esa dirección. Si tuviera una idea que me pareciera interesante, lo intentaría porque en última instancia me parece una buena simetría escribir una novela que se extienda tanto en el futuro como Shaman se extiende en el pasado. Sería un buen reto.
DD, MGL: Nos gustaría terminar con una última pregunta que alude al emblemático cuento de Isaac Asimov “La Última Pregunta” (1956), el cual habilidosamente confronta los retos que representa el imaginar un futuro absolutamente inimaginable. Su historia aborda el problema de la escatología natural predominante en el fatalismo termodinámico propio del pensamiento ambiental actual. La “última pregunta” es, de hecho, si la entropía puede ser revertida. Aún tratándose de esta pregunta aparentemente insuperable, Asimov pareciera estar moviéndose aquí en la dirección de lo que Jameson define como la función de la utopía: pensar precisamente aquello que aparece como impensable desde nuestra perspectiva histórica. Dada tu defensa del pensamiento utópico en la ciencia ficción en momentos en que la mayoría del género tiende hacia el polo contrario, ¿cuál crees que es el reto más insoluble para la imaginación utópica contemporánea? En otras palabras, ¿cuál es tu ‘última pregunta’?
KSR: Para mí “el reto más insoluble para la imaginación utópica contemporánea” es tomar el primer paso para llegar de aquí a allí. ¿Qué políticas y acciones podemos adoptar para iniciar un cambio rápido para bien? Hay muchas buenas ideas, incluso sistemas enteros que si fueran instituidos globalmente serían, con certeza, infinitamente mejores para todos los involucrados que la manera en la que vivimos hoy. Imagínense que todo el mundo funcionara como Mondragón o Finlandia; las cosas estarían mejor y, por supuesto, existen propuestas aún más radicales en teoría. ¿Pero cómo comenzamos ese proceso y lo aceleramos lo suficiente para igualar la velocidad de la crisis?
En otras palabras, ¿cómo capturamos el capital? ¿Cómo tomamos el control de la industria financiera?¿Cómo hacemos para pagar por el trabajo que la biósfera urgentemente necesita? ¿Cómo hacemos que ese buen y necesario trabajo gane ‘la tasa de retorno más alta’?
Ésta es tal vez una respuesta asombrosamente literal a algo tan filosófico como “la última pregunta”. Tal vez de alguna manera invertí el fondo y la figura – suelo hacerlo. O tal vez estoy diciendo que “la última pregunta” es la primera que no puedes responder, aquella en la que te trabas o quedas atascado. Si no la puedes responder, se convierte en la última pregunta para ti, de la misma manera en la que siempre encuentras lo que buscas, por definición, en el último lugar.
O tal vez lo que estoy diciendo es que justo ahora, nada es más importante que evitar una extinción en masa. Ésta se ha vuelto mi definición base de la utopía, dada la situación en la que nos encontramos. Si podemos evitar una extinción en masa, se abrirían toda suerte de posibilidades y entonces nunca habría una ‘última pregunta’…
El filósofo Eugene Tacker hace una distinción útil entre el “mundo”, la “tierra” y el “planeta”. Para él, “el mundo [...]