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15 marzo, 2021
por Carlos Rascón
Cuando Jean Nicolas Louis Durand nació en la ciudad de París en 1760, otros arquitectos como Ledoux o Boullée en Francia, y Soane o Halfpenny en Inglaterra, comenzaban a poner en duda los postulados más sólidos del movimiento neoclásico. En su juventud, Durand trabajó en el estudio de Etienne Louis Boullée, el conocido arquitecto del Cenotafio a Newton. Seguramente la influencia directa de Boullée sobre el joven Durand fue capital en muchos sentidos.
En 1795, el ingeniero Jean-Rodolphe Perronet, quien fuera el primer director de la École des ponts et chaussées de París y que contribuyó con dos artículos a la Encyclopédie de Diderot, y Gaspard Monge, el inventor de la geometría descriptiva, ayudaron a Durand a convertirse en parte de la École Royale Polytechnique. Desde ese momento, Durand dedicaría el resto de su vida a la teoría y a la docencia, donde propondría cambios de gran alcance.
Desde finales del siglo XVIII, los ingenieros se encontraban en el centro de la actividad edificatoria. Ya eran los principales constructores de puentes, caminos, acueductos, hospitales, puertos, y faros; construcciones que al final estaban dirigidas a la sociedad y para su beneficio. El objetivo de la École Royale Polytechnique era que los ingenieros pudiesen construir no solo ésos, sino cualquier tipo de edificio. Para este fin, el curso de Durand para aprender arquitectura duraba solamente un año.
Durand quería que los alumnos concibieran edificios mesurados, que no los pensaran caprichosamente y sin una guía meditada. El ingeniero debía preocuparse de temas como la funcionalidad del edificio y la economía de las formas y los materiales. Alejándose del debate estilístico, Durand enseñaba a los ingenieros militares a no perder el control económico de las obras, tomando decisiones prácticas y sencillas.
Jean Nicolas Louis Durand fue uno de los primeros en introducir el concepto de economía en arquitectura. Lo económico era lo más simple de hacer —pensaba Durand—, así que enseñar a ser económicos y racionales en arquitectura, ayudaría a los jóvenes ingenieros militares a librarse de todo aquello que es inútil en los edificios. Casi un siglo después, el movimiento racional y personajes como Le Corbusier o Gropius convertirían esta reflexión en modus operandi. Aunque el crítico inglés Peter Collins pensaba que el racionalismo de principios del siglo XX nunca pudo justificar el problema de la economía de una mejor manera que Durand.
“Tanto Boullée como Durand —explica Collins en Los ideales de la arquitectura moderna—, preferían los planos circulares, pero mientras Boullée los elegía porque producían una forma externa perfecta, Durand los prefería porque eran más económicos, y contenían el mayor volumen con una superficie dada de cerramiento” (Collins 1998, 19).
Los alumnos que seguían el curso de Durand en la Ecole Polytechnique, recibían un conocimiento arquitectónico novedoso, que por primera vez carecía de conceptos como belleza, proporción o significado. Se les enseñaba una verdadera arquitectura sin atributos, y los alumnos se ahorraban horas de aburridos discursos estilísticos. Conveniencia y economía eran, para Durand, las bases de una arquitectura correcta y natural. Para dar más herramientas a los alumnos, Durand publicó , hacia 1802, el libro Recueil et parallèle des édifices de tout genre anciens et modernes, remarquables par leur beauté, par leur grandeur, ou par leur singularité, et dessinés sur une même échelle (Colección y paralelo de edificios de todo tipo, antiguos y modernos, remarcables por su belleza, por su grandiosidad o por su singularidad, y dibujados todos a una misma escala): un precioso catálogo de edificios de todas las épocas y culturas.
A final de cuentas, el Recueil et Parallèle es una crítica selección de lo mejor de la arquitectura universal hasta 1802. Para Durand, no se trataba sólo de estudiar algunos edificios importantes, pues de esta selección se obtendría un conocimiento parcial e incompleto. Había que estudiarlos todos. Así como en el teatro no se puede aprender todo de una sola tragedia, o en la música, no se puede aprender todo de una sola pieza, Durand pensaba que para aprender arquitectura, había que estudiar las partes de los edificios más significativos.
El libro contiene, por ejemplo, un apartado para templos, otro para templos romanos y otro para templos redondos. Hay uno más para mezquitas y pagodas, otro para iglesias góticas y uno para iglesias “modernas”. Estos entre muchos otros.
Perfectamente recogidos todos en plantas, secciones y fachadas según fuera el caso, el dibujo era para Durand el lenguaje para transmitir las ideas arquitectónicas. Otra idea que retomaría más tarde Le Corbusier. Para Durand, un edificio no era más que la suma de sus partes. Así, con el Recueil et Parallèle, el ingeniero contaba con las herramientas para desarrollar un discurso arquitectónico suficiente.
En 1804, Durand publicó su segunda obra capital, el Précis des leçons d’architecture données à L’École Polytechnique. En él, Durand censura fuertemente al arquitecto que sólo trabaja con el repertorio grecolatino, en un franco rechazo a las metodologías neoclásicas e invitando al eclecticismo. Increpa también al arquitecto que con tal de colocar sus elementos favoritos, elimina otras partes fundamentales; y al que, queriendo innovar, no puede soportar en sus construcciones ver cosas que ya ha visto antes; o sea al arquitecto que si su edificio se parece a algo conocido siente que no hace nada bueno.
Bibliografía.
Este texto surge de la lectura conjunta con los alumnos en la asignatura de Arquitectura como Sistema Cultural, en la Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe.
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