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¡Felices fiestas!
1 abril, 2016
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
Fotografía: Enrique Márquez | Cortesía: Juan José Kochen
El tema fue desplazamientos. Una suerte de presentaciones sobre proyectos desplazados, de cambio de posición, en donde el anuncio de un Pritzker en México aseguraba otro tipo de reflectores mediáticos. El nomadismo de Zaha Hadid entre Bagdad, Beirut y Londres prometía una buena crónica sobre el desplazamiento y la migración cultural. El trece y último Congreso Arquine fue en marzo de 2012. Pocas invitaciones requerían un proceso de gestión tan demandante para traer a la arquitecta iraquí del momento (dos años antes había concluido el MAXXI de Roma en 2010 y la Ópera de Guangzhou además de haber firmado el Centro Acuático para los Juegos Olímpicos de Londres). Desde patrocinios, boletos de avión en primera clase, hospedaje, comida, condiciones de presentación, coordinación y asignación de juntas de negocios, además de las atenciones para un numeroso séquito de colaboradores. La realidad es que los jaloneos de los intermediarios siempre fueron desplantes que contradijeron nuestra suposición altiva fabricada en torno al personaje. Incluso al final nunca cobró honorarios por su monosilábica conferencia de pase de diapositivas. Seguramente en muchos asistentes habrá quedado el continuo “Next”, “Next” de Zaha a su socio, Patrik Schumacher.
Confieso que las líneas curvas de Hadid –de su obra– nunca fueron de mi interés. Sus límites geométricos, formas espectaculares o la llamada “autopoesis” de Schumacher me parecían complejidades matemáticas que justificaban volúmenes caprichosos con más teorías teorizadas. A pesar de esto, siempre me parecieron enigmáticas tanto su apuesta arriesgada como su polémica discursiva y esencia disruptiva. Antes de su presentación, mientras concluían los preparativos para el lleno taquillero del Teatro Metropólitan, la cuarta visita de Zaha Hadid a México –tercera en la Ciudad de México– prometía ser el cierre triunfal luego de dos días de stand-ups arquitectónicos. Audi fue el primer patrocinador en sumarse a la visita de Zaha. Un Audi negro de cuatro puertas la llevó al Hotel St. Regis en Paseo de la Reforma, donde tendría una entrevista (uno a uno) con el periódico Reforma y otra más con Arquine. Nos instalamos en una de las oscuras salas a un costado de los elevadores del hotel. La reflejante fachada de cristal del edificio de César Pelli luce hacia Reforma pero del núcleo de servicios para atrás es una penumbra. Con una lámpara “de noche”, además de dos sillas de piel de antiguo régimen priista, nos preparamos para entrevistarla. No escribí preguntas específicas sino temas que abrieran disertaciones. Recuerdo que una noche antes me abrumé con una serie de entrevistas en distintos foros, canales y medios. Todas con el mismo común denominador: respuestas sucintas, evasivas y hasta displicentes. Deyan Sudjic –en cuatro partes– fue uno de los pocos en lograr destrabarla.
Nos dieron 20 minutos. Pensé que un libro sería una buena forma de empatar y romper la barrera cultural, el jet-lag, el cansancio mediático y la distancia de una arquitecta global que repetía discursos por todo el mundo; además, las conferencias y los encuentros académicos no representan gran parte de los jugosos ingresos de los star-architects. Al esperarla en la sala al final del largo y oscuro pasillo, enseguida corroboramos su imán. A paso lento, cansino y con varias pausas, entró a la habitación saludando y sonriendo con sigilo. Preguntó dónde sentarse y acomodamos cámara y micrófono mientras se acomodaba el cabello y la orientación para girar su anillo. Si bien cualquier cascarón de Candela o silla de montar asemejaría el diseño, pensé en el simbolismo de un fetiche curvo que pulía y rotaba constantemente para así detonar ideas.
Fotografía: Enrique Márquez | Cortesía: Juan José Kochen
Abrió el libro de Félix Candela, otro desplazado. Le resultó interesante pues lo había conocido en Sao Paulo o Buenos Aires, su memoria no le ayudaba. Rápidamente reconoció el valor de la ligereza de sus estructuras, su “simplicidad-complejidad” así como la diversidad de sus propuestas estructurales. Aún así, dio la vuelta rápidamente, ¿a qué arquitecto le gusta reconocer una obra que pudiera ser 50 años antes igual de contumaz que la propia? Su túnica negra respondía a la más reciente moda de una arquitecta reconocida emulando el comparativo con el avatar único e imperecedero del arquitecto lecorbusiano vestido de negro, con lentes de pasta (y hasta bastón y sombrero). Habló de su infancia, de cómo una niña de diez años y clase acomodada –de padre economista y madre historiadora del arte– vivió Bagdad y se empecinó en ser arquitecta a pesar de que “cuando eres niño no sabes por qué te gustan ciertas cosas”. Mencionó en varias ocasiones lo disfrutable de los sesenta, de su familia, sus hermanos y maestros, su etapa como profesora adjunta de Rem Koolhass y de sus influencias en la arquitectura rusa, la modernidad y The New York Five. Incluso dio clase sobre la participación social y la esencia de Barragán más allá del color. Además de su interés por el dibujo y la geometría reconoció lo práctico que resultaba una carrera de arquitectura, de una práctica-práctica para ordenar el pensamiento a partir de un repertorio cultural que inspire y logre ciertas metas. Definitivamente Zaha era una persona huraña, para escucharla y aprenderle en este tipo de conversaciones. Se notaba cómoda y relajada a diferencia de su poco entusiasmo por hablar ante más de 3 mil personas en un teatro abarrotado.
El valor de las migraciones radica en que ninguna idea se importa literalmente, sin embargo, en su versión de exposición confirmaría lo dicho entre voces por muchos. Pareciese que lo que más disfrutó fue la firma de libros con cualquiera que se acercara, al grado asediarla y perseguirla hasta su auto para salir del teatro. Al día siguiente, el entonces Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, la condecoró con el pergamino de huésped distinguido del también entonces Distrito Federal. Al recibir el premio declaró: “fui muy afortunada al ser una iraquí en Londres, porque muchas veces fui ignorada y muchas veces no sabía ni siquiera qué era lo que quería hacer, así que me dio un gran nivel de libertad el poder experimentar, porque me veían más bien como alguien muy excéntrica… y aún lo piensan. Inclusive ya he pasado de excéntrica a desquiciada”. Horas después recibió el Premio Mario Pani de la Universidad Anáhuac donde mencionó lo difícil que era aprovechar el tiempo entre viajes y compromisos además de las múltiples responsabilidades de un despacho con más de 300 colaboradores y presencia en 55 países (2012).
Fotografía: Enrique Márquez | Cortesía: Juan José Kochen
Dos días antes de irse a vacacionar en Costa Careyes, su equipo nos comentó que quería visitar la obra de Félix Candela. Fuimos de Santa Mónica y la Medalla Milagrosa a San Vicente de Paul y El Altillo. Se bajó y caminó en tres de las cuatro iglesias. Hablaba de los vitrales entre paraguas y cascarones, mientras preguntaba sobre los diámetros de columnas y espesores de las cubiertas. Zaha Hadid inspirada por Félix Candela. Aún con lentes oscuros y su capa de maga, nos sentamos en una banca de la Medalla Milagrosa para hablar sobre las colaboraciones y equipos de trabajo que integraba el arquitecto español exiliado en México. Ese mismo verano, para su participación en la 13 Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia, Zaha llevaría una instalación de modelos, cubiertas y volumetrías renderizadas con base en la obra de Candela, Frei Otto, Heinz Isler y Philippe Block.
Con la misma idea del anillo, Zaha Hadid frotó una lámpara que detonó una arquitectura de rúbrica selecta post Guggenheim. Me pareció que sin duda completaba el perfil de una diseñadora completa con reenfoques de escala. Entre un mejor Calatrava y un joven Heatherwick. Hizo de todo: joyas, ropa, zapatos, bolsas, mobiliario, yates, tiendas, residencias, conjuntos habitacionales, centros comerciales, museos, galerías, estadios, estaciones de transporte público, pabellones y exposiciones. Si bien su arquitectura se preocupaba por crear un espacio más allá de simbolizarlo, muchas veces no pensó en que habría que construirlo. “Se aspira a evolucionar, la arquitectura necesita retos. Sólo los proyectos valientes ponen a prueba los límites de la disciplina”, decía Hadid en entre selañamientos por el pabellón-puente para la Expo Zaragoza de 2008. Y sí, arquitecturas singulares y llamativas estimuladas hacia un escaparate icónico de formas extravagantes. Todos sus proyectos generaron discusiones y reacciones en cadena, incluso sus declaraciones y tomas de posición.
En 2004, al ser la primera mujer galardonada con el Pritzker, Ada Louise Huxtable –jurado del premio y crítica de arquitectura– dijo que: “Zaha Hadid es una de los profesionales con más talento en el arte de la arquitectura actual. Desde los primeros dibujos y modelos hasta sus edificios actuales y en curso, ha existido una fuerte visión personal y constantemente original que ha cambiado la forma en que vemos y experimentamos el espacio. La geometría fragmentada y fluida movilidad de Hadid y la fluidez hacen más que crear una belleza abstracta y dinámica; se trata de un cuerpo de trabajo que explora y expresa el mundo en que vivimos”. Como anillo al dedo.
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