Ciudades sueños IV: todos los caminos van a Megalópolis
La más reciente película de Francis Ford Coppola, "Megalópolis" (2024), trata de un arquitecto genial que ha inventado una partícula [...]
28 noviembre, 2023
por Olmo Balam
Escalinatas y edificios del CISS, 24 de septiembre de 2023. Foto: by OBJ.
Mi celular se cayó hace unos meses. Desde entonces, además de que partes de su pantalla parecen estar cubiertas por una brea que nunca se quita (aunque responde a lo táctil), la cámara sólo puede tomar fotos fundidas, rodeadas de una retícula sepia, incapaz de enfocar objetos cercanos. Los archivos que se graban en su tarjeta de memoria siempre salen con una apariencia de vejez prematura que ningún filtro de Instagram podría simular: recuadros recortados, dobleces de pixeles, glitches de colores fosforescentes, degradación instantánea, imágenes anticipatorias del futuro.
Me di cuenta de esa obsolescencia cuando volví a ver unas fotos que tomé durante la ruta (o visita guiada) que me condujo, junto a una treintena de personas, por Ciudad Independencia, conjunto habitacional a la altura de Periférico y San Jerónimo, en los comienzos de la Magdalena Contreras. El paseo, que se dio el domingo 24 de septiembre como parte del programa de MEXTRÓPOLI 2023, se ha convertido en más que una curiosidad para arquitectos o urbanistas: liderados por Felipe Orensanz y Rodrigo Durán — historiadores de la vivienda—, estas visitas son el mejor complemento para un libro que ambos coordinaron, Ciudad Independencia. Seguro social (Arquine, 2022), obra de referencia para quien quiera conocer la historia, realidad arquitectónica y experiencias de los habitantes de este conjunto de más de 380 mil metros cuadrados.
Más de seis décadas han pasado desde su fundación. Dependiendo de la perspectiva, puede ser mucho tiempo, cuando el periodo que hoy se conoce como “posrevolucionario” estaba terminando su auge; o muy pocos, apenas un suspiro, los mismos en los que la idea de vivienda colectiva se transformó justo en lo contrario de lo que Ciudad Independencia representa todavía hoy. Y es que en el siglo XXI las palabras unidad habitacional son sinónimo de casas malhechas, claustrofóbicas, rodeadas como cajas chinas de rejas, bardas y estacionamientos.
Pero en algún momento el término, la tipología, tenía más que ver con un desarrollo vital. Por los caminos escarpados de Ciudad Independencia es posible transitar por sueños obreros y de la clase trabajadora en forma concreta: una vivienda digna, con árboles, vegetación, juegos (diseñados por F. Miret), lugares para pasear, clínicas (con médicos que viven ahí y, por lo tanto, lo conocen a uno) y un deportivo. En el colmo de la laicidad, el centro religioso más prominente del lugar, la Parroquia María Reina, tardó varios años en construirse y fue un anexo para un proyecto que, por otro lado, lo tenía todo. Como todo lugar real, esta ciudad no está libre de contradicciones: zonas enteras del conjunto han sido privatizadas o su acceso se ha limitado (no es casualidad que, con ese fenómeno de privatización haya llegado también el crimen). Y, sin embargo, para un paseante a finales del verano, este paisaje urbano de la ciudad representó todo un descubrimiento, acentuado mucho mejor con esas fotos de vejez prematura.
La linterna mágica
El paseo inició afuera del cine La Linterna Mágica, con la sombra de la gigantesca bandera mexicana de San Jerónimo (Felipe Orensanz lanzó el acertijo de por qué hay rejas en el carril alto del Periférico que pasa justo a su lado: sirven como protección en caso de que la bandera sea arrancada por el aire). En el corredor principal, había una réplica de la exposición fotográfica Dirigida por (que se exhibió primero en las rejas de la Cineteca Nacional), con retratos de directores mexicanos como Guillermo del Toro, Carlos Carrera, María Novaro y muchos otros. Además de la dulcería, la Linterna tiene una librería, administrada en parte por el Fondo de Cultura Económica.
Una vez dentro de la sala principal, impresionaba sobre todo la pantalla gigante, casi IMAX, que estaba en el equipaje por defecto del cine; verdadera sobreviviente de los grandes cines del siglo pasado, la sala está acompañada por otras dos más pequeñas. La capacidad de la sala parecía rematar el ruido de un video promocional de la película de Taylor Swift y su Eras Tour que corría en bucle: en el trailer, la estrella pop se paseaba en medio de un estadio gigantesco, con luces, disfraces, y confeti (mismo que, según reportes, se vende como souvenir para todas las que se quedaron sin boleto para el show de verdad); seguramente las swifties de Ciudad Independencia podrían replicar la experiencia de otras salas multitudinarias alrededor del mundo . En otra de las salas, más pequeñas, había un póster del remake (¿o secuela?) de El exorcista, cinta que de seguro también se proyectó en su versión original hace exactamente 50 años, en 1973.
De todos los sitios de Ciudad Independencia, este fue uno de los mejor conservados, por lo que es divertido comparar las fotos que hay en el libro y constatar que el cine luce casi igual, excepto que la gente iba vestida de gala a las funciones, fueran de estreno o no. En vez de los anuncios en video o con pósters en alta definición, las películas se promocionaban con fotogramas de las mismas (como premoniciones de los thumbnails de YouTube).
Viendo las fotos del grupo admirando una sala de cine, como si nunca hubiéramos conocido uno o si de verdad tuviera una peculiaridad tecnológica, me doy cuenta de que el asombro venía, más bien, de pensar que en una unidad habitacional podía esperarse que hubiera un cine de primera línea y con precios que siguen siendo mucho menores a los de las cadenas más grandes (entre $45 y $58 pesos).
Sueño americano: Pelé y Kennedy
Una vez terminado el recorrido por el cine, que duró más de lo que planeaban los guías, nos encaminamos por la escalinata principal hacia los caminos escarpados de Ciudad Independencia. De inmediato se hizo evidente el encanto y la simpleza de su diseño, que en el contexto urbano actual es comparable al de recorrer una villa o ciudad tradicional. Ese efecto se acentúa por los nombres de las calles, que según la investigación del libro, contó con la asesoría del escritor Juan José Arreola, quien eligió las palabras a partir de cancioneros y refraneros tradicionales (que, no está de más destacar, recordaban los títulos de sus propios cuentos en libros como Bestiario o La feria): Pajarera, La Estrellita, Adelita, Jarabe, Popol Vuh, Mayahuel. En su ingenuidad y novedad (el conflicto que puso a esos gobiernos de revolución institucional en el poder seguía siendo manchando con tinta fresca), este tipo de detalles le dan a la unidad cierto aire de ternura, de nostalgia por un país que vivía bajo el brillo intenso de la gran Piedra de Sol nacionalista, cuyo eclipse todavía ensombrece a este país.
Mientras subíamos hacia las cumbres de Ciudad Independencia por esos senderos de piedra y floresta, pensaba en la posibilidad de enmarcar la historia de esta unidad en el ciclo narrativo e histórico de los nacionalismos del medio siglo y, especialmente, de la posguerra y guerra fría. Su lugar en esa historia se confirma en lo que podría llamarse la cima de la Unidad Independencia: el Centro Interamericano de Seguridad Social (CISS), que sigue organizando sus congresos en el mismo inmueble (la última sesión fue en 2021, en plena pandemia). En el momento de nuestra visita, en la plaza había un letrero gigante con la cara de Salvador Allende, el presidente chileno que fue asesinado durante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. Casi como si no hubiera pasado el tiempo (mi foto con celular feo da casi la misma información que las imágenes de archivo de la prensa), el complejo sigue casi intacto con su plaza, escaleras, foro con domo, y una sala de sesiones con una mesa discal y domo y un hotel.
Fue en este último lugar donde, tres años antes del golpe de estado chileno, el CISS alojó a la selección brasileña de futbol en el Mundial de 1970. Aunque todavía no estaba del todo abierto al público, el equipo del CISS remodeló y reconstruyó el mobiliario y equipamiento que tenía la pequeña habitación, de unos 10 metros cuadrados, en la que se alojó Edson Arantes do Nascimento, Pelé. En los pasillos que conducen al cuarto, hay infografías sobre el paso de la canarinha por el país (un periplo en su mayor parte tapatío, pues la verde-amarela jugó todos sus partidos, excepto la final, en Jalisco), fotos que el personal se tomó con algunos de los jugadores. La habitación de la estrella brasileira (que murió apenas en diciembre de 2022), se preparó a partir de material fotográfico y testimonios para simular el estado en el que estaba justo antes de que el jugador saliera rumbo a Periférico Sur y al Estadio Azteca, en donde se coronaría campeón del mundo por tercera y última vez. Además de una playera, toallas, radio y televisión viejas, y una figura de cartón de Pelé, la habitación culmina con una réplica de la copa del mundo, resguardada en su vitrina. Los guías añadieron como dato que los brasileños convivieron con los habitantes de Ciudad Independencia algunos días, y algunos de ellos tienen fotos y balones autografiados.
Cuando Pelé estuvo ahí, era el último año de Díaz Ordaz, el lugar conserva todo ese espíritu, otra vez entre grandilocuente e ingenuo, que sería el estilo personal de gobernar de Echeverría y su abanderamiento del Tercer Mundo. La arquitectura del CISS y la sobriedad con la que la han mantenido, incluido el mobiliario y los jardines, hacen del lugar una cápsula del tiempo. De alguna manera, esta estética accidental se ha acercado más a mi propia realidad ocular, afectada por la hipermetropía, condición en la que los objetos cercanos se ven más borrosos que en la lejanía. Esa realidad internacional se puede palpar si uno recuerda que, un poco más atrás en el tiempo, justo cuando la unidad estaba recién inaugurada, el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy (1917–1963) visitó Ciudad Independencia el 10 de junio de 1962 (tal como lo atestigua una placa). El suceso diplomático, que trajo consigo todo un despliegue de seguridad y de corporaciones afiliadas al PRI, quedó retratado en una de las fotos más famosas del CISS. JFK mostró su interés por México en un momento en el que la Guerra Fría seguía sin decantarse hacia ningún lado; sólo unos meses, en noviembre, después de su visita, estallaría la crisis de los misiles en Cuba. Tan sólo un año y medio después de su visita a Ciudad Independencia, el presidente sería asesinado en Dallas, Texas.
Hay un águila al final de la gran escalinata del CISS; un símbolo que se supone universal para todo el continente. Sin embargo, aquí como en pocos lugares de Cedemequis se puede ver que el sueño americano (“estadounidense”, debería decirse) se hizo tan sólo para los gringos. Nunca ha existido algo como un entendimiento continental que enlace los sueños de las dos puntas que van desde Alaska hasta la Patagonia. Pero, por algunos años, México fue ese lugar de encuentro para las dos Américas, la “nuestra” y la de los yanquis.
Para terminar el paseo, nos encaminamos esta vez al foro y teatro al aire libre de Ciudad Independencia. Pasamos por la Unidad de Medicina Familiar No. 22 del IMSS (cuyos doctores también son habitantes de la unidad), la iglesia que se construyó por petición de los habitantes, un parque con una fuente enorme y ya no pudimos adentrarnos por las torres del conjunto. Sin embargo, con eso fue suficiente para percibir el encanto del medio siglo mexicano. Una grandilocuencia que no llega a ser excesiva pero siempre viene adornada, con cierto barroquismo, de águilas, nopales y una mezcolanza de deidades mesoamericana: por acá serpientes emplumadas, ídolos toltecas, chacmoles, por allá grecas o inscripciones de inspiración zapoteca, siempre una falsa sensación de familiaridad con lo que es un artificio poscolonial.
Comparado con lo que hoy se puede encontrar en un desarrollo habitacional (la palabra, con su tufo tecnocrático, ya es premonitorio), Ciudad Independencia puede verse como un sueño actual. Ya no es que su longevidad despierte nostalgia. Más bien, su contextura de pasado, como en esas fotos borrosas, indican algo más importante: el futuro ya sucedió.
El fin del sueño llega cuando uno tiene que regresar a la Ciudad Dependencia, urbe que exige de sus habitantes un transporte motorizado y de combustible fósil. Subvencionado, en renta (sea con Uber o Cabify) o privado, las afueras de la Ciudad Independencia son como una orilla que se abre al mar de fierro y plástico que ha consumido a la Cedemequis y, con ello, a sus zonas habitacionales. No hay posibilidad de recorrer esta zona a pie, o bajo el abrigo de los árboles, que serían necesarios ante el primer sol del otoño que sigue teniendo la fuerza del verano.
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