Dos sismos, 32 años de diferencia
Los sismos son uno de los fenómenos naturales más intrigantes y aterradores para los habitantes de la Zona Metropolitana del [...]
13 octubre, 2025
por Vania Itzumi Catalán Pérez
Hoy, en el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres (13 de octubre) la ONU recuerda que los desastres dependen de cómo las amenazas naturales interactúan con la vulnerabilidad social, física y territorial de nuestras ciudades (UNDRR, 2022). Esta conmemoración subraya la urgencia de fortalecer la resiliencia urbana, integrar la participación comunitaria y asegurar que arquitectos, ingenieros, diseñadores, autoridades y ciudadanía trabajen juntos para prevenir riesgos y proteger vidas. El Marco de Acción de Sendai establece que la reducción del riesgo requiere acciones coordinadas entre gobierno, academia, sociedad civil y comunidades y sector privado, priorizando la disminución de vulnerabilidades y fomentando la corresponsabilidad ciudadana (Aitsi-Selmi et al., 2015).
La Ciudad de México, asentada en la cuenca del Valle de México, se ubica sobre un sustrato lacustre compuesto por depósitos blandos de arcilla y limo que amplifican los efectos sísmicos y aumentan la vulnerabilidad de las edificaciones, particularmente en zonas de alta densidad poblacional con vivienda colectiva de mediana y alta antigüedad (Reinoso & Ordaz, 1999; Meli & Miranda, 1986). Esta condición geotécnica hace que la respuesta de los edificios ante sismos sea más compleja, evidenciando la interacción entre factores geológicos, estructurales y sociales. Los sismos recientes, como el de 2017, demostraron cómo edificaciones con alteraciones estructurales no supervisadas, mantenimiento deficiente o modificaciones no autorizadas, sumadas a una participación comunitaria limitada, incrementan significativamente el riesgo (Catalán, 2020).
El parque habitacional de la ciudad presenta características que requieren atención especializada: muchas viviendas colectivas fueron construidas entre 1960 y 1990 y muestran envejecimiento de materiales, alteraciones estructurales, y ausencia de protocolos de mantenimiento y supervisión técnica. La vulnerabilidad urbana no se reduce únicamente al análisis estructural; también depende de la organización comunitaria, el conocimiento del riesgo, la coordinación institucional y la percepción ciudadana (Wachinger et al., 2010). Comprender estas dimensiones es fundamental para que diseñadores, arquitectos e ingenieros incorporen criterios de seguridad sísmica en la toma de decisiones, integrando el conocimiento técnico con las dinámicas sociales y territoriales.
La gestión integral del riesgo sísmico implica la combinación de tecnología, diseño y participación ciudadana. Herramientas como la cartografía multicriterio, simulaciones estructurales, materiales educativos accesibles y talleres comunitarios permiten acercar la información técnica a la ciudadanía, fortaleciendo la corresponsabilidad y la prevención (Cadamuro et al., 2021; Enarson, Fothergill & Peek, 2017; Gaillard & Mercer, 2013). La participación de la comunidad en la identificación de vulnerabilidades y adopción de medidas preventivas es tan relevante como la ingeniería estructural y el diseño para la construcción de resiliencia.
Investigaciones desarrolladas por el Instituto de Ingeniería de la UNAM y el Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales de la BUAP han demostrado la eficacia de integrar análisis técnicos con procesos comunitarios de cocreación. Los resultados muestran que la sensibilización de los habitantes, junto con activaciones territoriales y educación participativa, contribuyen a reducir la exposición a riesgos sísmicos y fortalecer la capacidad de respuesta ante desastres (Reinoso et al., 2020; Catalán, 2023). La información derivada de estos estudios permite priorizar acciones y diseñar intervenciones adaptadas a las características específicas de cada comunidad, respetando el contexto físico y sociocultural.
Iniciativas que abordan la problemática involucrando a todos los sectores corresponsables a través de la implementación de estrategias educativas, talleres y simulaciones de riesgo, enfocadas en que los habitantes de viviendas colectivas comprendan las vulnerabilidades de sus entornos y participen activamente en su mitigación. Se debe integrar de forma prioritaria soluciones de ingeniería, diseño, tecnología y participación comunitaria, incluyendo estudios de comportamiento sísmico, con el objetivo de mejorar la seguridad estructural sin comprometer la viabilidad de la edificación. Este enfoque evidencia que la prevención efectiva requiere la convergencia de múltiples disciplinas y actores, y que la resiliencia urbana se construye desde la corresponsabilidad y la acción comunitaria (Dampo Innovación Social).
El Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres nos recuerda que habitar la Ciudad de México implica asumir un compromiso colectivo: integrar el conocimiento técnico, el diseño arquitectónico, la ingeniería, la planificación urbana y la participación ciudadana para garantizar viviendas seguras y ciudades justas. Solo mediante la cooperación activa entre gobierno, academia, sociedad civil y sector privado será posible reducir la exposición al riesgo y fortalecer la resiliencia de las ciudades, haciendo tangible el derecho a vivir en entornos seguros y sostenibles (ONU, 1948; Marco de Sendai, 2015).
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Referencias
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La ciencia no sabe aun cuándo ni dónde, pero sí que ocurrirá y, entonces, ¿qué pasará con las viviendas que [...]