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¡Felices fiestas!
21 abril, 2021
por Timo Dorsch
Publicado en colaboración con Este País
En medio de los problemas más graves como el cambio climático y el crecimiento incesante de las áreas urbanas se articulan nuevos proyectos y propuestas para hacer frente a ellos. Las Smart Cities, basadas en el Internet of Everything, prometen soluciones a mediano y largo plazo, pero en ellas yacen los riesgos prolongados de una realidad desigual contemporánea.
El internet es más que un browser al que damos clic; este va más allá de una visualización en nuestras pantallas de smart phones, laptops o tablets. El internet es una red, la interconexión comunicativa entre un sinfín de puntos sueltos que producen un nuevo espacio de interacción y de creación. Tal espacio no solamente está en un mundo inmaterial o ficticio, sino incluso es capaz de extenderse hacia lo material, hacia el mundo en que vivimos y de interferir en él.
Eso es el concepto del Internet of Everything (IoE), la creación de una red entre seres humanos, cosas y datos dentro de procesos basados en el internet, con la intención de facilitar de manera eficaz la elaboración de soluciones para problemas contemporáneos. En este sentido, tanto seres humanos como objetos llevarían sensores que transmitirían datos acerca del estado de sus portadores. Así, los datos transmitidos podrían ser evaluados durante el proceso y podrían optimizar tanto este mismo como otros o incluso redes enteras, tal como el transporte público, por ejemplo.
Nace la llamada Smart City y con ella la tecnología misma se convierte en un actor, dejando atrás su condición pasiva. Entendido así, el IoE es la expresión de una construcción social de la tecnología ya que su desarrollo e innovación suceden de manera flexible e interpretativa. Sin embargo, en ello yacen ciertos riesgos para la convivencia democrática en el futuro a mediano plazo.
Tecnología indica progreso y este muchas veces es sinónimo de futuro. La vida colectiva del futuro se realizará en ciudades; por ende, hoy ya se están elaborando los planes para las ciudades del futuro. Así surgió el concepto de la Smart City, la interconexión digital de ciudades entendida como un aporte técnico que las llevará a un cambio estructural en su organización urbana. Aquí, las empresas tecnológicas se posicionan cada vez más como servidoras de herramientas técnicas para soluciones de los desafíos urbanos.
Los actores principales hoy en día son empresas como Cisco International Limited (Cisco), International Business Machines Corporation (IBM) o Siemens Aktiengesellschaft, líderes mundiales en el desarrollo de soluciones tecnológicas. Todas ellas diagnostican y problematizan un crecimiento permanente de las zonas de aglomeración urbana, retomado de los análisis de la Naciones Unidas acerca del futuro de las ciudades. Aunado al argumento del crecimiento, se menciona el aspecto del cambio climático y la necesidad de un planeamiento urbano sustentable.
Cabe mencionar que las grandes ciudades en el planeta se encuentran en una situación de competencia incesante a nivel global; soluciones innovadoras de corte tecnológico representan un factor importante para lucir y transcender mejor en esta dinámica viciosa de la competencia. En este sentido, el concepto de Smart City puede ser entendido también como consecuencia de la crisis financiera del 2008 después de la cual los mercados están buscando nuevos espacios (en nuestro caso: ciudades) para generar ganancias económicas.
En nuestros días son todavía raros los proyectos concretos de la Smart City; los más avanzados se encuentran en Asia, respectivamente en China y en Corea. No obstante, debido a la intensificación de los problemas actuales y al deterioro paulatino tanto del ambiente natural como de la vida social en dichas zonas de aglomeración urbana, propuestas organizativas basadas en las innovaciones tecnológicas que recurren al internet como plataforma para ser aplicadas se vuelven cada año más factibles e incluso imaginables.
Así por ejemplo, bajo el nombre de “Smart+Connected Communities”, Cisco desarrolló el concepto para la implementación del IoE en las ciudades, para mejorar el manejo de los procesos urbanos típicos mediante el uso de datos digitales conectados. A nivel regional y municipal, se menciona el mejoramiento de la administración de edificios, el aumento en la eficiencia del tránsito, servicios básicos como iluminación de las calles, suministro de agua, gestión de basura, etc. (Mitchell et al. 4).
Las palabras claves que aparecen en todos los proyectos de la Smart City son sustentabilidad, productividad y eficiencia. Las ideas alrededor de la Smart City pueden resumirse bajo dos categorías: a) un planeamiento y un control urbano que cuentan con una función central de Information and Communication Technologiescomo sistema neurológico digital que contiene datos de sensores heterogéneos; b) un sistema más complejo que “percibe y actúa” y en el cual una mayoría de las informaciones de tiempo real son transferidas. El desarrollo concreto a su vez se realiza en procesos, sistemas, organizaciones y cadenas múltiples para optimizar las operaciones y para avisar a las autoridades acerca de irregularidades (Neirotti et al. 26).
Vale la pena indagar un poco más sobre la relación entre tecnología, economía y política (1) y entre tecnología y población (2). Juntos definen y determinan el surgimiento de nuevas formas de políticas en el contexto del internet (3); es este último el que principalmente nos interesa. En este sentido lo importante y decisivo es aquella mirada que toma en cuenta la reciprocidad entre la tecnología, o sea el software del Internet of Everything con la vida urbana, tal como lo puntualizó Kitchin: “My argument […] is about the need for a sustained programme of research on the nature of software and contemporary urbanism, and in particular an analysis if the two core interrelated aspects of the emerging programmable city: (a) translation: how cities are translated into code; and (b) transduction: how code reshapes city life.”
(1) Percibido originalmente como algo exógeno ante procesos económicos y políticos (Barry y Slater, “Introduction” 179), son justamente los instrumentos e innovaciones tecnológicas los que hacen posible la organización de mercados, es decir, el lugar central más estratégico en las sociedades hoy en día (Barry y Slater“Technology”291). Mientras tanto, la implementación de dispositivos tecnológicos en procesos económicos y prácticas sociales, así como su activación, producen “zonas tecnológicas” (Barry “Technological”). Surgen nuevos índices y parámetros para medir la calidad de objetos, de procesos o de prácticas implementados a partir del Internet of Everything (Barry “Technological” 240). En aquellos fenómenos ahora calculables proliferan contextos antipolíticos; es decir, contribuyen a un vaciamiento de procesos políticos creando una realidad pospolítica. Son procedimientos técnicos cuyo enfoque y diseño están caracterizados por los parámetros de estandarización antes acordados en relaciones y contextos de public-private partnership y que para los actores no involucrados —población y sociedad civil— no dejan ningún espacio para categorías políticas como conflicto, discusión y enfrentamiento (Barry “Anti-political” 270; 279), nuevas condiciones, pues, que se va a explicar bajo el tercer punto.
Aquella interconexión orgánica entre tecnología y economía ejerce, a su vez, una influencia hacia espacios y relaciones, que ahora son organizados bajo nuevos paradigmas que materializan por un cierto tiempo una nueva cohesión social hegemónica que se tiene que reproducir constantemente (Jessop, 2005).
(2) Aunque la sustentabilidad, productividad y eficiencia son los objetivos mencionados, al final es justamente la población como tal y cada uno de los sujetos que la conforman quienes tendrán que servir como plataforma y ejecutor de estos nuevos instrumentos tecnológicos de la Smart City. Durante este proceso, nuevas subjetividades y tecnologías de sí mismo brotarán mediante el uso y contacto con las herramientas, los sensores y dispositivos del Internet of Everything (Foucault, “Subjektivität” 74; “Technologien” 289; Ludwig 93; Bröckling et al. 29).
(3) Los obstáculos y desafíos del cambio climático o del crecimiento poblacional de las grandes urbes con que se enfrentan los Estados, las ciudades y las sociedades son usados por aquellos actores de la política, la economía y los llamados expertos de la sociedad civil —o simplemente en forma de public-private partnership(Gabrys 33)— como fundamento legitimador para difundir y promover sus ideas y conceptos sobre la Smart City. En este sentido, ya no se niega los factores subyacentes del cambio climático pero tampoco se les resuelve. Más bien se encuentran en el centro de la estrategia de crecimiento y giran alrededor de la pregunta de cómo pueden ser integrados en el sistema (Müller et al. 55). En esta dinámica, el papel del mercado experimenta una creciente acentuación que no más ni menos significa que la solución para el problema yace en este mismo, capaz para una estabilización exitosa del cambio climático (Jankovic et al. 238). De ahí salen losenvironmental fixes entendidos como propuestas lógicas para la práctica. Lógicas en el sentido de que nacen desde la misma mercantilización para poder regular el clima (Castree 146). Ocurre, desde luego, un cambio de perspectiva y actuación, que previamente había modificado la estructura ontológica de los actores involucrados y afectados (Jankovic et al. 247). La mencionada dislocación ahora actúa como catalizador para una nueva gobernanza del clima junto con nuevas posibilidades económicas que la acompañan. Paralelamente, se articula un nuevo (supuesto) consenso entre aquellos actores involucrados que, no obstante, se subordinan bajo estrategias, discursos y soluciones compatibles con el mercado (Gibbs et al. 2151). Ese consenso alberga la tendencia de eliminar procesos políticos de negociación y sustituir el debate por un enfoque meramente técnico sobre lo formal y lo eficiente. A partir de ahí, ya no se considera si los procesos políticos ocurren de manera democrática, sino solamente se mira la calidad de los resultados de aquellos procesos calificados desde luego como democrático (Buchstein et al. 475; Steber 13).
Al mismo tiempo, se inicia con ello un cambio del Estado; este se convierte en un “Estado negociador” que obedece una nueva “regularización política” (Hirsch 187) y que asume formas de estructuras de gobernanza (Jessop et al. 89; 2005: 159s.). Además, sucede una dislocación de tareas concretas de obligaciones originalmente estatales hacia esferas de la economía privada, lo que paulatinamente puede contribuir a una mayor comodificación de la vida pública y también privada (Crouch 29, 57, 127). En aquel escenario, los procesos legislativos y de decisión poco a poco pierden su importancia, ya que estos son trasladados hacia comisiones de expertos (Hirsch 190), en donde la transparencia (y por ello también la participación) se vuelve cada vez más complicada según criterios democráticos.
Tendrá como consecuencia la ausencia de algunas características centrales para las sociedades democráticas: lo político y sus procesos de negociación. Ambas ahora se encuentran bajo la coerción de las llamadas necesidades económicas y del dominio creciente de la ley determinando la vida pública y social (Rancière Politik 143), principios indispensables para alcanzar los objetivos antes postulados. Normalmente, este desarrollo o cambio se suele caracterizar como pospolítico, una mezcla entre gestión empresarial y tecnocracia, dirigido hacia medidas orientadas en el mercado. El estado pospolítico invisibiliza la desigualdad de poder, en la medida en que esta ya no será mencionada; surge una ilusión falsa de un balance e igualdad entre los diferentes grupos sociales. Lo pospolítico en contraste ante lo político. Según el filósofo francés Jacques Rancière, la democracia es la premisa para la existencia de la política (Zehn 19), en donde la primera puede ser caracterizada como la ausencia de oposición, es decir, como “el dominio de lo no dominante” (Zehn 16). Democracia y, por ende, también la política no son un estado fijo, sino más bien una relación: una relación política de enfrentamiento y negociación, de buscar acuerdos (también Barry “Anti-political” 270). La política en lo político es, entonces, la instancia o aquel conjunto de “prácticas e instituciones que organiza un cierto orden” (Marchart 41).
Lo pospolítico busca —para ser exitoso— ocultar la contingencia de lo actual, el poder de las instituciones y los conflictos excluyentes (Kenis et al.). Puesto que se presenta a sí mismo como la única opción y como última ratio de nuestras sociedades (Marchart 15, 42, 59.); incluso se podría hablar de una fundamentalismo neoliberal pospolítico.
Las nuevas formas mencionadas de las estructuras de gobernanza como una novedosa política y economía del clima buscan caminos alternativos para solucionar las tareas y problemas a nivel sociedad y en donde el Estado es responsable para garantizar un marco estable que funcione para las metas postuladas (Barry y Walters 317). En este transcurso del ascenso de nuevas tecnologías informativas y comunicativas, la tecnología o el Internet of Everything podría volverse la razón de Estado.
El internet por mucho tiempo y desde muchos lados ha sido alabado por su horizontalidad, por su falta de restricciones, por ser un espacio donde no importan las divisiones sociales artificiales entre las personas —aunque plataformas como Facebook o Twitter demuestren lo contrario— el internet es mucho más vasto. Sin embargo y a pesar de esa libertad y de esta descentralización del poder, el internet tiende a perder estos rasgos fundamentales en el momento de ser ‘llevado’ o ‘extendido’ a la vida real, tal como fue descrito en estas líneas. Así, el Internet of Everything será colonizado por las dinámicas y también por las relaciones que estructuran y predominan en nuestras realidades.
El avance tecnológico es imparable como lo ha evidenciado la historia de la humanidad. No obstante, las tecnologías nunca son neutrales si no cumplen con las funciones que les damos, con las que diseñamos. Un sistema implementado para ayudar a dirigir, ordenar, administrar y gobernar la vida colectiva —como lo puede lograr el Internet of Everything en forma de las Smart Cities— no puede ser percibido, hasta ahora, como herramienta disponible para todos o como una ayuda para democratizar nuestras ciudades y sociedades. A fin de cuentas, con el Internet of Everything podrán surgir nuevos espacios reñidos entre intereses sociales opuestos, se establecerán nuevas dinámicas para una cultura política, nuevas relaciones entres las personas y otras que también nacerán de dominación. Aquello queda más claro que el agua. Pero lo que sucederá después, no está escrito aún. La única certeza que tenemos es la incertidumbre sobre la realidad concreta de nuestros futuros.
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