Notas sobre la concepción espacial de internet
Cuando pensamos en internet muchas veces tendemos a confundirlo con cualquier otra cosa. Internet no es una cosa, es un [...]
19 junio, 2013
por Antonio Martínez | Twitter: antoniomarvel
Si hiciera la cuenta de las horas que he pasado protestando en esta ciudad probablemente me alcanzaría el tiempo para una caminata de aquí a Alaska y de vuelta. Casi estoy convencido de que esta ciudad está hecha para protestar. Si lo pensamos bien la ciudad es una protesta por sí misma, construida sobre un lago esta ciudad pudo haber desaparecido hace muchos siglos y ha protestado sin cesar, lo vemos cuando llueve: Tláloc humilla a nuestra ciudad amnésica de su alma de laguna.
Así, en nuestra ciudad-protesta, tenemos manifestaciones por doquier, en promedio 5 manifestaciones diarias en el Centro Histórico y el número parece que no va a decrecer. Probablemente ese sea un buen termómetro de la vida democrática: el número de protestas que se tienen en la ciudad. Vale la pena preguntarnos ¿Qué tipo de ciudad nos imaginamos? Hay autoridades que se imaginan una ciudad sin protestas, se piensa constantemente en una ley para regularlas y en una fase más delirante se considera que se pueden aislar en espacios construidos especialmente para eso: de hacerse entonces estaríamos censurando de manera grave, peor aún se estaría afirmando que las calles son únicamente para los coches, esta concepción no debe ser casual, representa a un sector, quizá amplio, del Distrito Federal que piensa de manera similar.
Nuestra ciudad-protesta se convertiría en ciudad-exclusión. Por eso sorprende que entre los medios y políticos se quiera generar un consenso: la protesta es mala, la protesta puede generar un discurso violento y de odio. Mala noticia: protestar no es odiar. La unidad de medición de cuánta democracia hay en el mundo son precisamente las manifestaciones: cuántas, de quién y por qué. La apropiación del espacio público para la demostración política ha generado lo opuesto a la violencia y al odio: ha guiado países enteros a replantear su forma de gobierno y a tomar conciencia mundial del futuro de la democracia e instituciones.
Creer en la deliberación pública y razonada, pero también creer en las acciones deliberadas que hagan avanzar la democracia. En la convivencia diaria, quiero pensar que esas manifestaciones pueden volver loco a los habitantes del centro histórico y quizá la mejor propuesta es generar conciencia acerca de la importancia de las protestas como método de expresión. Si, ya sé que me va a decir que quizá 4 de cada 5 son de grupos con intereses creados y lo más seguro es que sea cierto, aun así son evidencia de lo precario del sistema político de diálogo asimétrico: ni todos pueden entrar al diálogo ordenado ni todas las consignas “importan”, protestar también es una forma de deliberar. En la democracia se necesitan demócratas deliberativos y también activistas deliberados.
Tomarse el pluralismo valorativo y de opinión de forma seria es renunciar al sueño del consenso racional. El carácter pluralista de una sociedad democrática debe estar basado en que ningún actor social (proteste o no proteste, sepa de lo que habla o no lo sepa, apele a ideas o a emociones) se atribuya la representación de la totalidad. La democracia deliberativa no necesariamente termina en consenso (a menos que sea precario) ni puede escapar a la existencia de adversarios (aunque debe evitar la enemistad destructiva).
Que esta ciudad siga protestando para que viva y la vivamos. Combinar las nuevas tecnologías, la participación ciudadana y la apertura para que cada vez más gente participe. Zanjar las brechas entre gobierno y ciudadanos para que nivelemos esa desigualdad entre quienes protestamos y quienes están en las mesas donde se toman las decisiones. Las calles no pueden ser vistas como una infraestructura únicamente para la circulación, se debe desterrar la errada concepción del espacio público: es público no porque no sea de nadie sino porque es de todos. En suma, en nuestra ciudad-protesta las calles son para ejercer derechos.
*Antonio Martínez (Oficial de comunicación y contenidos digitales): Bloguero, activista ciudadano, investigador de Internet y sus consecuencias en la sociedad, la política y la democracia. Promotor de la cultura libre y compartida en la red. Colabora en distintos espacios en la radio, prensa y tv. Autor de numerosos artículos sobre Internet en México, co-autor del libro “CiudadanosMX: twitter y el cambio político en México”.
Foto: Enrique Márquez
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