Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
11 febrero, 2019
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En 1628 William Harvey publicó su Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus. Según el historiador Thomas Wright, su teoría de la circulación de la sangre influyó por igual en economistas, poetas que en pensadores políticos. La dedicatoria misma del Motu Cordis al rey Carlos I de Inglaterra tiene implicaciones que van más allá de la metáfora:
«Ilustre príncipe: el corazón de los animales es el fundamento de su vida, el soberano de todo en ellos, el sol de su microcosmos, aquello de lo que todo crecimiento depende, de lo que todo poder procede. El Rey, de la misma manera, es el fundamento de su reino, el sol del mundo que lo rodea, el corazón de la república, la fuente de la que fluye todo poder, toda gracia.»
Así, según Harvey, el soberano no es la cabeza de su reino sino su corazón: lo que mantiene al estado vivo y en crecimiento es aquello que permite la circulación de aquello que lo alimenta. “El conocimiento de su corazón, por tanto —agrega Harvey en la dedicatoria, no sin doble sentido—, no será inútil al Príncipe, sirviéndole de ejemplo divino de sus funciones.”
En 1867 —el mismo año en el que Marx publicó el primer volumen de El Capital—, Ildefonso Cerdà, ingeniero de caminos, canales y puertos y autor del plan para el ensanche de Barcelona, publicó los dos primeros tomos de su Teoría general de la urbanización. En el aviso al lector que abre su libro, Cerdà escribe:
«Nacido en el primer tercio de este siglo, en un tiempo en que la sociedad española se manifestaba todavía bastante apegada a sus antiguos hábitos de quietismo, recuerdo la profunda impresión que en mí causó la aplicación del vapor a la industria que siendo yo todavía muy joven, vi, por vez primera, verificada en Barcelona.»
Cerdà habla luego de sus viajes en barco de vapor, confesando su sorpresa al ver que “el motor, el mecanismo, los objetos y el medio, todo se movía a la vez, dando por resultado final un sistema completo de movimiento y de locomoción.” Un viaje en locomotora de vapor por el sur de Francia en 1844, se suma a aquella experiencia anterior y entonces, “comparando tiempos con tiempos, costumbres con costumbres y elementos con elementos”, dice haber comprendido “que la aplicación del vapor como fuerza motriz señalaba para la humanidad el término de una época y el principio de otra.” Esa época que iniciaba entonces, dice, acabaría “por traernos una civilización nueva, vigorosa y fecunda, que vendrá a transformar radicalmente la manera de ser y de funcionar de la humanidad, así en el orden industrial, como en el económico, tanto en el político, como en el social, y que acabará por enseñorarse del orbe entero.”
En su libro recién publicado, Circulation and urbanization, Ross Exo Adams parte del pensamiento de Cerdà para estudiar esa transformación cuyas raíces preceden por varios siglos al ingeniero de puentes, caminos y puertos —de ahí viene la referencia a Harvey— y cuyos efectos rebasan los límites de cualquier ciudad —y de ahí la frase que aparece en el frontispicio del libro de Cerdà y con la que Adams inicia también su libro: Ruralizad lo urbano: urbanizad lo rural: Replete terram. En la misma introducción, Adams escribe:
«Cerdà buscó persuadir a a sus colegas de que había descubierto no un nuevo tipo de ciudad, sino un sistema para la co-organización de la vida y la infraestructura que no necesitaría de la ciudad en absoluto. En su lugar una trama sin bordes ni centros de circulación fluida y domesticidad administrada se extendería a lo largo de toda la Tierra acomodando una distribución calculada de población y de servicios.»
Los mismos neologismos que Cerdà usó en su libro y que hoy nos parecen de uso común —urbe y urbanización— explican esa ruptura de una tradición y la gestación de otra. “Con mucho mayor motivo que cualesquiera otros autores —escribió Cerdà—, me veo precisado a seguir esa racional costumbre, yo que voy a conducir al lector al estudio de una materia completamente nueva, intacta, virgen, en que, para ser todo nuevo, han debido serlo hasta las palabras que he tenido que buscar e inventar.” Para dar nombre al “mare-magnum de personas, de cosas, de intereses de todo género, de mil elementos diversos,” que aunque funcionen de modo independiente “se nota que están en relaciones constantes unos con otros,” no sirven palabras como ciudad, población, villa o aldea, y por tanto acude al latín urbs, “síncope de urbum o arado, que era el instrumento con que marcaban los romanos el recinto que había de ocupar una población, cuando iban a fundarla, lo cual prueba que urbs, denota y expresa todo cuanto pudiese comprenderse dentro del espacio circunscrito por el surco perimetral que abrían con el auxilio de bueyes sagrados.” La abertura del surco, continúa, urbanizaba el recinto y todo cuanto en él se contuviese.”
Adams hace de esa afirmación la hipótesis central de su estudio: “que lo urbano fue, de hecho, ‘inventado’” como “uno de los muchos proyectos y productos anónimos de la modernidad.” Al centro del trabajo de Adams hay, explica, “una investigación histórica de las relaciones entre circulación y poder.”
Adams expone que circulación y urbanización se implican en la teoría de Cerdà en un espacio que “gana resolución no tanto como una entidad formal sino, más bien, como un proceso espacial continuo y expansivo, gobernado por una nueva totalidad legal-administrativa.” El principal proceso que empuja a la urbanización, explica, es la circulación ilimitada y la comunicación universal. Algo que Cerdà califica con otro neologismo: vialidad. En su Teoría, Cerdà escribe que, al entrar a la ciudad, “las vías no siguen sin interrupción, como las rurales, sino que a cada momento las vemos interrumpidas e interceptadas en diversas figuras y direcciones.” Así, la ciudad tradicional no es sino un obstáculo a la circulación ininterrumpida, al flujo continuo de mercancías y personas que atraviesan el espacio rural. Un obstáculo que habrá que superar siguiendo la proclama inicial de su libro: ruralizar lo urbano y urbanizar lo rural. Eso implica, aclara Adams, “abandonar la categoría de ciudad y crear una nueva forma de existencia basada en un sistema organziado de cohabitación humana y de circulación.” La traza ochavada de la retícula del ensanche en Barcelona es un derivado lógico de esta manera de entender la ciudad:
«El diseño formal de la retícula era una inversión mínima en una “forma” que pudiera absorber todas las demás en su fría racionalidad. La retícula sería excedida por el proceso natural que su singularidad formal cultiva. Y, al ser expansible, la retícula era una forma que se disolvía en sí misma.»
Entre calle y calle, las intervías o manzanas, son el espacio destinado a la gestión y desarrollo de la vida privada y doméstica. Entre vialidades e intervías el espacio que antes pudimos haber entendido como político también desaparece para facilitar la administración del libre flujo de la circulación: “la vialidad experimentada dentro de la red de caminos, con sus líneas individualizadas de tráfico, los “nodos” especialmente diseñados y la remoción general de todo el conflicto resulta de hecho un producto de la propiedad privada,” dice Adams, no un efecto ni de la política y ni de lo público.
Del análisis de las ideas propuestas por Cerdà, Adams pasa a una arqueología de la circulación que nos lleva de la concepción del movimiento circular en la cosmovisión griega a las ideas sobre la tierra y el territorio de Carl Schmitt, pasando por Harvey y la circulación de la sangre, Copérnico y las órbitas planetarias, las ideas políticas de Giovanni Botero y Thomas Hobbes, la era de la circunnavegación y el comercio de alta mar y el pensamiento de los fisiócratas franceses y de los seguidores de Saint-Simon, entre otros. En esa historia, la ciudad pasa de ser una entidad definida y autónoma, cerrada en sí misma —literal y conceptualmente— a ser un nodo más en una red que teje el territorio del Estado y más: del mundo.
A Portraiture of the City of Philadelphia in the Province of Pennsylvania, Thomas Holme
Plan de tráfico propuesto, patrón de movimiento, Louis Kahn.
Adams cierra su libro volviendo a Cerdà y a su “abandono del concepto de ciudad en favor del de urbe [como] un correlato técnico-espacial del dispositivo gubernamental diseñado para modular su expansión infinita.” Uno de los modelos que Cerdà estudió con más detenimiento para esto fue el de la ciudades coloniales, pero no particularmente las ciudades fundadas por los conquistadores españoles, sino el de la ciudad de Filadelfia, a partir del plan elaborado por William Penn y Thomas Holme en 1682 —54 años después de la publicación del tratado de Harvey. Al comparar el retrato —“A Portraiture of the City of Philadelphia in the Province of Pennsylvania”— de Holme con el plan de tráfico propuesto, patrón de movimiento, dibujado por Louis Kahn en 1952, queda clara la elección de Cerdà y, como apunta Adams, las relaciones entre colonización, urbanización y circulación.
Cuando ya se ha vuelto un lugar común —y, por lo mismo, profundamente impensado— hablar del triunfo o la transformación de la ciudad, así como de sus crisis, el libro de Adams nos ayuda a pensar, partiendo de los postulados de Cerdà, “la colusión entre lo técnico y lo gubernamental” como “el más legible registro del orden espacial que corresponde a la forma política emergente del liberalismo en el siglo XIX” y a cuestionar por qué “aceptamos hoy tan fácilmente el ‘hecho’ de la ‘era urbana’ como nuestro destino colectivo, sin alcanzar a entender la auténtica profundidad de dicha proposición.”
Ross Exo Adams, Circulation and Urbanization, SAGE, Los Angeles, 2019.
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