Un vacío entre muros y techos
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11 julio, 2014
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo
Cinecittá se construyó a las afueras de Roma en la década de los treinta. El proyecto, impulsado por Luigi Freddi, no era una empresa fácil. Para ese entonces la cinematográfica italiana sufría una crisis. Freddi buscó inspiración en los estudios de Hollywood, que con alrededor de una década de operación habían impuesto una fórmula para convertir el cine en una industria multimillonaria. Más relevante todavía fue el clima político —tanto al interior de Italia como internacionalmente— caracterizado por el hervidero que era la antesala de la guerra. Así, Freddi convenció a Benito Mussolini sobre la urgencia de esta misión cinematográfica. Lo hizo bajo la sentencia de que “il cinema è l’arma più forte” (el cine es el arma más fuerte).
En la primavera de 1937, nombrado por Mussolini Director General de Desarrollo Cinematográfico, Luigi Freddi abrió las puertas de la Ciudad del Cine para convertirse con los años, hasta nuestros días, en uno de los estudios más emblemáticos de la cinematografía mundial.
El arquitecto elegido para levantar lo que después algunos llamarían una Tercera Roma, fue Gino Peressotti, quien viajó a los principales estudios de Europa y América rastreando los elementos centrales de estas nuevas fábricas de películas. La localidad, al sur de la capital, era ideal por su aislamiento y la bondad que los alrededores brindaban para filmar exteriores. El proyecto comprendió 64 edificios entre estudios de filmación, oficinas, vestidores, talleres, auditorios, restaurantes, bares, garajes, enfermerías, almacenes, albercas, una reserva natural y una planta de electricidad propia. El diseño arquitectónico suscribió el racionalismo italiano —su geometría simple y su funcionalismo.
El epíteto de Tercera Roma se lo ganó por sus sets al aire libre donde se recreó la Ciudad Eterna en distintos periodos históricos, mientras que su fama se reforzó por la calidad tanto técnica como artística de las producciones que de ahí salieron y siguen saliendo hasta nuestros días -por tan sólo nombrar algunos títulos: Cleopatra, Casanova, Ben-Hur, La Dolce Vitta y Satyricon, hasta producciones más recientes como The Life Aquatic y Gangs of New York. Pero fue la Tercera Roma también por la fuerza ideológica que se imprimía en el celuloide -incluso en las cintas extranjeras ahí rodadas. Curiosamente, a raíz de la conversión entre 1945 y 1947 de Cinecittá en un albergue de damnificados de guerra, el cine italiano salió a las calles para heredarnos uno de los movimientos más honestos de su historia: el neorrealismo.
Cinecittá se mantiene en operación, aún con sus paredes resquebrajadas y su bandera italiana raída; abierto a visitantes de todo el mundo, que asistimos infundidos de nostalgia a sus instalaciones en busca de aquellos sueños prometidos. Pero el busto monumental de Venusia, esculpido para el film Casanova de Fellini (1976), emerge en el centro del jardín principal de la Ciudad del Cine con la mirada inquisidora sobre los soñadores despistados: a ochenta años de la fundación de los estudios, la vida del cine ha dado mil y un millón de vueltas, y nosotros, ¿acaso hemos vislumbrado el sueño?
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